Decíamos ayer
Al fallecido maestro Alberto Acosta, fundador de periódicos y noticieros de radio y televisión, autoproclamado abuelo solitario, le preguntaron por qué nunca sacaba vacaciones.
Gagueó a lo James Rodríguez y luego respondió: No me crean tan pendejo, ¿pa’ qué se den cuenta de que no hago falta?
Hice mi huelga anual de cibercuartillas para que los seis lectores que me quedan tomaran vacaciones. El periódico siguió adelante sin este escriba que empezó a garrapatear notas para las páginas editoriales desde ¡1988!
De donde me he ido —o me han ido— se las han apañado sin mí. Soy prescindible. (De imprescindibles está lleno el infierno, como que decía Napoléon). Esta vieja certeza de que no hago falta redujo mi vanidad a sus justas proporciones.
Un día me acosté aliviado y desperté columnista por coqueta invitación de la directora Ana Mercedes Gómez. El Informe Informal que escribía para los diarios de la agencia de noticias Colprensa le dio la pista.
Alberto Velásquez Martínez, mi vecino de los miércoles en este periódico, me visitó en la sede de la agencia en Bogotá para preguntarme por encargo de la directora si quería caer en la tentación del columnismo.
Dije sí porque aprendí con Óscar Wilde que es malo no caer en las tentaciones porque después no se vuelven a presentar.
Los columnistas escribíamos tres veces por semana. ¡Pobres lectores! Como columnista, en vez de orientar, de pronto desoriento. No soy muy de fiar. Cuídense. Mi credo ha sido informar y divertir. Ojalá lo haya logrado.
Gracias a la columna he hecho amigos y enemigos. Muchos de estos últimos me han calumniado sin piedad. Y sin pruebas. Eso me ha permitido disfrutar de la libertad por cárcel en los 77 años que me acompañan a todas partes, como Nacho, mi chihuahua, que despierta de sus siestas cuando sospecha que estoy a punto de patear la ética y su carnal la estética.
He ido envejeciendo y ennieteciendo con la Desvertebrada. Mis nietos me ayudan a ganarme el pan con sus ocurrencias, muchas de las cuales han enriquecido alguna de las 47 columnas tituladas “Historias de locos bajitos”.
La primera tiene que ver con el niño que le pidió a su abuelo que sacara a Dios de un sombrero como hacen los magos con los conejos. El abuelo quedó estatua.
La más joven de mis lectoras tenía diez años cuando empezó a seguirme. Nana Ramírez es ahora estudiante de dos ingenierías en Eeafit. Es pianista y escritora en receso.
Cuando estaba pequeña en las librerías se comía las puntas de los libros. Era su forma de leer mientras aprendía a juntar vocales y consonantes. Soy su orgulloso abuelo adoptivo.
Mi lectora más vieja fue mamá Geno, quien un día me sorprendió con esta perla: “Mijo, no volví a leerlo. Usted escribe muy enredado...”. No les quito más tiempo