¿Qué árboles resisten mejor la contaminación en Medellín? Un estudio de la UdeA lo revela
Los mangos, un guayacanes o un urapanes no solo embellecen la ciudad, también tienen la capacidad de resistir, purificar e incluso advertir los niveles de contaminación del aire, tal y como lo reveló una investigación de la Universidad de Antioquia.
A simple vista, los árboles que bordean avenidas y parques de Medellín podrían parecer parte del paisaje. Sin embargo, para un grupo de investigadores de la Universidad de Antioquia, seis especies comunes tienen un papel mucho más activo: resisten la contaminación, purifican el aire o alertan del deterioro ambiental. El hallazgo, resultado de un estudio científico liderado por el profesor Mauricio Correa Ochoa, podría cambiar la forma en que la ciudad planifica su arborización en medio de una crisis sostenida de calidad del aire.
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El estudio se tituló Evaluación del índice de tolerancia a la contaminación del aire y del índice de desempeño esperado de seis especies arbóreas, en un valle tropical urbano: Medellín, Colombia, y analizó 54 árboles adultos en cuatro zonas críticas por su carga contaminante: los alrededores del Museo de Antioquia, la Universidad Nacional, el Politécnico Jaime Isaza Cadavid y Tanques La Ye. En esas áreas, los investigadores tomaron muestras de hojas de mango, guayacán rosado, gualanday, búcaro, tulipán africano y urapán, que luego fueron procesadas en laboratorio.
“Los árboles se pueden convertir en una especie de filtro”, explicó Correa Ochoa, docente de la Escuela Ambiental de la Facultad de Ingeniería y miembro del grupo de investigación G-Lima. “Una estructura que pueda capturar y eliminar del aire esos elementos o sustancias que están suspendidas y que son denominados contaminantes de la atmósfera, que generan daños a la salud y al ecosistema”.
Los análisis incluyeron la medición de ácido ascórbico, pH, clorofila total y contenido de humedad en las hojas. Con esos datos, los investigadores calcularon el APTI —índice de tolerancia a la contaminación del aire— y el API —índice de desempeño anticipado—, dos herramientas que permiten clasificar las especies como sensibles o resistentes. Esta metodología, avalada por la literatura científica, fue aplicada con criterios de rigurosidad en estaciones del Sistema de Alerta Temprana de Medellín y el Valle de Aburrá —Siata—.
Entre los árboles evaluados, el mango (Mangifera indica) sobresalió como la especie más tolerante. “El mango es constante en sus parámetros, no importa si el aire está muy contaminado o si está muy limpio. Se comporta bien y es de la especie más resistente que hemos encontrado en este proceso”, señaló Correa. Además de su capacidad para purificar el aire, la especie ofrece sombra, regulación térmica y frutos, lo que amplifica sus beneficios en entornos urbanos.
Por el contrario, el guayacán rosado (Tabebuia chrysantha - rosea) mostró altos niveles de sensibilidad. En zonas con mayores cargas contaminantes, sus hojas evidenciaron deterioro fisiológico: decoloración, deformaciones y presencia de plagas. A esta especie se sumaron el gualanday (Jacaranda mimosifolia) y el búcaro (Erythrina fusca), que también fueron clasificados como altamente sensibles. Su vulnerabilidad, sin embargo, no las descarta: pueden cumplir funciones bioindicadoras si se siembran estratégicamente para alertar sobre la degradación del aire.
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En un punto intermedio se ubicaron el tulipán africano (Spathodea campanulata) y el urapán (Fraxinus uhdei), especies que mostraron comportamientos variables dependiendo de la zona. Estas podrían ser útiles en una estrategia mixta que combine árboles resistentes para mitigar la contaminación y especies sensibles para monitorear sus efectos.
Para Correa, la clave está en planear con criterio: “Algunos árboles son sensibles, lo que significa que se enferman y se estresan, y lo manifiestan a través de sus hojas. Es así como empezamos a determinar y clasificar especies resistentes que podían ser sembradas o podrían ser esos individuos que necesitamos para purificar el aire”.
Los datos respaldan la urgencia. Según la Organización Mundial de la Salud, una ciudad debería contar con un árbol por cada tres habitantes para enfrentar los efectos de la contaminación. En el Valle de Aburrá, con cerca de 750 especies inventariadas, se estima un déficit de más de 350.000 árboles. Esto agrava la situación ambiental de una ciudad que cada año atraviesa episodios críticos de calidad del aire, en especial durante la primera temporada seca.
Además, en la actualidad muchas decisiones sobre arborización urbana responden a criterios ornamentales, sin considerar el potencial ecológico de las especies, por eso, la propuesta de la UdeA busca revertir esa lógica con evidencia científica. “Esta es una buena oportunidad para reflexionar sobre estos estudios que permiten tener más información para tomar decisiones basadas en conocimiento”, apuntó Correa.
El estudio no solo ofrece datos, sino también una guía práctica para que entidades públicas y privadas replanteen cómo, dónde y con qué especies se realiza la siembra de árboles en la ciudad, pues a largo plazo, esta información puede ser clave para rediseñar corredores verdes, mitigar islas de calor y mejorar la salud pública en un territorio densamente urbanizado.
El llamado del equipo investigador también abarca el entorno construido. “La prioridad está en definir algunas zonas que puedan estar presentando altos niveles de contaminación, tomar decisiones de sembrar árboles y modificar esa infraestructura dura de pavimento, arcilla de ladrillo, tejas, y edificaciones”, concluyó Correa Ochoa.
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