Hechos que estremecieron a Antioquia: Con una película de vaqueros se bajó para siempre el telón del Teatro Junín
Tras 43 años de funcionamiento, el icónico teatro inaugurado en 1924 cerró sus puertas para dar paso al Edificio Coltejer. Su pérdida aún se lamenta.
Periodista de la Universidad de Antioquia. Al igual que Joe Sacco, yo también entiendo el periodismo como el primer escalón de la historia.
En octubre de 1967, hace 57 años, se cerró para siempre el emblemático Teatro Junín, uno de los epicentros culturales que tuvo la ciudad por más de cuatro décadas.
La caída del Junín, para darle paso al también icónico edificio Coltejer, es catalogada por muchos como una pérdida irreparable que, tras más de medio siglo, sigue generando debates entre urbanistas, arquitectos e historiadores que se lamentan apuntando a que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
El Teatro Junín cerró sus puertas el domingo 1 de octubre a las 11:30 p.m., tras proyectar la cinta de Arizona Colt, una película de vaqueros a color dirigida por el italiano Michele Lupo y protagonizada por el también italiano Giuliano Gemma.
Al otro día, y tras un evento cultural en beneficio del Hospital Infantil, se dio sin mucho revuelo el cierre de un espacio mítico que nació en 1924 en el edificio Gonzalo Mejía, en homenaje a su “mecenas”.
La estructura ubicada en toda la Avenida La Playa con la carrera Junín costó cerca de 600.000 pesos de la época (“¡Un montononón de plata!”, dirían los abuelos) y se construyó entre 1922 y 1924. Fue diseñado por el genial arquitecto belga Agustin Goovaerts, al que tanto le debe esta ciudad.
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La estructura de tres pisos, tal vez una de las más grandes que tuvo la ciudad en su época, tenía un estilo que muy seguramente a más de un parroquiano de entonces hizo confundir con una gran catedral. Goovaerts se las arregló para que su obra tuviera la impronta de un edificio europeo “florecido” en medio de las agrestes montañas paisas.
El teatro fue inaugurado un sábado 4 de octubre de 1924 a las 5:30 p.m., con la proyección de la película italiana La Sombra, protagonizada por la diva Itala Almirante Manzini, según un aviso de la época.
Desde entonces y por 43 años, el Teatro Junín se convirtió en una parada obligada para todos los artistas importantes que pisaron la ciudad. Conjuntos de ópera, ballet, teatro, comedia, música clásica y danzas de todo género pisaron el espacio que tenía la capacidad para albergar a cerca de 4.000 asistentes, el mayor aforo teatral de la ciudad.
Eso sin contar que en él también se presentó desde cine mudo hasta el modernísimo “technicolor” con sonido de calidad. Todo funcionaba bajo la atenta mirada del administrador don Francisco Elías Moreno Ayala. No por nada fue en el Junín donde se estrenó en 1925 la cinta muda Bajo el Cielo Antioqueño –dirigida por el dramaturgo Arturo Acevedo Vallarino–, una de las primeras películas filmadas en el departamento.
¿Cómo explicar hoy el impacto que tuvo ese espacio para que esta ciudad montañera disfrutara de espectáculos internacionales como el Ballet Theatre de New York, o la banda georgiana de Rusia, o la presentación de los cosacos de Ucrania o del Bayanihan de Filipinas, o la orquesta Filarmónica de Washington, o la Orquesta Típica de Tokio (de tangos cantados por japoneses que no sabían español) e incluso la Sonora Matancera?
El Teatro Junín no cayó solo, en el Gonzalo Mejía también quedaba el Hotel Europa, uno de los hospedajes de lujo con los que contó la ciudad en esa época y que incluso tuvo como huésped ilustre al mítico Carlos Gardel, quien disfrutó de sus aposentos días antes de su trágica muerte.
En la esquina del Gonzalo Mejía también quedaba el Café Regina, al que los cronistas de la época bautizaron como el epicentro de la “cocacolería” paisa, término usado para referirse a los jovencitos de esa época que le abrían sus oídos a ritmos gringos que con el tiempo serían la base del rock.
El Regina también fue centro de largas y animosas tertulias entre los intelectuales de la época que a su modo enredaban y desenredaban el acontecer mundial desde esa esquina de la ciudad.
Ante la inminencia del cierre del Junín, y aprovechando que aún estaba fresca la desaparición del Teatro Bolívar, la Sociedad de Mejoras Públicas le propuso a la Alcaldía que buscara la forma de que en la ciudad se construyeran otros teatros públicos como espacios artísticos y culturales que suplieran las pérdidas. Sin embargo, esto no sucedió.
La caída del Junín se dio para darle paso al Edificio Coltejer, el cual por muchos años fue el “cuartel general” de la otrora poderosa textilera paisa. La ciudad en ese entonces no tenía muchas nociones de urbanismo patrimonial y en muchos aspectos prefería que en el sitio donde se ubicaban “vetustas” construcciones se levantaran nuevos edificios que traían aires de modernidad a la naciente urbe.
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“Medellín observa con natural y lógica tristeza la desaparición de una de las más bellas estructuras de su antigua imagen urbanística. Aunque nos consuela saber que es para dar paso al anhelo de progreso y remodelación de uno de los sectores más característicos de la vieja Villa. Coltejer proyecta levantar allí un nuevo edificio con el cual contribuirá a darle a esta ciudad el aspecto de gran metrópoli”, escribió Carlos E. Serna en su epílogo de un teatro histórico.
Como anécdota cabe mencionar que el 7 de octubre de 1968 los andamios y estructuras metálicas desde las que se hacía la demolición a punta de pica y almadana se vinieron al piso. Por fortuna el suceso ocurrió a la hora del almuerzo y los mortales elementos solo cayeron justo sobre el carro del dueño de la empresa de demolición. ¿Justicia teatral?
El “consuelo” que le quedó a la ciudad tras el vacío que dejó el Junín es que en los primeros pisos del nuevo edificio Coltejer se levantaron dos nuevas salas de cine nombradas Junín 1 y Junín 2. Estas también tuvieron sus momentos de gloria pero, con el declive del centro en los años 90 y en el nuevo milenio, también se cerraron.
Independiente de la discusión que hoy se mantiene, el Junín se fue dejando ese “invicto” de ser el último teatro de la ciudad de semejante importancia y magnitud. Y tal vez por eso es que aún duele su partida. Es por eso que la despedida de Serna al icónico espacio es más que acertada.
“El Teatro Junín se va y nos deja gratísimos y memorables recuerdos que evocaremos al correr de los años, como parte de la historia de una urbe que no detiene sus ímpetus de permanente cambio, para orgullo de esta dinámica comarca”.