Los hispanos que le dan la mano a Texas en el desastre
El huracán Harvey movió la solidaridad de un grupo de colombianos y de un chileno, que con palas, picos y alimentos ayudan a los damnificados.
Texas donde buena parte de las viviendas quedaron destruidas. FOTO cortesía roxana gómez
Roxana Gómez, colombiana, y Pablo Vega, chileno, no imaginaron que los vientos y el agua pudieran dejar semejantes estragos en Texas: 33 muertos, 30.000 damnificados y una reconstrucción pendiente que podría costar 42.000 millones de dólares.
En cuanto el huracán Harvey subió a categoría cuatro y prometió impactar de frente a la ciudad costera de Corpus Christi, Roxana, una estudiante de maestría en Comunicaciones en la Universidad de Texas A&M, selló las ventanas de su casa con láminas de madera, cercó el interior de la vivienda con costales repletos de arena, empacó documentos y elementos prioritarios y se fue a San Antonio, a dos horas, mientras la catástrofe pasaba por su puerta.
Harvey sorprendió en Houston a Pablo, un médico de la Patagonia chilena que hace ocho meses vive en Galveston, en la costa de Texas. Había viajado la semana pasada para que su esposa se practicara una cirugía, y desde el piso 34 del edificio en el que viven sus suegros vio cómo el centro de la capital texana terminó siendo una isla: en los alrededores la lluvia cubrió los autos y las viviendas bajas, y las autopistas se volvieron ríos.
Mientras tanto, en Corpus, el relato de los que se quedaron es tenebroso, cuenta Roxana: vientos de 90 millas por hora, lluvias interminables y un apagón en toda la ciudad por daños en la red eléctrica. Cuando la colombiana regresó a su casa el domingo pasado, seguían en penumbra y las palmeras de su jardín se habían ido al piso. Por suerte la vivienda seguía en pie y las medidas lograron contener la entrada de agua, que en esa localidad fue significativamente menor si se compara con Houston.
Latinos con EE. UU.
Roxana, consciente de que Estados Unidos le ha dado acogida durante los últimos cinco años, decidió sumarse a la ayuda. Con un grupo de 25 colombianos que conforman Porcolombia TAMCC, organización que envía ropa y enseres a familias vulnerables en este país (lo hicieron por ejemplo con la tragedia de Mocoa en abril pasado), están yendo a un pequeño pueblo a 20 minutos de Corpus donde el viento arrasó con todo.
Los colombianos llegaron a Aransas con picos, palas, sierras y rastrillos para mover los árboles que cayeron sobre las viviendas y apilar las basuras que quedaron: tejas, colchones, juguetes, sillas, carros volcados, pedazos de muros. También entregarán a los pueblos más afectados varios kilos de ayuda que tenían almacenados para Colombia, sobre todo alimentos, porque en muchos lugares los supermercados quedaron destrozados.
En Aransas, Roxana escuchó el relato de una mujer mayor que tuvo que quedarse porque su esposo trabaja en la electrificadora local y debía seguir trabajando. “Dice que hubo un momento que la puerta del frente de su casa se cayó y empezó a entrar el viento. Sentía que sus oídos se iban a estallar y difícilmente podía sostenerse, así que empezó a orar y se metió debajo de la cama, se quedó dormida y al despertar vio la casa hecha un ocho”, cuenta.
En Houston, Pablo también se sumó. Al frente del edificio de sus suegros, el gobierno de Houston instaló un centro de acogida para damnificados al que el chileno vio entrar a cientos de personas. “No pude quedarme ahí encerrado, así que crucé la calle y he estado aquí todos los días”, cuenta el médico, que comienza su jornada a las 5 de la mañana y no sabe a qué hora concluye.
“He hecho de todo, desde entrar a personas mojadísimas, ponerles toallas y frazadas, suministrarles ropa nueva y enseñarles a preparar una comida especial que se calienta sola con un proceso químico, hasta cargar bultos de alimentos y ayuda y distribuirlos”, cuenta por teléfono desde el albergue en el Centro de Convenciones de George R. Brown, donde se escucha el murmullo de las cientos de personas que allí permanecen mientras baja el nivel del agua y se recuperan las viviendas y mercados.
A los dos hispanos algo les ha quedado de esta semana de desastre y ayuda, que aunque a veces a los hispanos se les discrimine en ese estado, el color y el país de origen dejó de importar en Texas.
“He estado trabajando con mexicanos, brasileños, colombianos, con gente de todos los países y estratos, y es lindo ver que toda la ciudad se unió”, resalta el chileno, y cuenta que seguirá ayudando en Houston el tiempo que se necesite, aunque no sepa cuál es el estado de su casa en Galveston, que pudo haberse inundado como muchas en esa ciudad, y el de su gato, que quedó en la vivienda esperando a que sus amos regresaran de la cirugía.