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“Soy yo”: así cayó el último gran capo de la Cosa Nostra

Matteo Messina Denaro es el jefe de la mafia italiana capturado en la mañana
de ayer. Las autoridades duraron décadas buscándolo, nunca se ocultó realmente.

Egresado de la U.P.B. Periodista del Área de Investigaciones, especializado en temas de seguridad, crimen organizado y delincuencia local y transnacional.

17 de enero de 2023

La mafia hizo que dos países tan distintos –como Colombia e Italia– fueran hermanos en el dolor bajo el azote de las bombas y las amenazas al Estado en los años 90. Y mientras aquí era Pablo Escobar Gaviria el que ordenaba detonar los explosivos, allá era Matteo Messina Denaro, conocido en el mundo del hampa como “el capo de capos”.

La estela de sus crímenes revivió este lunes, cuando fue vencido por la persistencia de los Carabinieri (Policía italiana) y por una enfermedad que no respeta a santos ni demonios: un cáncer de colon en fase de metástasis.

La persecución duró tres décadas, en las que Messina gozó de la protección de funcionarios corruptos, moviéndose en la sombra y administrando los tentáculos de la Cosa Nostra, una centenaria red de clanes sicilianos con operaciones en Europa, América y África.

Su detención es tan importante que la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, canceló su agenda de gobierno para viajar a Sicilia a celebrar esta victoria de la justicia, y sugirió que, en adelante, el 16 de enero deberá ser un día festivo para “conmemorar a quienes sacrificaron su existencia en la lucha contra la mafia”.

Ascenso sangriento

De acuerdo con la prensa local, Messina nació hace 60 años en Castelvetrano, ciudad de la provincia de Trapani, en la isla de Sicilia.

Su padre era un cabecilla apodado “don Ciccio” y fue quien lo introdujo en los negocios ilegales: narcotráfico, contrabando, lavado de activos, trata de personas, terrorismo y sicariato, entre otros.

Por las conexiones de su papá en la Cosa Nostra, Messina se ganó la confianza de los jefes de la organización, Totó Riina y Bernardo Provenzano, y poco a poco fue ascendiendo en la jerarquía. Su primer alias fue “el Seco” (“u Siccu”), por su aspecto delgado.

Este grupo estableció alianzas con el cartel de Pablo Escobar en los 80, para surtir con cocaína sus plazas de vicio en Estados Unidos e Italia.

En la década siguiente ambas organizaciones fueron objeto de una feroz persecución de parte del Estado, y sus retaliaciones fueron macabras, con atentados contra jueces, policías, ministros y todo aquel que desafiara su poder.

Su participación en tales crímenes puso a Messina en el listado de los peores asesinos de Italia, y dos casos en particular marcaron su extenso prontuario.

El primero sucedió el 23 de mayo de 1992 en una vía de la ciudad de Capaci, cuando al paso de una caravana de vehículos oficiales fue detonada una bomba. Murieron el juez antimafia Giovanni Falcone, su esposa y tres escoltas.

Y el 19 de julio de ese mismo año, en Palermo, un carrobomba mató al juez Paolo Borsellino y a cinco de sus guardaespaldas. Ambos magistrados lideraban los procesos penales contra la Cosa Nostra.

Después de estos hechos Messina tuvo que esconderse, pues la Fuerza Pública arreció la cacería contra su clan.

En la clandestinidad le envió una carta a su novia, que luego fue incautada por la Policía, en la cual le anunciaba: “Oirás de mí y me pintarán como un demonio, pero todo son falsedades”.

La palabra “demonio” se quedó corta para describir los hechos posteriores, entre ellos el asesinato del niño Giuseppe di Matteo, de 12 años, en 1996.

La historia, que en su momento conmocionó a la sociedad italiana, comenzó cuando su padre Santino di Matteo, miembro de la Costa Nostra, fue capturado. Durante el proceso judicial decidió colaborar con la justicia y prometió declarar en el estrado contra los asesinos de los magistrados Falcone y Borsellino.

Los secuaces de Messina secuestraron a su hijo, lo tuvieron dos años en cautiverio y bajo tortura, hasta que finalmente lo estrangularon y derritieron su cadáver en un tanque lleno de ácido corrosivo.

Los últimos pasos

Al llegar el siglo XXI, Messina heredó la jefatura de la Cosa Nostra, con lo que dejó de ser “el Seco” para convertirse en “el capo de capos” (“capo di tutti capi”).

Para sus negocios en Colombia, delegó a Iacomino Tomasso, quien se radicó en Bogotá para coordinar los despachos de cocaína (ver la Microhistoria).

Se escondía en propiedades campestres y no usaba telecomunicaciones. Para transmitir sus órdenes, se valía de papelitos manuscritos enviados con mensajeros, conocidos como “pizzini”.

Este sistema, además de la protección de agentes corruptos, le sirvió para eludir a las autoridades por muchos años.

Los Carabinieri solo tenían una foto de él obtenida en 1993, y para suponer cuál sería su apariencia en la actualidad, usaron un software que simulaba el paso de la edad.

La caída de Messina comenzó en septiembre del año pasado, cuando los policías arrestaron a 35 personas de su círculo cercano en Trapani, su provincia natal. Algunos de ellos abrieron la boca y así se enteraron que padecía cáncer hacía un año.

Usaba una identidad falsa a nombre de Andrea Bonafede, con la que asistía a los chequeos médicos en la clínica La Maddalena de Palermo.

Este lunes tenía cita en la mañana y, apenas se bajó del carro, fue recibido por decenas de carabinieri. “Soy yo”, dijo, sin oponer resistencia.

A diferencia de Escobar, no murió tiroteado en una azotea, pero carga sobre sus hombros una cadena perpetua. Pasará sus noches en una celda hasta que el cáncer, o la vejez, ajusten cuentas con él.