Medellín

La historia de Jesús: de bandido y aparecer en película de La Sierra, a escritor de libros y conferencista

Entró a la guerra entre los “paras” y los milicianos, estuvo en la cárcel y quiso cambiar. Una conversación.

Comunicador Social-Periodista de la UPB. Redactor del Área Metro de El Colombiano.

08 de septiembre de 2023

Jesús llegó vestido de blanco. Una camiseta de Monastery, “pero chiviada”, nos dijo después. De su mano derecha, la intacta, cuelgan un reloj dorado y dos manillas de dijes muy pequeños.

—Mucho gusto, parcero. ¿Qué hay que hacer?

Jesús tiene 40 años, pero no los aparenta. De la barba corta, recién arreglada, no despunta una cana. El antebrazo izquierdo lo mantiene dentro del bolsillo, como si guardara algo.

—Oiga—le decimos—, Jesús, cuéntenos cómo perdió la mano. ¿O fue de nacimiento?

Vacila un momento, toma impulso sobre la silla.

—De nacimiento, no —dice, y carraspea para aclarar la voz—. Me la boté a los 20 años. Estaba haciendo un petardo y explotó cuando le metía las varillas. Me voló la mano y me dañó los genitales.

Silencio.

—Jesús, pero, venga —le insistimos—, cuéntenos cómo comenzó en la delincuencia.

—A los 17 años, cuando me faltaban tres meses para terminar el bachillerato. Pero, esa pregunta que me están haciendo, yo se las contesto en uno de mis libros. Ustedes lo leen y entienden todo.

—Ah, ¿ha escrito varios libros?

—Claro. Tres libros que hice en los seis años que pagué de cana. El primero se llama Un futuro incierto, y es sobre mi vida en La Sierra, durante la guerra.

El texto, que escribió en la soledad de la cárcel, relata los primeros días de Jesús en las filas del Bloque Metro. Ese grupo paramilitar había entrado en una guerra ciega contra las milicias guerrilleras, que se desplegaban por las comunas de Medellín.

—¿Sabe qué cuento ahí? —nos dice Jesús, arqueando el cuerpo, sacando al fin el antebrazo del pantalón—. Cuento la primera pernocta, la primera vez que disparé un arma, que me di un pase de perico.

La guerra entre las milicias y los paras fue, principalmente, de muchachos. Jesús tenía 17 años cuando se enfrentó a los milicianos la primera vez; su jefe era La Muñeca, un muchacho un par de años mayor, enjuto, que usaba un bigotico gracioso. Pero todos le temían.

La Muñeca es el protagonista del documental La Sierra, estrenado en 2004 y dirigido por Margarita Martínez y Scott Dalton. Jesús aparece en el documental dándose un pase de perico y hablando de la guerra. Es un adolescente más bien enclenque, de voz delgada y destemplada, al que ya le falta una mano.

—Después del documental me volví famoso. Los primeros años, la gente me reconocía y me hablaba, pero eso fue pasando.

—¿Y luego?

—Luego —Jesús resopla y se acomoda en la silla— me metieron a la cárcel por un secuestro simple. Estuve seis años en Bellavista, La Modelo...

De ese periplo, nos cuenta, salió su segundo y tercer libro: Vivencias entre rejas y Un bandido hablando con Dios. Porque Jesús lo dice sin ambages:

—Fui un bandido, pero cambié y hoy quiero ayudar. Me sueño vendiendo mis libros y dando conferencias. Con un joven que salve de la guerra, me es suficiente.

En La Sierra, Jesús vaticina el futuro. Recostado a un árbol, y con la ciudad a sus espaldas, dice que la guerra con los milicianos acabará, pero luego vendrá otra, y de algún lugar saldrá otro enemigo, y después otra, quién sabe contra qué nuevo enemigo.

—Ahora necesito ayuda, que me den una mano con este proyecto.

—¿Cuál es el proyecto? —le preguntamos.

—Quiero traer a ese personaje del pasado, que se vio obligado a entrar a la guerra, para contar por qué ese mundo no vale la pena. Tengo mis tres libros digitales, pero los quiero imprimir y vender, y eso cuesta.

En el camino, Jesús se encontró a Steven Galeano. Estaban en una fiesta y Steven recordó que en algún lugar había visto a ese muchacho que ya es un cuarentón, que habla como un pelao y usa gorra. Lo había visto en La Sierra, claro, y hablaron un rato. Desde entonces se hicieron amigos y hoy Steven es una especie de manager que aconseja y acompaña el proyecto de Jesús.

—Quiero que una cosa quede clara —comenta Jesús—: yo no entré a la guerra porque quise. En el barrio me amenazaron de muerte y por eso no pude terminar el colegio.

En Un futuro incierto, Jesús cuenta que La Muñeca, el cabecilla de los paras, se enamoró de su hermana. En el proceso de cortejo solía ir a la casa de Jesús, donde él permanecía recluido por la amenaza que había caído sobre sus hombros (o su cabeza). La Muñeca era mujeriego, y ostentaba su poder; sabía que era la autoridad y dirimía hasta problemas entre vecinos.

—A un amigo lo mataron delante de mí y a mí me dejaron vivir. La Muñeca me dio la oportunidad de entrar a la banda, yo estaba en la casa, sin colegio, sin nada qué hacer.

La guerra es de los muchachos, dice un hombre en el documental. En el libro, Jesús narra los primeros días de ese conflicto y cómo La Muñeca, en pago de una vuelta que había hecho bien, le pagó unos pesos que Jesús invirtió en unas zapatillas originales. Eran muchachos imberbes, corrompidos por los vicios, que todavía vivían en la casa de los papás, o de la mamá, porque muchos, como Jesús, nunca tuvieron una figura paterna.

La mayor preocupación de Jesús en aquellos tiempos era que su mamá, a la que constantemente llama “madrecita”, se diera cuenta de los pasos que su hijo estaba siguiendo con La Muñeca.

—¿Cómo compró esos zapatos? Le dijo la madrecita, preocupada.

—Me los gané en una rifa.

Era una guerra comandada desde las montañas, por los líderes de las AUC, e interpretada por los muchachos de los barrios pobres; con armas jugaban a ser hombres.

Para seguir el proyecto y cambiar vidas, Jesús pide ayuda para comprar una cámara con la que pueda contar su historia, y que alguien le colabore a imprimir los tres libros. Pide que lo sigan en Facebook como @JesusMartinez y en Instagram como @jesus.write_.

—No es más lo que necesito.

Y Jesús se va vestido de blanco, caminando como un guapo, soñando en su proyecto, lo que hoy le quita el sueño.