El canto que se escuchó al otro lado de la frontera
A través de la música, colombianos y venezolanos expresaron su deseo de un cambio en el país vecino.
Periodista de la Universidad de Antioquia. Creo que es bello dedicarse a leer el mundo, a buscar los trazos que dan forma a esa figura punteada. Creo en los párrafos borrados, en las conversaciones obsesivas, en las palabras que buscamos y, a veces, encontramos.
Alguien podría decir que la imagen de miles de personas ondeando banderas de siete estrellas y entonando a gritos “Gloria al Bravo Pueblo”, el himno de Venezuela, transcurre en ese país. Pero no, esa multitud está reunida del lado colombiano del puente Tienditas, durante el concierto Venezuela Aid Live.
Algunos cruzaron ese mismo día, prefirieron este concierto al convocado por Nicolás Maduro. Otros, hacen parte de los cerca de 3 millones de venezolanos que han abandonado su país desde 2015, producto de la crisis humanitaria y ahora viven en Colombia.
Es el caso de Graciela Sarmiento, quien tras cantar: “¡Gritemos con brío, muera la opresión!”, una de las estrofas del himno, explica que esa letra, además de ser una conmemoración de la independencia de América, es de alguna forma una premonición: la de la salida del poder de Nicolás Maduro en Venezuela.
Tras el himno, comienzan a desfilar por la tarima los músicos invitados al concierto benéfico. José Luis Rodríguez, el Puma, abre la jornada. Le sigue el Cholo Valderrama. Graciela sonríe, canta y se mueve siguiendo el ritmo, pero en el mismo sitio, casi sin desplazarse.
Llegó hace un mes a Colombia desde el estado de Aragua con sus dos hijas, de 8 y 5 años, buscando medicinas para la menor de ellas. Dejó su trabajo como enfermera, a otra hija de 12 años y a su mamá. Todos los días duerme en el suelo, junto a otras 45 personas en un hostal de paso de Cúcuta, se levanta temprano para ganar los 4.000 pesos que cuesta el hospedaje, y es la primera vez, desde que salió de su país, que baila.
Cúcuta o Berlín
En Cúcuta va a pasar algo, pero nadie sabe si es un milagro o una tragedia. En las calles, en los días previos al concierto benéfico, se escuchaba a las personas mencionar las mismas palabras: Guaidó, Maduro, ayuda humanitaria y militares.
“En el mundo ya saben dónde queda Cúcuta”, dice orgulloso un taxista. En efecto, desde que la ciudad se volvió el lugar de acopio de la ayuda humanitaria solicitada por el opositor Juan Guaidó, reconocido como presidente legítimo por más de 50 países, los ojos del mundo se volcaron al puente internacional Tienditas, por el que deberían entrar las ayudas.
El puente, sin embargo, permanece bloqueado por el gobierno de Maduro, que considera los camiones con alimentos y medicinas como “un regalo envenenado”, parafraseando las tragedias griegas, un “Caballo de Troya”.
En 1988, por ejemplo, los jóvenes de la República Democrática Alemana se pegaron al muro de Berlín para intentar escuchar el concierto de Michael Jackson en el lado capitalista de la ciudad, ignorando el concierto paralelo organizado por las autoridades socialistas. Un año después, la pared que dividía la capital alemana cayó, marcando el fin de la Guerra Fría.
Ahora, de alguna forma, Cúcuta es Berlín, o así lo asume el público que, entre la música electrónica, romántica, pop o cumbia llanera grita: “Y va a caer, y va a caer”.
Un hombre que pasa con una trompeta interpretando Despacito, la canción de Luis Fonsi, interrumpe para gritar: “Maduro”. Acto seguido, como si hubieran ensayado por semanas, parte de la multitud responde: “Conchaetumadre”.
Cada melodía parece ser una excusa para una consigna. Por eso, cuando el venezolano Jeancarlos Canela canta “Bajito, que nos escuchan los vecinos”, una línea de una canción que normalmente trataría sobre una infidelidad, el público lo asume como un mensaje al concierto del otro lado de la frontera, organizado por Nicolás Maduro como respuesta al evento de Branson.
Pero los vecinos escuchan. A menos de 300 metros de allí, los miembros de la Guardia Venezolana que custodian el puente se acercan a los contenedores que lo bloquean y, como los jóvenes de la Alemania socialista, pegan el oído.
Vidas rotas
La entrada al concierto es una caravana ininterrumpida de personas que, por varios kilómetros, avanza hacia la entrada. Ayer en mañana, cuando ingresaban las primeras personas, uno los asistentes, Michael Sneider, quien llegó allí desde San Antonio, en Venezuela, bromeó: “Hemos caminado mucho, ¿será que nos desviamos para el de Maduro?”.
En la tarde, la hilera humana sigue avanzando con paso letárgico, aunque acelera hacia el final, cuando comienzan a escucharse las voces de los cantantes y los más jóvenes se apuran por entrar.
Allí, una mujer y un hombre van contracorriente, en una silla de ruedas con techo improvisado por una sábana que asemeja un carro. Ella, robusta, va sentada y él, delgado y más joven, empuja.
Libia Baudí y Alfredo López son esposos y llegaron hace 18 días a Cúcuta, desde el estado de Yaracuy. Mientras él esquiva sin mucho éxito la ola humana que avanza hacia el concierto, Libia explica que se van porque para ingresar le exigían entregar los cigarrillos que pretendía vender adentro.
No vino a Colombia por el concierto, sino a trabajar. “Vi que acá había gente bien vestida, con trabajo, que todos tenían celulares y pensé: yo también quiero”. Libia es, como varios millones de venezolanos, una de las votantes originales del chavismo y, aún, duda si el hambre que la obligó a irse de Venezuela es culpa de Hugo Chávez o de su sucesor.
“No entiendo muy bien eso de la política, pero nos devolvemos para Venezuela cuando se arregle”, dice mientras se aleja. Desde allí, van a recorrer a pie los 13 kilómetros que hay hasta Cúcuta. No tienen para el pasaje.
Como ella, Graciela, habla provisionalmente. Aspira volver antes de que su hija menor alcance a recordar que vivió en otro país en condiciones tan precarias. Ella misma en cambio, no tiene esa fortuna. Su memoria de adulta no le permitirá olvidar. Hoy, como gran parte de los asistentes, se despertará pensando en los 4.000 pesos de la habitación en la que espera no dormir por mucho tiempo.
En este momento, sin embargo, se permite engañarse con la música, canta con José Luis Rodríguez “para olvidar conmigo las cosas que hacen llorar”.