Columnistas

CUBA: REVOLUCIÓN ES DECEPCIÓN

10 de enero de 2019

Como un gesto de profundo simbolismo, el 1 de enero el acto oficial para celebrar el 60º aniversario del triunfo de la Revolución cubana se hizo en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba. Más que el cumpleaños de algo vivo, sus defensores se reunieron alrededor del cadáver de un proceso, del ataúd de una utopía.

Las consignas oficiales conmemoraron que hace seis décadas unos barbudos bajaron de la Sierra Maestra e irrumpieron en la vida nacional, pero eso no significa que el país lleve todo ese tiempo en renovación. En el día a día es fácil darse cuenta de que la Revolución se nos volvió cadáver. Los vientos que generó arrasaron generaciones y moldearon la mentalidad de un pueblo. Sus coletazos represivos han afectado a todos, con más intensidad y gravedad que el beneficio de sus llamadas “conquistas” sociales.

Es casi obligatorio hacer un balance para contrastar logros y fracasos, sobre todo para responder a la pregunta de si tantos sacrificios, muertes, pérdida de derechos, éxodos, prisiones, se corresponden con lo alcanzado, o –al menos– con lo que se proclama como logrado. ¿Valió la pena poner patas arriba una nación, desarticular su economía para volverla a redefinir y empujar al exilio a millones de hijos de esta tierra?

A inicios de la década de los noventa del siglo pasado los preceptos del “igualitarismo” ramplón que habían moldeado la realidad social durante los primeros pasos del proceso se toparon con la realidad de que surgieron nuevos ricos y que el Estado no podía garantizar un mercado racionado que pudiera cubrir las necesidades de la gente ni un sistema de privilegios materiales para ganar fidelidades. El dinero retomó su valor de cambio en la medida que el turismo extranjero llegó a la Isla y el dólar delineó el nuevo rostro de la cotidianidad en la Isla.

Agotado el entusiasmo, apagada la ilusión de que el proceso revolucionario pudiera ofrecer una vida digna a cada cubano, solo quedó la represión para mantener el control. Las conquistas en servicios públicos, como la educación y la salud, también sufrieron un franco deterioro y hoy languidecen bajo los problemas de infraestructura, la excesiva ideologización y las grandes ausencias éticas.

De ahí que el aniversario 60º se celebre en un momento crucial. Una decena de octogenarios, sobrevivientes de purgas, infartos y accidentes, autoproclamados como la generación histórica de la Revolución, empieza a preparar su retirada y a aceptar la realidad de que necesitan un relevo. Los nuevos lobos de la camada exhiben sus manos limpias de sangre y confiscaciones mientras juran lealtad y prometen sostener la continuidad a cualquier precio.

De momento, el hecho más notorio y trascendente que deja su marca en el sexagésimo cumpleaños es la nueva Constitución de la República. Una relación de artículos que busca dejar “atado y bien atado” el sistema para los potenciales herederos que quieran atreverse a cambiar algo. Es la hoja de ruta del inmovilismo, el rígido testamento político de un proceso que se vanaglorió de renovador e irreverente.

En su articulado se consagra la “irrevocabilidad del socialismo” y el rol de máxima fuerza dirigente del Partido, claro ejemplo de la voluntad conservadora que desde hace mucho tiempo domina al régimen. Se trata del último gesto para intentar controlar desde la tumba de la Revolución cubana la vida que discurre aquí afuera. Un difunto que busca regular cada paso, como si el ataúd de la historia pudiera condicionar el futuro.

* Periodista cubana, directora del diario digital 14ymedio.