Así es el mundo tras 4 años de política internacional de Trump
Periodista de la Universidad de Antioquia con estudios en escritura de guión de ficción y no ficción.
Señalar éxitos o fracasos cuando se trata de geopolítica es siempre hacer una pregunta abierta al tiempo. El mundo todavía digiere los cambios que produjo en el sistema internacional la caída de la Unión Soviética en 1990. La carrera por los análisis sobre los efectos que tendrá en el futuro los cuatro años de Donald Trump al frente de la Casa Blanca (aún si estos son los primeros o los últimos), comienza cuando muchas de sus decisiones aún no se aplican.
Los sonados retiros de EE.UU. de organizaciones, por ejemplo, como la OMC (Organización Mundial del Comercio), la Unesco o de acuerdos como el climático de París, se harán efectivos a finales de 2020 o incluso comienzos de 2021, cuando dicho país ya tenga nuevo presidente. Estas salidas, de hecho, pueden quedar sin efecto a la primera intención expresa del nuevo presidente.
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No será tan fácil, sin embargo, retroceder el tiempo en temas relacionados con China, Irán o Europa. Es más, señala David Castrillón, docente-investigador del Observatorio de Análisis de Sistemas Internacionales (OASIS) de la Universidad Externado de Colombia, “aunque haya una intención eventual de volver al status quo de hace 4 años, ya no se podrá. La presidencia Trump aceleró el viraje hacia un mundo multipolar, donde Estados Unidos es solo otro gran poder ”.
Ya lo anunciaba Carlos Alberto Patiño Villa en “Guerras que cambiaron el mundo” (2013), cuando distinguía, en ese mundo multipolar, “(...) dos grupos principales de países que compiten de forma evidente, directa y en todas las condiciones posibles, por el poder internacional, la influencia política y los beneficios económicos globales”.
En el primer grupo Patiño ubicaba a Estados Unidos, China, Rusia, India, Japón y a la Unión Europea (asumida como una organización federal internacional). En el segundo, más numeroso, tienen presencia potencias intermedias como Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, entre otros. Este escenario, señala el experto, fue posible “tras la desaparición de la estructura duopólica de la Guerra Fría que sobrevino a la implosión del mundo soviético”.
El mundo cambió. En los últimos cuatro años, Estados Unidos ha elevado las tensiones con China a la par que se aleja de sus socios europeos y de la comunidad internacional. ¿Cómo sucedió?
China, el tono duro e incierto
“Es la economía, estúpido”. En los albores de las elecciones de 1992, carteles con esta frase (y otras, como “No olvidar el sistema de salud”) fueron pegados por las oficinas de los poderes políticos de Estados Unidos. Su artífice, James Carville, el estratega de la campaña del que sería presidente, Bill Clinton, buscaba recordar que ante los éxitos en política internacional que George Bush (padre) presumía, había que anteponer una prioridad: las necesidades más inmediatas de los ciudadanos y la política interna. “Es la economía...”
El eslogan se volvió cultura popular. Sigue representando las prioridades de los estadounidenses que, según datos del Centro de Investigaciones Pew, tienen al empleo entre los temas de mayor interés para las elecciones de 2020. La particularidad, sin embargo, es que en un mundo globalizado el empleo interno se conecta sustancialmente con el comercio y política internacional. Y entonces, el nuevo panorama dio pie a otra frase: “Hacer América grande de nuevo” (Make America Great Again), si bien ya utilizado por Ronald Reagan, popularizado por Trump. El objetivo: China y su creciente poder.
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Las hostilidades entre las dos potencias más importantes e influyentes del mundo comenzaron (y se han mantenido) en un plano económico. El déficit comercial con China, la diferencia entre lo que el país asiático le vende y le compra a Estados Unidos, favorable para ellos, fue el motivo que impulsó a Donald Trump a imponer una serie de barreras comerciales. Con el fondo de una economía global afectada por la pandemia, el déficit, según la Oficina de Análisis Económico de EE.UU., se ha reducido un 18% respecto a 2019. Quién está asumiendo los costos, sin embargo, sigue siendo una duda.
“Es el consumidor estadounidense el que está pagando la guerra comercial. Con Trump, la política hacia China tuvo un cambio central: la seguridad económica fue entendida como seguridad nacional. Lo interesante es que el discurso ha calado en todos los sectores de la sociedad estadounidense, tanto republicanos como demócratas. Bajo una posible presidencia de Biden, todo apunta a que continuará con esta política de confrontación”, analiza Castrillón. Las consecuencias son inciertas.
“Es algo que se podría ver positivo para EE.UU., no necesariamente para el plantea”, dice Rafael Piñeros, master en Análisis de problemas políticos, económicos e internacionales contemporáneos de la Universidad Externado de Colombia. Un mundo en el que Estados Unidos y China se enfrentan es un mundo más peligroso. “Si lo que se quería era un tono más fuerte, se logró. El mensaje para el próximo presidente es claro: no hay que temerle a una actitud más confrontacional con China”.
Biden ha dejado entrever en sus declaraciones que no cambiará el tono. Podemos esperar que esto continúe, y que se vuelva más complejo y profundo, analizan los expertos, con la diferencia, sustancial, de que el candidato demócrata ha prometido que lo hará con sus socios, unas naciones que hoy miran con desconfianza a Estados Unidos.
Con Europa, un océano de distancia
“Hay conflictos a las puertas de Europa. Y la época en la que podíamos confiar en EE.UU. se acabó”. Poco más de dos años han pasado desde las declaraciones con las que la canciller alemana, Ángela Merkel, respondió a la decisión de Trump, unilateral y sin previo aviso, de retirar a Estados Unidos del pacto nuclear con Irán. La distancia entre el viejo continente y la potencia norteamericana no ha hecho más que acrecentarse.
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El acuerdo nuclear iraní se alcanzó en julio de 2015 en Viena, entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EE.UU., Rusia, China, Francia y el Reino Unido), Alemania e Irán. El objetivo del acuerdo es que la potencia islámica frene el enriquecimiento de uranio, un proceso que la podría llevar a obtener bombas atómicas. El trato consiste en que a cambio de una serie de controles sobre sus instalaciones nucleares, Irán obtenga el levantamiento de las sanciones internacionales que pesan sobre su economía.
El pacto sufrió una herida de muerte con el retiro norteamericano. Según Trump, Irán no cumplía con sus compromisos, una versión que las instancias internacionales, e incluso nacionales, ponen en duda. “Hay informes de la CIA que demuestran que Irán cumplió con sus obligaciones hasta el 2018, cuando Trump amenazó con su retiro. El problema es que cualquier acuerdo del que Estados Unidos se sale, queda cojo”, analiza Piñeros. Con la reanudación de las sanciones económicas de EE.UU., el acuerdo ya no resulta tan atractivo para Irán.
“Trump intentó una política de presión máxima. La tesis era que por medio de sanciones el régimen se sintiera tan estrangulado que tuviera que volver a una nueva mesa de negociación en la que EE.UU. tendría la posición dominante”, explica Castrillón. Eso no pasó. El gobierno iraní se ha mantenido en el poder, y en cambio, “la potencia norteamericana se mostró como un país que no cumple sus acuerdos. Eso es lo que le cuesta, le ha costado y le seguirá costando frente a su prestigio en el mundo”.
No solo fue Irán. Desde el inicio de su administración, Trump exigió a sus socios europeos elevar sus contribuciones a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), con la amenaza de que si no lo hacían EE.UU. tomaría medidas. El elevado tono se tornó en acciones cuando el pasado 29 de julio el Pentágono anunció la retirada de 12 mil soldados norteamericanos asentados permanentemente en Alemania. “Son morosos”, dijo Trump refiriéndose a los alemanes.
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“El discurso se ha mantenido, hasta el punto de que hoy la OTAN no resulta tan útil como parecía antes, y esta es una fuente de problemas”, analiza Castrillón. Los líderes europeos asumen cada vez con más seriedad la necesidad de blindar la seguridad europea con un mecanismo distinto a la OTAN. Macron, el presidente francés, ha sido el más activo en este escenario.
“Francia está convencida de que la seguridad a largo plazo de Europa pasa por una alianza fuerte con Estados Unidos (...) Pero nuestra seguridad pasa también, inevitablemente, por una mayor capacidad de acción autónoma de los europeos”, insistió en un discurso en París el pasado febrero de este año. La fría relación entre ambos socios es peligrosa para Estados Unidos, “cuya influencia depende de su alianza con Europa”, insiste Castrillón, pero va en vía de un mundo en el que EE.UU. ya no es el único poder.