53 tortugas regresaron a su hábitat natural
Cincuentra y tres que vivían en el Parque de la Conservación fueron liberadas. Un adiós muy feliz.
Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.
Las dos tortugas tenían afán de ser libres: se salieron de las cajas en las que viajaron, en compañía de otras 51, desde Medellín hasta un lugar en Puerto Triunfo donde iban a ser liberadas. Un viaje que duró más de cinco horas, el último antes de volver a su hábitat natural. No había cómo volarse antes, iban bien protegidas en el carro, pero ellas estaban listas para salir de primeras, y aunque las volvieron a poner en las cajas para llevarlas a los puntos de agua, ahí donde iban a empezar la nueva vida, sacaban la cabeza, se montaban encima de las otras, intentaban salirse.
En ese recorrido otras cuatro, tal vez seis, se contagiaron del movimiento, pero las demás estaban muy quietas, algunas con la cabeza escondida entre el caparazón. De todas maneras, dice Ana María Sánchez, bióloga del Parque de la Conservación, antes zoológico Santa Fe, ellas son más activas en el crepúsculo, y eran las tres de la tarde, apenas para la quietud.
Prueba de natación
Desde hace varios años el Parque de la Conservación era el hogar de estas tortugas: 28 hicoteas (Trachemys callirostris) y 22 palmeras (Rhinoclemmys melanosterna). Llegaron allí después de ser recuperadas por las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) y el Área Metropolitana del Aburrá. Las otras tres, una morrocoy (Chelonoidis Carbonaria) y dos cajas (Kinosternon Leccostomum) fueron recuperadas por Cornare hace unos meses.
Estas especies de tortugas están entre las más traficadas en Colombia. Según un comunicado de prensa del Instituto Humboldt de marzo de este año, la hicotea es la que más se decomisa en el país. Ella y la morrocoy están en estado vulnerable de extinción, y la palmera en peligro.
Llegaron al Parque salvadas del tráfico ilegal, algunas fueron mascotas y otras, cuenta Natasha Mejía, líder de biodiversidad de esta institución, se reprodujeron allí. Ana María explica que no es posible saber cuántos años tienen porque con los reptiles es difícil medir la edad, y no hay datos exactos de cuándo llegaron, en tanto fueron en diferentes periodos, pero sí están seguros de que algunas llevaban varias décadas.
El proceso de liberación inició en septiembre, si bien la idea venía de antes: era un sueño que estas tortugas, que además generan menor impronta con los humanos (no hay dependencia, como les puede pasar a los monos), regresaran a sus hábitats, que son ríos, humedales y arroyos.
En septiembre se hizo la selección de las tortugas que podían volver a su espacio natural (no todas están listas): les tomaron muestras de sangre, les hicieron control de peso, miraron que fueran capaces de esconderse, si le huían al ser humano, si podían consumir diferentes alimentos y, por supuesto, prueba de natación. Salvo la morrocoy, todas son de agua dulce, así que es fundamental que sepan nadar. En el agua es donde se alimentan, se refugian y viven la mayoría del tiempo. En tierra ponen los huevos, en época reproductiva, que es dos veces al año.
También examinaron que estuvieran completas, sin malformaciones o mutilaciones. Ana María señala que cuando las recuperan algunas llegan en mal estado porque como es ilegal tenerlas, muchas veces se enferman y quienes las tienen en casa no las llevan al veterinario, entonces una simple herida se complica y termina en una pérdida de parte del cuerpo.
Las historias son aún más tristes: les ponen cuerdas en el caparazón, y pese a que es muy fuerte y duro, termina cediendo y deformándose. En esas condiciones no se liberan: serían muy vulnerables y tendrían pocas posibilidades de sobrevivir.
En el parque se quedaron 49, algunas en tratamiento médico, con la esperanza de que luego puedan ser ellas las liberadas, y otras que sí tendrán que quedarse allí, su hogar no puede ser otro porque necesitan cuidados especiales.
La liberación requiere un trabajo conjunto entre profesionales como biólogos, veterinarios, cuidadores, nutricionistas, y también que se unan instituciones, en este caso Cornare, el Área Metropolitana y el Parque de la Conservación.
Sin adioses
El recorrido entre el carro y los puntos de agua fue corto, unos 15 minutos. Unas quedaron más lejos, para que tengan su espacio (bueno, se van a mover). Ellas no son gregarias, de hecho solo se juntan para reproducirse, el resto del tiempo la pasan solas, es decir, en las canastas no hicieron amigas.
Las dos que estaban de afán fueron las primeras. El cuidador tomó a la más inquieta, con guantes para cuidarse mutuamente, que no haya microorganismos que le hagan daño al humano u otros que le hagan daño a la tortuga. La puso con cuidado en el agua y se fue, de afán: la mitad del cuerpo en el agua, la cabeza afuera, se quedó quieta, se hundió y adiós. A la segunda la pusieron en el agua, se fue rápido, buscó la tierra, volvió al agua, se hundió.
Cada una de las 53 se comportó diferente. La tercera tocó el agua, mojó la cabeza, se encontró con un palo, se hundió y se perdió. Unas tan pronto tocaron el agua se fueron, nada de mirar atrás. Otras se quedaron quietas, tal vez entendiendo qué estaba pasando, era una situación nueva.
Todas esquivaron a las personas que las veían irse. Otras esperaron: ya cuando se había perdido la cuenta, tal vez la cuarenta tocó el agua y se quedó un minuto quieta sin sacar la cabeza del caparazón, toda ella bajo el agua. Ningún movimiento ni de ella ni de la humana que estaba al lado. Entonces se fue, despacito, probando. No volvió a salir del agua, por lo menos no hasta que se perdió de vista.
Las dos cajas (las Kinosternon Leccostomum) eran las más pequeñas, cabían en la mano. La primera salió corriendo, la segunda, que se liberó en el suelo, se quedó escondida un rato, luego sacó la cabeza suavecito, y ahí sí, cuando todo estuvo bien, salió corriendo al agua.
Todas solitarias.
Las tortugas van tan solas por el mundo que cuando tienen bebés no los cuidan. Natasha cuenta que ellas ponen los huevos, aunque no todos sobreviven, estos eclosionan sin nadie que los espere y las nuevas tortuguitas luchan solitas desde el principio, sin mamá. La mamá ya se ha ido. En esas se la pasan toda la vida hasta que es hora de reproducirse. Por eso cada una salió por su lado, sin mirarse, sin acompañarse. Se verán dos veces al año, cuando se junten para la reproducción, no más. Lo suyo es la soledad. Los reptiles, precisa Ana María, se basan netamente en su instinto.
A la morrocoy la liberó Yésica Tabares, bióloga de Cornare. Le buscó tierra, cerca al agua, porque también la necesita, pero un buen espacio para que se moviera. La sobó un poco, como despidiéndose, la puso en el piso y esperó. Se fue despacio, se llevó un palo, se detuvo, siguió, paró, movió el palo y se fue en lo que debe ser correr.
La morrocoy había llegado a Cornare hace tres meses y estuvo en proceso de readaptación, sobre todo en la dieta y en que estaba muy dócil, pero lo logró y estuvo lista a tiempo. Después de que tocó tierra se perdió.
Prepárate, pececito
Estas tortugas tienen hábitos muy similares, dice Yésica. Necesitan suelo para el desove, pero se mantienen en zonas húmedas. La dieta es omnívora, comen vegetales, frutas, peces, invertebrados, alevinos. Esta dieta generalista, en la que comen de todo un poco, permite que su probabilidad de sobrevivir sea muy alta, coinciden Yésica, Ana María y Natasha.
Antes de la liberación, los expertos buscaron el lugar y se percataron de que tuviera agua y que esté asegurada su comida. El clima también fue importante, en su nuevo hogar hace calor, es húmedo, hay muchos árboles alrededor, mucho verde, muchos recursos, pantano y el agua corre.
Volver es importante, precisa la bióloga de Cornare, no solo para ellas y restablecer ciertas poblaciones que se han ido perdiendo por el tráfico ilegal, también para el ecosistema, pues son dispersadoras de semillas y ayudan a controlar aglunos bichos, comenta Yésica.
También tienen quién se las coma, pero la probabilidad no es tan alta, comenta Ana María. Se requiere que el tamaño sea considerable, ellas pueden medir hasta 35 centímetros. Las amenazan babillas, caimanes, grandes felinos como el jaguar, el tigrillo o alguna ave rapaz. Yésica precisa que en realidad tienen pocos depredadores.
De ahí que estén tranquilos por la supervivencia en su nuevo hábitat. Además son muy longevas y se adaptan fácilmente. Incluso algunas podrían crecer, si se sienten bien en esas condiciones.
Las cincuenta y tres tortugas fueron liberadas el miércoles en algún lugar del Magdalena Medio. No mordieron, las hicoteas y las palmeras muerden, y las primeras son muy territoriales. Es como si quisieran la libertad, como si supieran que ya era hora de volver a la naturaleza, ese lugar que nunca debieron dejar.
Cada una se fue a explorar su hogar, y salvo una que otra, que se vio más abajo sacando la cabeza, escondida en algún palo, las demás se perdieron entre el agua. Seguramente, dice Ana María, por lo que han evaluado, ese día exploraron el espacio, revisaron la oferta de alimento, buscaron las zonas pantanosas, nadaron con la corriente, buscaron rutas de escape. Quizá no comieron ese día, había que adaptarse y estar seguras, pero es difícil saberlo. Las tortugas quedaron a su destino, porque aunque tienen un microchip, no hay cómo hacerles seguimiento. Natasha explica que es difícil encontrarlas luego, si bien irán a revisar.
No hubo tiempo para más despedidas. La última se soltó a un metro de la tierra. Corrió al agua y se hundió.