Toro, el sereno alivio del San Vicente Fundación
Así es Julio Ernesto Toro, quien se retira de la presidencia de la entidad hospitalaria sin ánimo de lucro, luego de 28 años de mantenerla de puertas abiertas.
Reportero por vocación. Convencido de que el periodismo es para mejorar la vida de la gente. Ahora escribo de temas económicos en El Colombiano.
Julio Ernesto Toro Restrepo, a sus 68 años, aún no sabe por qué terminó siendo médico, le hubiera gustado ser ingeniero mecánico o químico. Pero lo que tenía claro desde cuando era bachiller del colegio de la Bolivariana, es que quería dedicarse a algo en que pudiera ayudar a mucha gente al mismo tiempo.
Cuando ya estudiaba medicina en la Universidad de Antioquia se encontró con la cátedra de salud pública y, desde entonces, quería ser director de un hospital. Los amigos le decían que estaba loco, pues la tradición era seguir el camino de la atención clínica, la consulta, la cirugía. Incluso un profesor tenía el hábito de mirar el mosaico de fotos de los estudiantes y cuando llegaba a su imagen, decía: “este no va a llegar a ningún Pereira”.
Y aunque no llegó a Pereira, sí lo hizo a esa oficina sobria y amplia de la Dirección General del entonces Hospital Universitario San Vicente de Paúl, hoy San Vicente Fundación. A sus 35 años, en marzo de 1983, ese médico bajito y delgado que muchos miraban con escepticismo, llegó para ponerse al frente de una entidad a la que se entregó de tiempo completo.
Luego de dos periodos, que suman casi 28 años, en que estuvo al frente de una de las entidades hospitalarias más importantes de Antioquia y el país, Toro anunció en diciembre su retiro, que se hará efectivo en febrero o marzo, cuando llegue su relevo.
Le dejará una entidad sin ánimo de lucro con signos vitales estables y que atiende un 15 por ciento de la demanda asistencial de Medellín, a pesar de que Gobierno y las EPS le deben 310 mil millones de pesos.
Pero eso no ha limitado que se atiendan 81 mil urgencias al año, más de 200 mil consultas, unas 17 mil cirugías, más de 27 mil hospitalizaciones con sus 662 camas y se realicen un millón de exámenes de laboratorio y 106 mil imágenes diagnósticas. Y siempre con las puertas abiertas, sin negar servicios. No en vano, el 83 por ciento de los pacientes son de los más pobres del régimen subsidiado.
“Somos la entidad de mayor nivel de complejidad de Medellín, y no tanto por el tratamiento de la enfermedad, sino porque llegan pacientes de menos recursos, de lejos o de cerca, muy enfermos, pero a todos los atendemos lo mejor que podemos, esa es la consigna diaria”, comenta Toro, durante una amena conversación en que advirtió que ningún mérito es suyo, sino de todos los fieles colaboradores de la entidad, desde médicos hasta personal administrativo.
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Serenidad, esa palabra encierra el secreto con que Toro ha sabido mantener a flote a San Vicente Fundación, tanto con la sede centenaria de Medellín, como la de Rionegro con sus servicios especializados, Corpaúl y el Instituto de Alta Tecnología Médica (Iatm).
“Si el balsero se asusta, se hunde la barca en medio de una tormenta bien templada. Pero si uno se mantiene sereno, la tripulación confía en que aún no ha llegado la muerte”, reflexiona este médico, quien, en broma, afirma que las crisis financieras del San Vicente ya son anécdotas.
Y lo dice con conocimiento de causa. En su primer periodo como director, entre 1983 y finales de 1990, lo primero que aprendió fue a administrar escasez, pues los auxilios del Departamento y de la Nación siempre llegaban tarde, cuando las cuentas estaban a reventar.
Incluso esto obligó a ser muy recursivos, al punto que las jeringas desechables, dejaban de serlo al volverlas a esterilizar, porque no había con qué comprarlas. También se halló la manera para suturar con nylon de pescar y se adaptaron agujas y así se podía continuar con cirugías de abdomen.
“A pesar de que era una época dura por tanta violencia que había en la ciudad, el doctor Toro nos insistía que no se podía dejar de atender a los pacientes, fuera el sicario o la víctima de una bomba, por eso siempre respaldó la recursividad que surgía de la necesidad y la investigación”, relata Giovanni García, hoy jefe de Cirugía Vascular.
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Antes de que se le pasara por la cabeza llegar a ser director del San Vicente, Toro se probó como médico rural. En 1975, recién egresado, vio en una cartelera el telegrama en que se pedía un médico para Leticia. Desde una cabina de Telecom del barrio Belén, llamó a averiguar y lo aceptaron de inmediato.
Durante 15 meses sólo volvió a Medellín para casarse con su novia enfermera, quien fue la que comentó al suegro de la decisión. Después se devolvieron ambos para trabajar en extenuantes turnos de 24 horas cada cuatro noches en el único hospital del último rincón de Colombia.
A su regreso, se consiguió con el Municipio un puesto como director del centro de salud del barrio Popular No. 1, que trepaba ya por la ladera nororiental de Medellín. Luego de un curso corto en administración hospitalaria terminó en agosto de 1977 dirigiendo por tres años la Unidad Intermedia de Salud del corregimiento de San Cristóbal.
Era feliz. Acabó con el sistema de fichos que limitaba la atención de pacientes. Su oficina, con dos puertas, terminó siendo consultorio para clasificar y filtrar los pacientes (triaje). A pesar de la gran cantidad de trabajo, ninguno de los médicos se quejaba, porque Toro trabajó hombro a hombro con ellos.
Además habilitó consulta de ginecología y reabrió el quirófano. Él mismo en las tardes llevaba en su carro el instrumental para que un médico amigo se lo esterilizara en el hospital de la Cruz Roja (hoy Concejo de Medellín), y en la mañana lo recogía para operar.
Por un par de años, a comienzos de los ochenta, Toro se dedicó a la consulta particular, cobraba barato y ganó una buena clientela. Y vaya paradoja, fue el médico funcionario del Municipio con quien tanto discutió, porque nunca pudo montar un programa para pacientes hipertensos en San Cristóbal, quien terminó ofreciendo la subdirección Médica del San Vicente de Paúl, antes de asumir como director.
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Ya en el cargo, trató de dar independencia administrativa al hospital de la Universidad de Antioquia, lo que generó roces, y tuvo que lidiar con siete sindicatos y paros como el de 1987. Con carpa y olla para el sancocho, montaron plantón afuera de su oficina. Los directivos del hospital, atemorizados, decidieron no ir trabajar, pero Toro sí.
“Estaba solo, no entraba ni una llamada, pero yo no podía dejar el hospital. Incluso hubo amenazas, pero yo seguía viniendo. Al final se arregló la cosa, pero fue una época dura en que los conflictos de la Universidad se transferían para acá”.
Incluso una vez sitiaron el edificio administrativo y Toro quedó encerrado por un día en su oficina, como el resto del personal. Solo dejaban ingresar al decano de Medicina de la época, Jaime Barrero:
—Doctor Toro, vengo a sacarlos de aquí.
—A los que hay que sacar es a esos invasores. Aquí nos quedamos —respondió Toro. Y así fue.
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En noviembre de 1990, luego de una notable gestión para dar solidez administrativa al hospital universitario, Toro decidió aceptar ser gerente de la naciente Susalud, filial de medicina prepagada de Suramericana.
Cada año iba a “renovar votos”, como recuerda, con Nicanor Restrepo, hasta que al ver que la Ley 100 de 1993 haría más complejo el negocio y que lo suyo no era buscar beneficio económico con la salud, decidió retirarse.
Por pocos meses estuvo al frente del Iatm, cuando la junta del San Vicente lo volvió a invitar a ser director de la fundación hospitalaria, en febrero de 1995.
“Con la Ley 100 en marcha, el modelo cambió completamente y era facturar al Gobierno y las EPS para que nos pagarán por los servicios. Al principio fue difícil que lo entendiera el personal médico. Dijeron que yo iba a acabar con el hospital, que yo no quería a los pobres, hubo diferencias con la Universidad de Antioquia”, cuenta Toro.
En todo caso, el cambio se asumió y por primera vez en ocho décadas, en 1996, la fundación alcanzó punto de equilibrio financiero.
Entre tanto, otros hospitales, recuerda Toro, eran felices remitiendo pacientes pobres al San Vicente, que ya tenía experticia en equilibrismo financiero y cobrarle al Gobierno por pacientes no afiliados, así como a las duras de pagar EPS del régimen subsidiado.
Después vino la idea de expandir las instalaciones del San Vicente para mejorar la atención y la cobertura, pero un acuerdo del Concejo de Medellín declaró bien de interés cultural las instalaciones y no se podían modificar.
Luego de buscar lotes en Barbosa, Copacabana y hasta Caucasia, lograron conseguir un predio en Rionegro para lo que sería una sede centros especializados.
—Pero, ¿de dónde sacó la plata?
—Le dije a la directora Financiera que en este mundo sólo le creen a los que tiene plata, entonces, consigamos plata.
—¿Y cómo hizo?
Le dije que ahorráramos el 10 por ciento de todo lo que recaudábamos y, como el hombre más rico de Babilonia, hicimos un ahorrito de a poco.
—¿Y de cuánto fue?
—De la mitad de los 230 mil millones de pesos que costó la nueva sede (abrió en 2011), la otra parte la conseguimos con los bancos, que ya nos creían.
—Pero para ese momento ya se veía venir la crisis de la salud...
—Estábamos mejor en esa época, pero ahora la crisis ha sido tan larga que ya tenemos bajitas las defensas financieras.
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Hace seis años casi se muere el doctor Julio Ernesto Toro. Un infarto lo llevó a ser paciente del hospital que dirigía. Pero “me reencaucharon para seguir al frente”, claro, le tocó mejorar sus hábitos, hacer ejercicio y controlar la alimentación.
Ese fue uno de los primeros campanazos para bajarle a la intensidad con que vive cada día.
Sin embargo, decidió postergar su retiro por la crisis generada por la falta de flujo de caja. La plata está atrapada en forma de facturas por atenciones que no pagan las EPS que, a su vez, afirman que el Gobierno no les paga, mediante el Fondo de Solidaridad y Garantía (Fosyga). Al final, el Sistema de Salud está desfinanciado.
Esto llevó a Toro, con su aplomo y franqueza, a ser una de las voces más críticas, pero con respeto, de las tardías decisiones que ha tomado el Gobierno para detener la hemorragia financiera.
Le ha dicho personalmente al ministro de Salud, Alejandro Gaviria, los ajustes que considera se deben de hacer: desde que haya copagos adecuados para una salud que no le está costando a la gente lo que es; pasando por estímulos para que las instituciones prestadoras de servicios de salud (IPS) amplíen su cobertura; hasta que se acabe el Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (Soat) y mejor se pague el equivalente como sobretasa de la gasolina, así que quien usa carro o moto, paga en el consumo de combustible el riesgo que asume.
“Tener un plan obligatorio de salud (POS) está generando un estímulo perverso en la intermediación. Se debe tener una base de procedimientos esenciales, eso no debe tener precio. Usted tiene derecho natural a la vida, ¿por qué tiene que pagar por eso?”, cuestiona Toro, quien reconoce que le dará “muy duro” dejar al San Vicente, pero tendrá la posibilidad de darse un año sabático para poner al día lecturas y salir a caminar por Medellín.