¡BENDITA TÚ ERES ENTRE TODAS LAS MUJERES!
Según el Evangelio de Lucas (1, 39-45), lo primero que hizo María después de haber sabido que su prima Isabel llevaba seis meses de embarazo, fue ir a acompañarla, teniendo en cuenta además que, como ya era de edad avanzada, probablemente no podía ser asistida por la abuela del bebé que iba a nacer, como suele suceder en las familias. De esta forma, la que se acababa de reconocer a sí misma como servidora del Señor puso inmediatamente en práctica lo que había dicho, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente del necesitado. María debió recorrer unos 150 kilómetros desde Nazaret, en Galilea, hasta una pequeña población de Judea llamada Aim-Karim, situada en la montaña a unos tres kilómetros de Jerusalén.
El recorrido solía durar cinco días, empleando el medio de transporte más común de aquella época entre los pobres, que era el asno o la mula, pues el camello o el caballo eran para los más pudientes. Al imaginar a María en camino, unámonos espiritualmente a ella y pidámosle que con su intercesión nos alcance del Señor una auténtica disposición a servir, poniéndonos nosotros también en camino hacia donde están las personas que pueden en este momento estar necesitando de nuestra solidaridad, de nuestra ayuda, de nuestra compañía en medio de situaciones difíciles.
“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” La Iglesia católica ha consagrado esta exclamación de Isabel en la oración conocida con el nombre de Avemaría. Esta oración, en su primera parte, está compuesta por el saludo del arcángel Gabriel en el relato de la Anunciación y la doble bendición de Isabel. Y en su segunda parte, a la invocación “Madre de Dios” agreguémosle “y Madre nuestra”, pues Jesús nos la dio por madre espiritual poco antes de morir en la cruz. Repitamos interiormente el Avemaría tomando conciencia de su contenido, de modo que se constituya en nosotros como una especie de mantra (palabra que proviene del antiguo idioma sánscrito y significa pensamiento liberador), y que, al repetirlo, nos vaya identificando con la actitud mariana de disponernos a cumplir la voluntad de Dios, que es voluntad de Amor, porque Dios es Amor.