La monja argentina que relata cómo matan al cristianismo en Siria
La monja argentina Guadalupe Rodrigo narró la persecución que su religión vive por la guerra.
La hermana nazarena Guadalupe Rodrigo ahora viste de rojo. Su tradicional color azul, que caracteriza a la congregación a la que pertenece, pasó a un costado en honor a la sangre derramada por los mártires y cristianos que ha visto morir en medio del conflicto en Medio Oriente.
Esta religiosa argentina es una de las monjas que ha vivido en carne propia lo que es ver sangre en esa región. Ha estado en países como Egipto, Jordania y Siria ayudando, en calidad de misionera, a quienes más la han necesitado.
Las situaciones que más la han marcado llevan a Alepo, la capital siria. A esa ciudad llegó en 2011, meses antes de que estallara la guerra. De allí no salió durante varios años, pues aunque su congregación le dio la oportunidad de irse, prefirió quedarse atendiendo a religiosos que sufrían ataques de grupos terroristas.
En diálogo con EL COLOMBIANO, Guadalupe contó que la persecución a cristianos en Medio Oriente y otras regiones no se ha detenido, por lo que viajes como el que la tiene en Colombia sirven para visibilizar asesinatos, secuestros y robos que viven los creyentes en todo el mundo.
Usted estuvo en Alepo desde el día 1, cuando empezó la guerra en 2011. ¿Qué hacía allí?
“Pertenezco a la congregación religiosa del Verbo Encarnado. Es una congregación misionera en el mundo, y a mí durante 20 años me ha tocado la misión en Medio Oriente. Estuve en distintos países donde pude constatar qué significa para los cristianos vivir ahí, en medio de una mayoría islámica. Hay cristianos que sufren mucho por el solo hecho de ser cristianos.
Lo máximo que pude vivir es la experiencia en Siria, en Alepo, donde estuve hasta fines de 2014. Pasé cuatro años en la guerra y pude ser testigo de semejante tragedia que es, semejante sufrimiento; pero a la par hubo mucho testimonio edificante de cristianos.
La guerra empezó desde el día 1 de la mano con la persecución religiosa de estos grupos yihadistas, fundamentalistas islámicos que crucificaban y decapitaban cristianos, o los enterraban vivos. O sea, lo que he visto, escuchado y conozco con los testimonios que he recogido es impresionante”.
Desde ese momento empezaron las amenazas a su congregación y a usted...
“Sí, pertenezco al movimiento de nazarenos, y se identifica con la letra ‘n’ (de nun). Esa es la letra con la que terroristas marcan las casas de los cristianos para matarlos, porque ese es el símbolo de la maldición para ellos. Para nosotros es el símbolo de la gloria”.
¿Y qué le decían los cristianos afectados?
“En la parroquia nuestra, ahí en Alepo, les escuchaba decir con convicción: ‘yo soy cristiano, que me corten la cabeza; yo soy cristiano y a mí el cielo no me lo quitan’. Otro me decía ‘¿qué me puede hacer un terrorista?, cortarme la cabeza, en pedacitos; el alma no me la tocan’”.
Esos testimonios influyeron en que usted se quedara en Alepo...
“Claro, cuando empezó la guerra, la congregación nos ofreció la posibilidad de salir, pero yo me di cuenta de que no solamente podía seguir ahí, sino que también quería. Evidentemente Dios nos da a los cristianos una fuerza especial para mantenernos firmes en esas situaciones, porque estuve cuatro años en medio de bombardeos, tiros y cañonazos en nuestra casa, varias veces cayeron ahí las bombas, y sin embargo no tuve miedo”.
Hubo ocasiones en los que los misiles le pasaron muy cerca, ¿no?
“Sí. De hecho, cuando uno salía a la calle las explosiones eran permanentes, en cualquier lugar podía caerle una bala. En mi casa caían al lado, y uno las levantaba calientes. En la parroquia nuestra –apenas a 50 metros– cayó un misil muy potente. Se llevó muchísimas víctimas: 400 muertos y varios heridos atendidos en nuestra casa”.
También ha dicho que vio muchos milagros...
“Sí. A uno de nuestros parroquianos la explosión lo expulsó como 30 metros, impresionante. Cayó en un lugar rodeado de muertos descuartizados y él se despertó en llamas. Completamente ardido escuchó una voz que decía su nombre: ‘Sarquís, sálvate’. Se quitó la ropa para apagarse, corrió a la parroquia y no lo reconocimos por sus quemaduras.
Lo llevamos al hospital y dijeron: ‘¿cómo que este hombre fue corriendo hasta la puerta de la parroquia. Es imposible que este hombre se ponga en pie, está completamente quebrado en brazos y piernas, no se puede poner en pie a esta persona’. Él dice que corría empujado por esa voz que le decía que se salvara. Duró un año recuperándose en el hospital”.
En Afganistán viene pasando que atacan a la población en días de celebraciones religiosas. Usted ha resaltado que eso lo han hecho los terroristas en Siria...
“Lo que pasa es que aún en esa situación de guerra en Alepo, las iglesias estaban llenas. ¿Qué pasa? La mayor concentración de gente era durante las fiestas, para pascua y para Navidad las iglesias desbordaban, y por lo tanto, los terroristas sabían que eran blancos seguros. Atacar una iglesia era matar la mayor cantidad de cristianos, y por eso a los ataques ellos les decían ‘la lluvia’. Una vez lo publicaron así, de manera muy sarcástica: ‘Papá Noel les manda los misiles pintados de rojo’”.
Y ha dicho que en esa parte del mundo, entre la guerra, hablan mucho de la palabra “perdón”. ¿Falta tenerlo más en cuenta en Latinoamérica?
“Sí. Una vez hablaba con unos musulmanes amigos. Ellos decían que estaban preocupados porque los cristianos se estaban yendo de Siria por la persecución. Y uno me decía: ‘¿qué vamos a hacer cuando ya no queden cristianos en nuestro país?’ Ellos mismos dicen que los cristianos transmiten valores como el perdón.
Por ejemplo, en Libia, el Estado Islámico decapitó a 21 chicos cristianos. Dos de ellos eran hermanos de sangre, y entrevistaron a la mamá. Ella vio la decapitación en un video, y cuando le preguntaron qué haría si alguna vez viera pasar delante de su casa a los que asesinaron a sus hijos, ella dijo: ‘yo abriría las puertas de mi casa y los invitaría a tomar un café, los acogería, porque abrieron a mis hijos las puertas del reino de los cielos’”.
Este país ha pasado por un conflicto muy difícil, y muchos religiosos han sido víctimas. ¿En este viaje usted trae un mensaje de perdón para Colombia?
“Sí, de perdón y de amor. Jesús nos manda a perdonar a quienes nos hacen el mal”