De la cuna depende el pupitre
Hace poco leí el estudio ‘La lotería de la cuna: la movilidad social a través de la educación en los municipios de Colombia’, realizado por la Escuela de Gobierno y la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. La investigación académica observa, por ejemplo, quiénes tienen más posibilidades de llegar y terminar exitosamente los estudios de educación superior.
El juicioso análisis logra una serie de conclusiones, entre ellas que la mejor manera de ascender dentro de una sociedad es nacer en el seno de un hogar rico. Esa oportunidad puede ser también alcanzada por quien tenga altas comodidades económicas, es decir que pertenezca a una clase media alta, cuyos padres hayan tenido la oportunidad de haber egresado de una universidad.
Factores como la concentración de la riqueza y la desigualdad, hacen que en el país el asunto sea mucho más complicado. Hay alta deserción de estudiantes que ingresan a la universidad y se tienen que retirar porque no tienen cómo sostenerse económicamente. Nuestra tasa de deserción, que supera el 50 por ciento, es una de las más altas en Latinoamérica; sin contar la deserción en estudios primarios y secundarios.
El estudio advierte que si continúa ese privilegio de acceso, será muy difícil reducir la desigualdad social. Las posibilidades de ascender dentro de la sociedad colombiana son muy pocas, además, porque el círculo de familias en donde está concentrada la riqueza es cada vez más reducido. Sí, hay esfuerzos para democratizar las oportunidades y para que la clase media pueda ascender, pero esta se empobrece porque su poder de adquisición, reflejado en los salarios de los profesionales, es reducido. Muchos se la pasan toda la vida pagando la casa o el carro, y difícilmente logran ahorrar para una buena universidad para sus hijos.
Existe una brecha abismal entre la calidad de la educación privada y pública. En esta última los maestros están mal remunerados, hay pésimas condiciones locativas, contextos de violencia y un sinnúmero de factores de perturbación social que influyen en la movilidad social. Lo más frustrante es que a la universidad pública, cuya calidad académica es indiscutible, es difícil ingresar. En la U.de A., por ejemplo, miles de jóvenes se inscriben y quedan a medio camino de su sueño. Miles aspiran a cursar medicina, pero solo se ofrecen 135 cupos. Eso, sin contar los cupos para especializaciones, los que algunas universidades reservan para hijos o parientes de prestantes médicos.
¿Qué pasa con los que no pasan? Finalmente acuden a una universidad de garaje, donde la calidad es severamente cuestionada. En algunas empresas privadas existe, incluso, cierta discriminación para profesionales de universidades que no son reconocidas.
En siglos pasados los libros que llegaban de Europa se quedaban en Bogotá, en manos de los hijos de las familias adineradas. Eran estos también quienes podían salir a estudiar a las mejores universidades en el exterior.
Hay que seguir trabajando para cambiar radicalmente eso. Que la calidad de la cuna no condicione las posibilidades de ningún colombiano.