Conocer la guerra para querer la paz
El país que debate y opina sobre la conveniencia de negociar el fin del conflicto armado no incluye a las comunidades más afectadas por la guerra. Para la mayoría de los pobladores urbanos que se oponen al proceso de paz, la guerra es un dato abstracto y alejado de su realidad. Para esas personas, la guerra es un tema de película o un eje de retórica política; no es miedo, pérdida ni muerte. Para ellos, la guerra es enemistad racionalizada, odio enquistado y aborrecimiento refinado. Gran parte del país urbano, especialmente el privilegiado, no sabe lo que es vivir bajo el dominio de la guerra.
Claro que la guerra está presente como referente popular, pero la Colombia urbana privilegiada está aislada de la coerción y el pavor de la beligerancia. Como idea, todos interiorizamos que vivimos en guerra; pero como experiencia, la guerra le toca particularmente a unos –a los marginados, a los del campo. El problema de la divergencia entre idea y experiencia es que para esa población urbana, la guerra es normal– ahí ha estado hace décadas y en lo urbano todo sigue igual. Por lo tanto, para ellos, no hay mayores incentivos para acabarla.
Llevamos tanto tiempo en guerra que hemos normalizado el estado de cosas excepcional. Las noticias ya no nos impresionan. El desplazamiento forzado de personas es normal; hay desplazados por todo lado. Las confesiones de paramilitares que vinculan al poder público con la perpetración de atrocidades no tienen eco. Las incursiones armadas en pueblos apartados no logran ni una mención en el noticiero nocturno. Esta es nuestra guerra, normal, como siempre, como si nada.
Para los pobladores de las veredas que quedan “por la Y hacia la derecha” o “más allá de los mangos” o “de para arriba”, la experiencia es otra. Hay temor, llanto, insomnio. – Ayer mataron al Pitufo y nadie se atreve a recoger el cuerpo. Los chulos ya iniciaron su comilona. – Susanita cumplió trece y está muy bonita. El comandante le echó ojo. Es mejor que se vaya antes de que la vengan a buscar. – Ayer se llevaron al man de los limones; tenga cuidado que usted tampoco tiene permiso pa’ vender.
Las dinámicas no son complejas; de hecho, los conflictos pueden ser banales. En el teatro de la guerra, la desconfianza cubre casi todas las relaciones sociales. Lejos de las batallas fantásticas de la televisión, la guerra es sobre todo control social a partir del miedo. Se mete en todo y se vive como la espantosa realización de que la abducción o la muerte pueden llegar en cualquier momento, porque sí o porque no. La violencia atropella la vida social, engendrando sospecha y turbando la confianza. En cualquier momento, la guerra puede hacer su aparición: de la mano de un escuadrón viene el pavor, viene la muerte.
Para estos colombianos y colombianas de vereda la guerra tiene implicación real. Su hogar, su espacio vital, su comunidad han sido tomadas como escenario bélico. La confrontación armada se desarrolla a su alrededor. Su pérdida no es noticia, sino turbación: experiencia íntima e imborrable de dolor y sufrimiento. Para ellos, la conveniencia de pactar el fin del conflicto no es quimera, sino necesidad. Ellos sí tienen mucho que perder; de hecho, pierden todos los días con la guerra. No hay como conocer la guerra para querer la paz....