El hombre que aún vende botas texanas en Medellín
Don Freddy Restrepo es dueño del único local que se especializa en
este clásico calzado. El negocio tiene 65 años y sobrevivió a la pandemia.
En la calle Carabobo hay una llamativa tienda que ha resistido al inclemente paso del tiempo y a los cambiantes gustos de las generaciones paisas. Lleva 65 años instalada en ese tradicional sector del centro medellinense y muchas personas se detienen a curiosear el espacio.
Tal vez, el ingrediente especial son las botas que penden del techo, la mayoría de caña alta, en cuero y con punta de aguja. También las hay con punta nariz de cochino y traen diversas texturas.
“Todavía las usan. Hace poco llegaron unas muchachas y me pidieron las más peludas que tuviera. Se las mostré y las compraron”, narró don Freddy Restrepo, el dueño del Almacén y Calzado Tolú, nombre que lleva este sexagenario local.
Don Freddy es uno de los comerciantes más conocidos del sector y ha sido testigo de la transformación en los alrededores. Él llego con tan solo 14 años al negocio para encargarse de mantener las vitrinas impecables. Y aunque no lo tenía en sus planes, con el tiempo se convirtió en el dueño del aviso.
Del barrio al comercio
Oriundo del barrio Aranjuez, fue el segundo de nueve hermanos y no pudo dedicarse a estudiar porque la situación económica de su familia no lo permitía.
Su padre era policía y conocía al propietario de Calzado Tolú. Por eso le dieron empleo en la tienda siendo apenas un adolescente. Su tarea consistía en limpiar las estanterías y el calzado de las vitrinas. El jefe era estricto y las jornadas eran extensas: abrían a las 6:00 de la mañana y cerraban a la medianoche.
En esa época, más o menos 1974, El Pedrero era el lugar más concurrido para la compra de abarrotes en la capital antioqueña. Todo ese movimiento alimentaba el comercio aledaño y los clientes nunca faltaban para los almacenes de calzado.
Según recuerda don Freddy, el tramo de Carabobo en el que se ubica su tienda, albergaba cerca de 50 almacenes dedicados a la venta de zapatos, todos de fabricación nacional. Esos fueron los años de la bonanza zapatera en Antioquia y los proveedores locales abundaban.
Mientras tanto, él aprendía cómo abordar a un potencial comprador y cómo atenderlo. Con el pasar de los días, desarrolló esa intuición y ascendió al cargo de vendedor, un oficio en el que entendió que un buen comerciante nunca juzga el poder adquisitivo de un cliente por su atuendo.
“No se debe menospreciar a nadie porque uno no sabe quién le va comprar. La gente cree que el que está emperifollado compra más fácil que el que viene en sandalias, pero se equivocan. Hace años entró un señor descalzo, nadie lo atendía y yo me dí el gusto de atenderlo: me compró seis chaquetas, seis pantalones y seis camisas”, relató.
Más adelante, aprendió a manejar la caja registradora y fue así que, a los 25 años, comenzó a administrar el local, y tenía que esmerarse con las cuentas porque el dueño no toleraba las imprecisiones.
Hora de emprender
Aunque el negocio marchaba bien, el fundador de Calzado Tolú tomo la decisión de venderlo y puso un aviso en la calle para buscar comprador. Don Freddy temía por su suerte y la de sus compañeros si la tienda pasaba a manos de otra persona, por eso, se ingenió la manera de persuadir al propietario sin comunicarse directamente con él.
“Cuando el dueño se iba, nosotros le volteábamos el aviso de venta. Entonces, al ver que no podía vender, me dijo: Freddy, ¿usted tiene plata en el banco? No señor, le respondí. ¿Usted no tiene ahorros? No, yo me gano un mínimo, a mi no me alcanza para ahorrar”, así detalló el momento en el que le propusieron quedarse con la tienda.
Finalmente, en 1998, el propietario accedió a traspasarle el negocio por una suma de $50 millones. Sin embargo, le dio la posibilidad de pagarlo a cuotas con intereses del 3,5%. Cuando un banquero que lo conocía se enteró de la deuda, le prestó el monto total y le bajó los intereses al 2%.
Con 38 años, don Freddy quedó a cargo del local y de los empleados. La obligación que llevaba a cuestas era pesada —y asustaba— pero trabajó incansablemente para responder. Inclusive, al día de hoy, conserva a todos los trabajadores que se quedaron una vez adquirió el almacén. Y aunque ya están pensionados, todavía van a laborar.
Adiós a la bella época
Con la apertura económica del país, en la década de los 90, la industria nacional del calzado comenzó a marchitarse con más rapidez y las cacharrerías remplazaban los locales que, en otros tiempos, ocuparon los comercios de zapatos en Carabobo. Hasta que un día, solo la tienda de don Freddy quedó en el sector.
Él sigue surtiendo el local con calzado colombiano. De hecho, sus características botas son un producto 100% nacional. Nunca ha pensado en dejar su tienda a pesar de las adversidades que han llegado con cada década. Es un empresario de la gente, todos los días va a trabajar y deja la caja registradora si es que sus empleados no alcanzan para atender a todos los visitantes y no contempla retirarse.
“Mientras tenga vida, terminaré aquí. Si se va uno para la casa lo mata la quietud. Lo mejor es mantener la mente ocupada”, comentó el hombre que aún vende botas texanas en Medellín.