Caballero
Todos los columnistas llevamos un cabrón interno (y cabrona, seamos incluyentes: me incluyo) que tratamos de controlar en cada escrito. No obstante, a veces las cosas no salen bien...
Escribir como un cabrón no es un crimen. Como tampoco lo es tocar a una mujer sin permiso, según Antonio Caballero, columnista de la revista Semana y paradigma del periodismo nacional.
Su columna más reciente parte de una base sensata: “El presidente de los Estados Unidos merece ser destituido por motivos más importantes que la falta de decoro sexual: por genocidio, por ejemplo”. Ahora, no hay que ser un genio para entender que el genocidio es peor que el acoso sexual.
El escritor dejó de lado el argumento del genocidio para concentrarse en el acoso.
El texto se desdibuja cuando Caballero decide ampliar la idea: “Pero es que los abusos sexuales de los que se le acusa ni siquiera son eso: son simple grosería y matonería”. Otro ‘gran’ descubrimiento: reconocer que “un beso en la boca sin haber sido invitado” es menos perverso que un empalamiento.
Algunas imprecisiones demuestran que Caballero tiene algunos vacíos en su formación en derechos humanos (en especial en feminismo, que necesariamente deriva de ellos): “Coger una rodilla por debajo de la mesa puede ser de mala educación, pero no es un acoso machista (ni feminista)”. Caballero mete el machismo y el feminismo en el mismo saco: no es coherente equiparar un hábito cultural excluyente que ha permeado durante siglos todas las capas de la sociedad con un movimiento intelectual, social, cultural y económico.
También afirma: “Pero esto de ahora supera incluso la tormenta de pudibundería que estalló cuando se descubrió que el presidente Clinton se hacía chupar [...] por una becaria en el Despacho Oval de la Casa Blanca”.
Los acosos de Trump no son comparables con el caso Clinton/Lewinski porque ella ha repetido hasta el cansancio que estaba enamorada de su jefe. Lo que hayan hecho el presidente y la becaria fue mutuamente consentido. No se trataba de una presión desde una posición de poder, como lo son las denuncias contra el actual presidente de Estados Unidos y Harvey Weinstein.
No es necesario citar ni constituciones ni leyes ni tratados internacionales para evocar la base del feminismo (del light, del denso, de todas sus formas): el derecho de las mujeres a decidir.
Puedo ser una mujer casada, soltera, lesbiana, monja, santa o prostituta: solo yo decido quién me puede poner un dedo encima. Decidir en las urnas, en mis finanzas, en mi cuerpo... de eso se trata el feminismo.
Finalmente, escribe el columnista en torno al acoso: “Es lo normal: como las danzas nupciales que hacen algunos pájaros”. La comparación parecería hermosa si no fuera porque la conducta que él considera “normal” les ha cortado las alas a muchas mujeres.
De Caballero aprendí el valor de pegarme como un perro guardián de la bota del pantalón del intruso, no soltar asuntos cruciales como la defensa de las libertades en un mundo que permanece bajo la tentación de la derecha. Como el columnista de Semana, muchos hemos respaldado sin pausa la legalización de las drogas. Y de la misma manera, muchos insistiremos en rechazar la “normalización” del acoso sexual y en el derecho de las mujeres a decidir.
¡Feliz navidad!.