Columnistas

Desconfianza y confianzudos

03 de noviembre de 2020

A mí me gusta confiar en la gente, en las empresas, en las instituciones. Lo hago porque cumplo mi papel como ciudadano. Esa es mi forma de entender cómo debe funcionar esto.

Ahora, decir que impera la desconfianza es como descubrir que el agua moja. Se desconfía de los gobiernos, de las instituciones, de las empresas, en fin. Los datos no alientan mucho. Encuestas y estudios hechos en el último año muestran que el 77 % de la ente no confía en los otros, somos el tercer país del mundo que más desconfía de su gobierno, cinco de cada 10 desconfían de los medios de comunicación y seis de cada 10 piensan que estar sumergidos en una dinámica capitalista es la peor falla que hemos podido vivir. Mal por donde se le mire.

En los últimos años muchas fuerzas han metido presión, haciendo más difícil un asunto tan elemental como confiar uno del otro. Piense solamente en esto: la infoxicación. Estamos al garete de falsas noticias, de eruditos de redes sociales y cadenas de WhatsApp. Cosas así llenan el ambiente de desconfianza, llevando a la gente a pensar con criterios absolutos.

Eso hace que todo se mire con malos ojos. Por ejemplo, a los empresarios los tildan como lo peor que puede haber. Gente que solo se llena de plata. Pero se olvidan de que generan empleo, tributan e impregnan dinamismo a la economía, desconociendo también su capacidad de contribuir a la construcción de valor público. Lo mismo pasa con la Policía y el Ejército. La desconfianza los hace ver inoperantes, incapaces de solucionar problemas de orden público. Más grave aún, los hace ver como abusadores despiadados, transgresores de los derechos de los otros, generando una condición de animadversión rabiosa y resentida.

Ni hablemos de la política.

La cosa se pone más fea cuando se criolliza el asunto. Entra, entonces, ese estilacho confianzudo que nada ayuda. Voy a explicarlo con algo que presencié el fin de semana. Un menor de edad, que no podía salir por el toque de queda, fue a comprar un helado. No se lo vendieron y le advirtieron que debía estar en la casa. Hasta ahí, bien. Pero ante la decepción del niño, una señora aparecida de la nada le dijo: “tranquilo, mi amor, yo se lo compro”... ¡Confianzuda! Creemos que todo lo podemos y que no pasa nada, porque donde caben dos caben tres.

Sin que sea algo anticuado ni mojigato, rescatar la confianza depende de cómo actuamos desde la ética y la moral. Zygmunt Bauman decía que el “yo”, es decir, cada persona, actuando en sociedad, se vuelve colectivo, un “nosotros”. Eso es lo que nos falta, pensar en “Nosotros” a ver si somos capaces de sobrellevar un mundo tan agresivo y tosco con todo lo que se le atraviesa.