¿A dónde fue a parar la industria antioqueña?
Varias factorías emblemáticas desaparecieron. Nuevos sectores emergen en el horizonte.
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Coltabaco, Everfit, Fabricato, Hernando Trujillo, Fatelares, Coltejer son nombres que ocupan un lugar especial en las mentes de los antioqueños, que recuerdan la importancia que tuvieron estas industrias para el desarrollo local.
Varias de estas empresas icónicas ya cerraron sus plantas, unas cuantas entraron en procesos de insolvencia o se fueron del departamento y otras llevan años reportando pérdidas. Las más afortunadas aún luchan por mantenerse a flote, aunque hoy sean apenas una sombra de lo que fueron. Las demás ya hacen parte del anecdotario.
En 1920 Antioquia era el primer centro manufacturero del país. En 1940 producía más del 70 % de los textiles y casi el 100 % de los cigarrillos. Así lo detallan los economistas Juan José Echavarría y Mauricio Villamizar en su investigación de 2006, titulada ‘El proceso colombiano de desindustrialización’.
Hoy el panorama ha cambiado. Antioquia lleva tres décadas perdiendo su industria lentamente. La transición ha hecho que el departamento, y sobre todo su capital, hayan dejado de ser centrales manufactureras para convertirse en una suerte de núcleos de comercio y servicios, en parte asociados con la economía del conocimiento: “un sistema en el que este último elemento es fundamental para generar valor y riqueza”, y que incluye áreas como la robótica, la tecnología, los servicios financieros y la educación, de acuerdo con Ruta N, entidad del municipio de Medellín promotora de la innovación.
De acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), para 1990 el Producto Interno Bruto (PIB) de Antioquia era de 9,3 billones de pesos y la industria manufacturera pesaba un 21,3 %. En el año 2000 la producción departamental sumó 38,24 billones y la industria participó con un 16,61 %. En 2017, último año del que se tienen datos, el PIB de Antioquia fue de 121 billones y las manufacturas representaron un 16,52 %. Ha habido una disminución paulatina. Quizás no tan fuerte como se piensa.
Para Ramón Javier Mesa, profesor de economía de la Universidad de Antioquia, desde hace un par de décadas para acá el departamento ha cambiado su estructura productiva. Según él, hoy los sectores que más pesan son construcción y servicios. “Si uno mira, por ejemplo, la balanza comercial, se da cuenta de que nuestras importaciones de mercancías han aumentado, mientras que las exportaciones han bajado, y además han cambiado su naturaleza: el 50 % de ellas son materias primas, especialmente oro y flores”.
En efecto, ha habido una variación en la vocación económica regional, caracterizada por un rezago de la producción de mercancías, así como por la hegemonía y consolidación del comercio y las finanzas. Justamente, en lo corrido del siglo el sector industrial ha crecido un 57 %. Por debajo de rubros como construcción, que aumentó 340 %; comercio y hoteles, 127 %; servicios financieros e inmobiliarios, 111 %; y minería, 70 %. De esta manera, el renglón manufacturero, que hace 30 años lideraba el crecimiento de la región, hoy ha caído hasta el tercer lugar, superado por los sector financiero y comercio, que ocupan la primera y la segunda plaza, respectivamente.
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Las causas
La pérdida de la industria, sin embargo, no es algo exclusivo de la región, pues también se ha presentado a escala nacional e incluso en el resto del mundo, incluyendo los países desarrollados. A pesar de esto, el proceso colombiano se ha dado de una manera más profunda y prematura. El cierre de Coltabaco a comienzos de este mes es apenas el último capítulo de una historia larga.
Pero ¿qué significa precisamente desindustrialización? Para Humberto Franco, profesor del Departamento de Economía de Eafit, “este es un fenómeno económico en el que el sector industrial deja de ser la locomotora del crecimiento económico, cediendo protagonismo a otros sectores, como el de servicios o el comercio”.
Una de las razones que citan los expertos para explicar la profundidad de este proceso en Colombia es el “costo país”, que mide lo que le cuesta a un empresario llevar su producto hasta el destino final, sea nacional o exterior.
De acuerdo con cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), el tiempo de exportación promedio en Colombia es de 300 horas. Países como Argentina, México o Costa Rica no tardan un día en este proceso. La precariedad de las vías, un transporte multimodal insuficiente y exceso de trámites están entre los factores que producen esta situación. Y es que, opina Franco, muchas de las empresas que antes de la apertura económica se ubicaban en el departamento trasladaron sus plantas de producción a regiones más cercanas a los puertos, desde donde pudieran enviar sus mercancías al exterior con más facilidad, dado el nuevo panorama de competencia internacional.
Otro argumento que se esgrime son los choques externos que afrontó el país durante las últimas décadas. Aunque ahora la tasa de cambio es alta y el peso está devaluado, entre finales del siglo pasado y comienzos de este se presentó el caso opuesto. Eran los días en los que el dólar rondaba los 2.000 pesos. Sobre esto, Carlos Yepes, profesor universitario experto en desarrollo regional, asegura que el alto valor de la moneda local para la época explica en parte la pérdida industrial de Antioquia.
“Una tasa de cambio baja, es decir, un peso reevaluado favorece las importaciones y afecta las exportaciones, que son el sustento de la industria manufacturera a gran escala”.
Con él coincide Mesa, para quien este impacto lo notó de manera especial el departamento, pues las bajas tasas de cambio hicieron que exportar productos no pudiera cubrir el costo de producirlos, por lo que se desistió de ello, lo que redujo las utilidades industriales. Sin embargo, él aclara que “como ayer se tenía un peso reevaluado, hoy se tiene uno devaluado, lo que en teoría debería favorecer las exportaciones. Siempre habrá oscilaciones, por lo que este elemento es una explicación coyuntural, no estructural”.
Una tercera y última causa del fenómeno corresponde a las dinámicas globales. Como se dijo, la desindustrialización es una tendencia mundial. Países como Alemania, Inglaterra, Japón, Francia y Estados Unidos han atravesado por este proceso en los últimos años, según la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (Anif).
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No obstante, de acuerdo con Yepes, la pérdida de peso de la industria en el agregado nacional es un resultado esperado cuando se llega a un PIB per cápita de 9.000 dólares. “Se reduce la industria, pero esta aumenta su productividad e incluso toda la economía aumenta su productividad”. El PIB per cápita de Antioquia para 2017 estuvo alrededor de 6.750 dólares, inferior al nivel según el cual la disminución industrial sería una consecuencia natural.
Por su parte, Mesa explica: “en Antioquia la pérdida manufacturera no ha aumentado su productividad. Aquí se siguió un camino de desindustrialización diferente al de los demás países, porque aquí fue prematuro”.
Los efectos
Uno de los rasgos del empleo industrial es que este es formal y capacitado. Además de eso, este sector crea lo que se conoce como encadenamientos, que son eslabones que distintas empresas forman entre sí a raíz de su interdependencia económica. La empresa que produce maquinaria necesita, por un lado, proveedores de acero, así como profesionales en automatización. Luego vende su máquina a una manufacturera, que fabrica un producto. Aquí se ha conformado encadenamiento.
Ahora bien, la gran pregunta es si los nuevos empleos basados en el conocimiento pueden replicar estas tres características del empleo formal. Ni Mesa ni Yepes son optimistas frente a esto. Coinciden en que, para el caso antioqueño, una de las características del empleo en servicios o comercio es su tendencia a la informalidad, además de su poca productividad. Sumado a esto, al ser poco productivo, su remuneración es baja. De allí que redunde tanto en un menor aporte económico global como en bajos salarios.
Sin embargo, Alejandro Franco, director de Ruta N, piensa diferente. Según él, la ciudad ha atravesado un proceso de reconversión productiva que ha privilegiado el capital humano. “La diferencia entre empleos industriales y de servicios ya no aplica, pues ambos agregan valor”, asegura. Y dice que mientras la ciencia y la tecnología pesaban en el pasado menos del 1 % en el PIB departamental, a 2018 esa cifra fue 2,27 %. Lo cual demostraría la prevalencia de este nuevo sector basado en el conocimiento.