Columnistas

Bastardos con gloria

08 de noviembre de 2017

Difícil escribir sobre este asunto sin rabia...

En redes sociales, le ha dado la vuelta al mundo la campaña #MeToo (Yo también), en la cual miles de personas –en especial mujeres– exponen sus experiencias como víctimas de acoso sexual. La movilización la originó el caso del productor Harvey Weinstein, denunciado por acoso sexual (incluso de violación) por más de cuarenta mujeres. Gwyneth Paltrow y Angelina Jolie, son algunas de las actrices que expusieron los desafueros del magnate de Hollywood.

No fueron suficientes las revelaciones de las perseguidas por Weinstein. Tampoco bastaron las miles de historias que circularon en las redes sociales virtuales (después de leer hasta el cansancio, me pregunto si hay alguna mujer en nuestra sociedad que haya llegado a los cuarenta años sin jamás haber sido acosada en la oficina, la universidad, la calle...).

La cúspide de esta montaña de impunidad y silencio está en la entrevista a Quentin Tarantino publicada por The New York Times: “Ojalá hubiera asumido la responsabilidad de lo que había oído”, declaró. El legendario director de ‘Pulp fiction’ e ‘Inglorious basterds’ reconoció que sabía las porquerías que hacía su amigo mucho antes de que fueran públicas. Weinstein había ‘tocado’ a Mira Sorvino –¡exnovia del mismo Tarantino!– contra la voluntad de ella. Y hay más: el cineasta recordaba el “arreglo” por cien mil dólares que el productor hizo en 1997 con la actriz Rose McGowan, para que callara que había sido violada por él.

La complicidad despojada de remordimientos, escudada en una cultura permisiva e indolente, solapada ante la ley, arrodillada al poder.

En Colombia, la Ley 1257 de diciembre 04 de 2008 creó el artículo 210A del Código Penal colombiano, el cual tipifica el delito de acoso sexual. El acosador es aquel “que en beneficio suyo o de un tercero y valiéndose de su superioridad manifiesta o relaciones de autoridad o de poder [...] persiga, hostigue o asedie física o verbalmente, con fines sexuales no consentidos, a otra persona”. La sanción oscila entre uno y tres años de cárcel (razón por la cual el victimario, aunque sea hallado culpable, no va tras las rejas).

¿Cómo denominar a quien es testigo de un delito y guarda silencio? No se trata de un “irrespeto”: alcahuetear un hecho delictivo, callarlo, es proteger al agresor, convertirse en cómplice. Como Tarantino.

En el año 2014, el Ministerio del Trabajo realizó un estudio de percepción entre 1.804 trabajadores. Un 13% de los encuestados había sido víctima directa de acoso sexual. De ellos, 63 % eran mujeres.

Se supone que las juntas directivas de empresas y entidades deben velar para que se cumpla dicha ley: ¡den un paso adelante las campañas empresariales antiacoso en Antioquia! (En Colombia, vale destacar iniciativas como Pares de acompañamiento contra el acoso, Paca, o el colectivo de estudiantes No es Normal, que le han hecho frente al acoso y el sexismo).

La idea no es inundar las cárceles con libidinosos prematuros, pichones de viejos verdes, sino transformar nuestra cultura, educar en la igualdad. Aspirar a que, en un día no lejano, los tarantinos se reduzcan a ser bastardos sin gloria.