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COMO SI FUERA OBLIGACIÓN ODIARNOS

10 de julio de 2016

El día que escribo este artículo, alguien que conozco está cumpliendo sus primeros noventa añitos. Se llama Ex César... (Bueno, no... En realidad se llama César Alberto, pero lo bauticé Ex César cuando me confesó que todo el mundo, menos yo, lo llama por su segundo nombre).

Es el rector emérito de una academia de caligrafía. Y es dueño de una memoria portentosa y de una prosa impecable con la que cada semana enriquece el último artículo publicado, que no necesariamente aplaude pero que sí me deja siempre una enseñanza.

Son personas como Ex César las que me devuelven la esperanza que me quitan otras, en especial cuando se trata de la dichosa paz que nos tiene divididos en dos bandos enfrentados a muerte, como si fuera obligación odiarnos.

Pero así como la paz no es la única generadora de violencia, para ser violento tampoco hay que clavarle un puñal a nadie. Oír decir a alguien: “Me alegra que aumenten los homicidios en Medellín, para que le vaya mal a Fico”, me dejó herida de muerte y aún no me repongo.

Y como “un dolor duele mucho, pero arde más un ardor”, que otro alguien después de leer un artículo con el que no estuvo de acuerdo me preguntara cuánto me pagaron por escribirlo, me dio más miedo que rabia: ¿De qué estamos hechos? ¿De dónde les salen tantas ganas de hacer daño a los seres humanos, incluso a los que se dicen pacifistas y se ufanan de ello en todas partes hasta con megáfono?

Ya no me alcanzan los dedos para contar los líderes políticos, naturales y de opinión que, a mis ojos, han perdido credibilidad porque en el empeño de defender su verdad y sus posiciones ideológicas se sienten superiores y con derecho a ridiculizar a sus opositores. ¡Qué digo ridiculizar, si hasta puré les da ganas de hacer con ellos!

No olvido que el nuestro ha sido un país de miedo, muerte, tragedias, masacres, impunidad, silencios, verdades ocultas y verdades a medias. Nos dan miedo las llamadas extrañas, porque hasta marcar un número equivocado puede ser sospechoso. Nos da miedo caminar la ciudad, al punto que pasamos mil veces frente al mismo edificio y no sabemos de qué color está pintada su puerta principal, porque las guerras urbanas de narcotráfico, extorsión y raponeo nos han puesto una venda en los ojos y también nos da miedo despojarnos de ella. Nos da miedo sostenernos la mirada y la palabra.

Colombia está cansada de muertos, de huérfanos y viudas, de secuestrados, de guerras, de injusticias, de desigualdades, de carencias y de corrupción. Nuestro país necesita almas grandes, porque mezquinas ya ha tenido más que suficientes. Y Tampoco se merece que sus dirigentes fomenten más la discordia. ¿Acaso no se puede hacer oposición sin ofender?

A sus noventa años Ex César demuestra que es posible discrepar sin destruir y que las convicciones se defienden con fuerza, pero que fuerza no es sinónimo de insulto. La verdad no puede revestirse de odio ni los colombianos merecemos seguir viviendo bajo el imperio de los miedos. Ya basta de tanta infamia en nombre de la guerra. Y de la paz.