De cotero a odontólogo de la plaza Minorista: la historia de superación de Maicol Pérez
Esta es la historia de Maicol, un joven que creció en la plazas cargando bultos y decidió retribuir abriendo un consultorio para los más necesitados.
1. Maicol saluda a muchas personas en la plaza, pues muchas de ellas lo vieron crecer. 2. Varios de sus clientes son coteros y personas de la plaza que no tienen muchos recursos. 3. Así se ve el consultorio del doctor Maicol en los bajos de la Plaza Minorista de Medellín.
FOTO esneyder gutiérrez cardona.
Comunicador Social-Periodista de la UPB. Redactor del Área Metro de El Colombiano.
En la Plaza Minorista huele a pescado, a especias, a queso costeño; es una amalgama que estimula el olfato. Hay restaurantes con finos manteles, donde se dice que preparan la mejor paella de Medellín, perfumada a mar, humeante, y que colma de vigor a quien la prueba. En los estantes se ofrecen frutas extrañas, de nombres sonoros y tropicales. Cualquier cosa se puede conseguir en ese mercado de lo abundante, de lo absoluto. Hasta un diseño de sonrisa venden.
En un recoveco de la plaza, cerca a los parqueaderos, hay un local diferente a los demás. La puerta es de vidrio, corrediza, y al entrar se agradece el sosiego del aire acondicionado. El espacio es amplio y bien dividido, muy pulcro, de paredes blancas en las que resalta una frase de Charles Chaplin.
—Bienvenidos, muchachos—dice un hombre joven, de barba perfilada, que usa un gorro y uniforme azul —: tomen asiento, claro, yo les cuento la historia de esto.
Es Maicol Pérez, odontólogo y especialista de la Universidad CES. Hace seis meses, con lo que logró ahorrar y un crédito, abrió el consultorio en La Minorista, una idea, cuando menos, alocada o extravagante. Maicol se recuesta sobre la silla en la que atiende los pacientes:
—Hace años había un servicio acá para la gente de la plaza. Les sacaban muelas, por ejemplo, pero en medio de la suciedad, sin guantes, con las ratas corriendo por el suelo.
No cuesta imaginar a un hombre gordo, descamisado, con pelos en los brazos y la espalda, sacando una muela con brusquedad, apoyado siempre en un bulto de papas. Así lo describe Maicol más o menos.
Su consultorio, abierto hace cinco meses, es todo lo contrario. Las paredes y los vidrios refulgen; en la parte superior, para cuando el paciente está con la boca abierta y de cara al techo, hay televisores que ayudan a pasar el rato. Maicol saluda con afabilidad y pregunta al cliente cuál es su música favorita. Quien se recuesta en la silla, abriendo torpemente la boca para que le metan los instrumentos, olvida que está en una plaza de mercado que huele a la mezcla de todos los frutos de la creación.
Cómo fue que terminó Maicol, especialista de una prestigiosa universidad, en una plaza de mercado. La pregunta debe hacerse al revés: ¿Cómo fue que terminó Maicol, cotero de la Minorista, vendedor de panela, en una prestigiosa universidad? Maico sonríe con la tranquilidad de quien sabe lo que tiene.
Maicol llegó a La Minorista a los ocho años. Su abuelo fue uno de los fundadores de la plaza, de esos viejos venteros que llegaron reubicados de Guayaquil, de El Pedrero. Con esfuerzo levantó a sus hijos, entre ellos el papá de Maicol, vendiendo panela. Al niño lo levantaban a las 5:00 de la mañana para que fuera a ayudar en el negocio familiar. Era un juego, más que trabajo. Debía organizar la panela, acomodarla para la venta.
—La Plaza Minorista fue el patio de mi casa. Acá crecí, acá está mi gente, la gente humilde que llega a las tres de la mañana, que carga bultos; los camioneros que vienen cargados. La plaza es mi vida.
A los 12 años, ganándose los primeros pesos, Maicol se volvió cotero. Cargaba mercados de un lado a otro. Así se la pasó varios años hasta que salió del colegio:
—Pensé en estudiar, pero no teníamos para una universidad privada. Entonces, apliqué a una beca y la gané. Decidí estudiar en el CES y los fines de semana venía y trabajaba en la plaza.
Maicol se graduó y después se especializó. Le dijeron que abriera consultorio en El Tesoro, que vea que allá va la gente de plata, que es un negociazo. Pero él quería volver a la plaza, atender a la gente que lo había visto crecer, a los que pasan por necesidades, que casi siempre ganan lo justo.
—Una vez, un señor de El Poblado tenía un dolor en una muela que lo estaba enloqueciendo. Un colega le recomendó que viniera acá, a La Minorista, para que lo atendieran—Maicol hace una pausa, rememorando, arqueando las cejas con incredulidad—. Como el dolor no se le pasó, no tuvo otra opción que venir. Cuando vio el consultorio me pidió perdón por sus prejuicios. Hoy sus hijos son clientes y él sale feliz de la plaza, con el mercado en la mano.
Los precios en el consultorio de Maicol son mucho más bajos que los del mercado. Una ortodoncia afuera puede costar 2,7 millones, y él las ofrece en 1,2 millones. Son seis los especialistas que atienden en el consultorio de los bajos de La Minorista y hacen también endodoncias, cirugías y diseños de sonrisa. Los clientes son en su mayoría gente de la plaza, como un cotero que nunca había pisado una odontología y que tenía una muela infectada que le supuraba pus y le causaba un dolor indecible.
—Hoy ese hombre está feliz, sano, y sonríe con sus brackets.
Cada mes, cuando menos, por los altoparlantes ofrecen limpiezas gratis para entre 40 y 50 personas. A veces se agolpan en el consultorio, sonrientes, esperando su turno. Y entre las paredes blancas, asépticas, escuch