Medellín

Sin animales exóticos, el Parque de la Conservación se la juega por la fauna local

El antiguo zoológico ya no es un lugar de exhibición sino de conservación de animales que le apuesta a crear conciencia sobre la importancia de cuidar los ecosistemas nativos.

Administrador sin ejercicio y periodista sin sección

18 de diciembre de 2023

A pesar de que cualquier día a cualquier hora uno ve niños de gorra, con la ropa llena de tierra y los cachetes rojos corriendo por todos los lados cargando un termo con agua, el zoológico de Medellín ya no es lo que era antes. Empezando por el nombre, que desde el 2020 es Parque de la Conservación, que, aunque tiene un propósito noble, hay que decirlo, suena mucho menos emocionante.

En el lugar donde alguna vez los visitantes iban a tirarle cigarrillos a una chimpancé que los cogía y se los fumaba, ahora los nombres de los animales están guardados bajo llave en el mismo cajón de la receta de las crispetas del cine, para que nadie los descubra.

Dicen desde el Parque que la razón del secretismo tiene que ver con evitar la “mascotización” de estos. No obstante los animales sí tienen un nombre, pero solo pueden saberlo los veterinarios y la etóloga que se encarga de enseñarles ciertas conductas. Ahora, las fotos a blanco y negro de la jaula de la chimpancé con un letrero que pedía no tirar cigarrillos se exhibe como en un museo de la memoria de la guerra.

La transformación del Parque, fundado en 1959 por la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín (quien sigue siendo su propietaria) en un lote de unas cinco hectáreas donado por Mercedes Sierra de Pérez, ocurrió tras la pandemia. Ese año, el zoológico decidió que no compraría ni haría intercambio de animales, y que solo recibiría a aquellos que habían sido víctimas de tráfico de fauna y que habían sido recuperados por la autoridad ambiental. El cambio de nombre tiene que ver con que el objetivo ya no era exhibir animales sino conservar y generar conciencia sobre ellos a los visitantes. “Ojalá cuando a los niños les enseñen el abecedario no les dijeran E de elefante y H de hipopótamo, sino por ejemplo, D de danta o H de hormiguero”, dice Verónica Herrera Bernal, la coordinadora de apropiación social del conocimiento, y una de las pocas que puede llamar a la cebra por su nombre cuando no hay nadie cerca.

Eso significa que el león que murió el año pasado no tendrá reemplazo y que si alguien quiere una foto con la leona, la cebra, las avestruces, los flamencos, las cervicapras, y en general los animales que dejaron los narcotraficantes en el país entre los 80 y los 90, deberá hacerlo antes de que las que están ahora mueran. Elefante no hay hace doce años, ¿y recuerdan a la jirafa? Yo también, pero lo cierto es que nunca existió, es un mito, como el diablo de Mango’s. Herrera dice que incluso hay gente que dice tener fotos con la jirafa en el antiguo zoológico de Santa Fe. El cóndor andino que había en el parque, uno de los apenas 60 que hay en el país, se fue hace pocos meses para el parque Jaime Duque en Bogotá a ver si logra tener una cría con las hembras que hay allí, que pueda ser liberada.

Gracias a esa transformación en el concepto, el Parque en su totalidad fue considerado como museo en la categoría de bioespacio en el 2021, y este año fue avalado por el Ministerio de Ciencias como centro de ciencias.

A pesar de las corridas de los niños el ambiente del parque parece como de Jardín japonés. Los animales, casi todos, parecen detenidos en el tiempo, con la cabeza abajo contando los pasos, o echados boca arriba o en posición de porcelana de centro de mesa, como el jaguar. Hay un sonido de agua corriendo todo el tiempo, y lo único que parece capaz de interrumpir la paz son un par de iguanas que a trompadas se despeñan desde la copa de un árbol.

A falta de león y de elefante, entre los visitantes se ha cotizado el no tan popular chigüiro que se ha venido a más gracias a una canción en su honor que se hizo viral en Tiktok. “Vienen los niños como locos a bailar la canción de la capibara (chigüiro)”, cuenta Herrera, que tiene uno tatuado en el antebrazo.

La entrada para ver hacer la siesta al oso de anteojos o tomarse la foto con la marimonda o con alguna de las varias especies de monos titís o para ver la cita que cada tarde una de las guacamayas tiene con otra que vive en algún otro punto de la ciudad desde el que sale a visitarla todos los días, cuesta $18.000 para los niños hasta los 12 años, y $28.000 para el resto, y el horario es martes a domingos entre 9:00 de la mañana y 4:00 de la tarde. En la mañana, la cocina del parque está abierta para que los visitantes vean como se preparan las comidas de los animales.