Algunas experiencias sobre mi secuestro

Cada día, cada año que termina, es motivo para mí de profundas reflexiones sobre la existencia humana. Particularmente mi secuestro -2000 al 2008-, fue una prueba de vida que me proporcionó esa sensibilidad especial en momentos de transición como el que vivimos al finalizar y empezar otro año.
En mi cautiverio perdí la primera posesión del hombre: la libertad. Sin embargo, el haber llegado al umbral más alto de mi dolor, me aportó mucho como individuo. Elevó mi nivel de tolerancia, en especial para comprender mejor a las personas y también para perdonarlas. Tras estos años en libertad, he decidido que perdonar es lo única manera que nos salva de estar moliendo resentimientos. Ya lo he dicho en esta columna: de no haber perdonado a mis carceleros estaría aun mentalmente secuestrado en la selva.
En El sentido de la vida, el padre Gonzalo Gallo comparte ejemplos valiosos. “Las sequías no son eternas, no hay fracasos sino aprendizajes”, dice. Christopher Reeve, reconocido por su papel de Superman, sostenía que su ánimo y el amor por los suyos, le daba sentido a su vida, no obstante de estar cuadripléjico y conectado a un respirador. En Colombia, el ‘profe’ Luis Fernando Montoya, quien perdió su movilidad como consecuencia de una acción delincuencial en su contra, también es un ejemplo de fuerza y superación.
Gallo cita lo que Prometeo dice en el texto de Esquilo: “lo que hay que vencer es la incapacidad de los pueblos para organizar la esperanza”. La esperanza es más duradera que la ansiedad y la propia angustia. Durante el secuestro padecí siete paludismos. Uno de ellos fue cerebral; según los médicos de diez casos solo uno se salva. Pese a mi ansiedad y mis enfermedades continuas, nunca dejé de darle sentido a mi vida ni perdí la esperanza de fugarme. Y ciertamente así ocurrió. Hoy estoy disfrutando de esa oportunidad.
Que el propósito de estos nuevos tiempos sea aprender de la confianza de aquellos que no desfallecen. “El ave canta aunque la rama cruja, como que sabe lo que son sus alas”, dice un bello poema de Salvador Díaz Mirón. Si no lo intentamos, nunca nos daremos cuenta si somos capaces de algo. Los alpinistas tienen como regla de oro que su fuerza no está en los músculos sino en su alma y la mente.
El reconocido siquiatra Redford Williams, descubrió que las personas resentidas, secuestradas mentalmente por un dolor, tienen siete veces más probabilidades de sufrir una enfermedad cardiaca. En ese sentido coinciden las narrativas de los prisioneros del Holocausto Nazi; quienes no lucharon por sobrevivir, fácilmente perdieron la fuerza para continuar; y quienes le dieron sentido a la vida sin resentimientos, tuvieron una mayor esperanza de vida. Bien decía Napoleón: “la victoria es siempre del más apasionado”.
Desde mi experiencia de cautiverio, que hoy se ha convertido en una auténtica pasión por la vida, puedo decirles que renegando, victimizándonos y siendo resentidos con la vida, lo único que logramos es sembrarnos espinas en el alma. Estas, en vez de aliviarnos, nos producen más dolor.