Histórico

Vargas Llosa no se piensa jubilar

Conversación con el Nobel. Habló de literatura, del Boom, de la política, del teatro. Saltando temas. Quedándose en anécdotas.

26 de enero de 2013

La primera vez que lo vi se asomó al balcón del hotel Santa Clara. Estaba vestido con camisa blanca, tan blanca como su pelo. Vargas Llosa ya no tiene canas. Tiene cadejos negros que se pierden en el pelo blanco. Muy pocos ya. Se asomó con su peinado perfecto: el viento no lo despeina, manteniendo su pequeño copete de Alf. Usaba gafas negras. Miró hacia abajo, con la expresión dura, y se volvió a esconder.

Lo saludé, sin nombre. Por supuesto, me saludó sin nombre.

En su casa en Perú (lo leí en una revista) tiene decenas de libros de La ciudad y los perros. Me miró tan serio como la primera vez, cuando no me vio. Los escritores, le escuché, le tienen cariño a todos sus libros. De todas maneras, él le tiene más cariño a su primera novela. Fueron sus años de juventud y se acordó de un autor (tal vez Flaubert) y la juventud que fue, que ya se fue y que ya no está. Fue algo así también. La ciudad y los perros la escribió en esos tiempos en los que todavía vivía una "vida literaria con mucha inseguridad". Luego vino eso que no se imaginó. Su primera novela tuvo éxito.

No se lo imaginó por dos cosas. Era una época en la que había pocas editoriales y, aún más pocas, que editaran literatura de latinos. "En Perú casi no había editoriales, sino libreros y lo que publicaban eran libros de circulación pequeña". La escribió con entusiasmo y casi, con la misma cantidad de inseguridad. "Si lograba que se publicara, no creía que tuviera mucha repercusión. Para mí fue una sorpresa total lo que ha ocurrido con La ciudad y los perros".

En esa silla, con la pierna cruzada, con las manos que a veces mueve para explicar, se devuelve en el tiempo. Su padre lo entró a estudiar al Leoncio Prado porque creía que la vida militar lo iba alejar de la literatura. Todo lo contrario. "Fue la época de mi vida donde más escribí". Era un internado y estuvo muchos fines de semana castigado. "Leí más que nunca porque aproveché esos fines de semana para leer vorazmente. Nunca había escrito tanto como en esos años". Escribía poemas y cartas de amor para sus compañeros y sus enamoradas y ellos le pagaban con cigarrillos. "La verdad es que me divertía. Tenía que leer las cartas que les enviaban las chicas a estos compañeros. Además, de cuando en cuando, escribía novelitas pornográficas de una o dos páginas, porque (esto lo dijo más tarde, a todos) dentro de las ramas de la literatura, el erotismo sí parecía una rama viril". Se rió desparpajadamente por la paradoja. Era todo lo contrario a lo que quería su padre. El Leoncio Prado fue fundamental para que Vargas Llosa fuera escritor. Esas experiencias se le quedaron en la mente y, desde que salió de allí, estuvo pensando en una novela. La ciudad solo la empezó a escribir en 1958, cuando llegó a Madrid.

Pareciera que los escritores de la talla de Vargas Llosa no tuvieran miedo, ni dudaran de sus escritos. "Dudamos, claro. Uno siempre tiene dudas porque no sabe qué va a pasar con su novela. Uno siempre quisiera escribir obras cumbre, pero no siempre se puede". Siempre la ambición es menor de lo que a veces logra el libro. ¿Tiene novelas guardadas, al estilo de Kafka, como para la hoguera? "No para la hoguera, pero sí novelas que no te gustan tanto".

Vargas Llosa tenía dudas con La ciudad y los perros. Era su primer libro, era la época. Su idea de vocación era eso, que les tocaba vivir al margen, por eso de la publicación. La novela fue rechazada en varias editoriales hasta que llegó a Carlos Barral, que le interesó. Lo demás ya se sabe. "Todavía me quedo maravillado con la historia de esta novela en sus primeros 50 años. Digo 50 porque espero que sean más todavía", explicó en la conversación con Carlos Granés, que escuchó mucha gente, que se vio por televisión.

El libro no solo fue exitoso, sino escandaloso. La violencia, el mundo militar y sus jerarquías estrictas que los estudiantes "reproducíamos muchas veces de manera retorcida y degradada". El machismo, que era tolerado. Hay una frase de un militar que le dice a los estudiantes: "Lo que importa en el Ejército es ser bien macho, tener unos huevos de acero (…) el hombre debe cuidar los huevos más que el alma". ¿Algunas de las problemáticas de la novela todavía están hoy. Eso hace que después de 50 años siga siendo tan actual? Vargas Llosa me responde que hay fenómenos que todavía se dejan ver en la época actual, como el machismo, que aún está a flor de piel en muchas sociedades. "Claro que es una novela muy actual. Sin embargo, no se puede saber cuáles son las razones por las que el libro no ha desaparecido". No sabe por qué los libros sobreviven, algunos perduran y otros se olvidan.

El Nobel
Está recostado en la silla, con una leve inclinación que separa su espalda de ella. En algunos momentos se pasa la mano por el pelo. De adelante hacia atrás. Le digo que a veces uno siente que él es El poeta de La ciudad y los perros, pero que a veces, uno solo encuentra en él lo de la poesía y las novelitas eróticas, pero que también está lo de Ricardo Arana y la historia con su padre, que tiene mucho de lo que uno lee en su autobiografía. Me mira serio cuando estoy hablando, pero es una persona cordial. Yo muevo las manos, a ver si de pronto las manos ayudan a decir más rápido lo que quiero preguntar (el muchacho dijo que son 30 minutos exactos, que empecé a las 11:35, que termino a las 12:05). Me cuenta que sus obras nacen de una experiencia personal, siempre, y que, voy por el camino que es: la vida del Nobel peruano se ha repartido en sus muchas novelas. Es una repartición de sus experiencias personales, en muchos de esos personajes. Lo que escribe, lo dice él, parte de cosas que le pasan a él, de las que, muchas veces, toma nota y, muchas veces también, deja ir. Lo que no tiene claro es por qué unas se quedan y por qué otras se van. Por qué unas se convierten en historias y otras se van. Él solo es el escritor. Lo demás es el azar.

El Nobel nunca se acomoda en la silla. Su cuerpo está en diagonal a la mesa. Es más alto que yo (1.65), pero no mucho. Solo se tiene que agachar un poco cuando se despide de beso y yo solo le había estirado la mano, mientras pienso, lo dejé ir sin la foto, sin el autógrafo.

A uno le parece muy obvio por qué un escritor quiere ganarse un Nobel: es el premio más importante en literatura, pero, sabiendo que ya el camino lo han recorrido, que han tenido éxito, ¿tal vez les reafirma algo como escritores? "¿Cómo escritores?, nada". Va una anécdota (más en mis palabras, que en las de él): la primera persona que se ganó el Nobel, no la has escuchado, no la has leído y no la vas a leer nunca. Se llama Sully Prudhomme. Ya salió contra quien estaba compitiendo por el premio, porque después de cincuenta años los archivos son públicos. Contra Tolstoi. El novelista más grande. A Tolstoi se le sigue leyendo. A Sully no, no se le conoce. Se eligió un escritor de tercera, frente a un escritor de primera. Tal vez dice algo más, pero yo creo que él dejó así, para que yo pensara lo demás.

¿Le irrumpió fue la cotidianidad, porque usted es de rutinas exactas? "Disciplinado. Lo que te quita es privacidad. El primer año fue muy difícil". Había tantos compromisos y tantos viajes que aislarse era complejo, concentrarse no era fácil. Escribir, eso que hace todos los días, era complejo y, dice, la concentración es fundamental para un escritor. Necesitaba dedicarle tiempo, pero, "por supuesto que no estoy diciendo que no agradezco el Nobel. Sí me gustó y lo disfruto mucho". Hubo que adaptarse. Antes era menos famoso. Ahora es tan famoso que cuando la gente lo ve en la ventana del Santa Clara dice, ¡mirá quién está ahí, mirá…

¿No le parece que un escritor gracias a las editoriales y a la gente, es ya un espectáculo? Usted lo es. "Claro que sí, por supuesto que nos vuelve un espectáculo". Es la cultura de ahora, los medios de ahora. Es eso que explica en La civilización del espectáculo. Solo que él no tiene intenciones de quedarse como un espectáculo. Si las tuviera, no tuviese la preocupación de La civilización.

A él no le parece que esté mal eso de entretenerse. Hay que entretenerse. Lo que no se puede es perder el espíritu crítico, porque si bien el entretenimiento puede hacernos pasar buenos ratos, "nada genera más inconformismo e indiferencia frente a la problemática social, como ese tipo de subcultura". Cuando la cultura se convierte en entretenimiento que se banaliza. "La gran función de la cultura es estimular la imaginación, el espíritu crítico. Hacernos saber que es posible imaginar mundos mejores que el mundo en el que vivimos".

Él ha estado interesado en los problemas sociales desde que estaba joven. Con Sartre (al que le creía todo lo que decía), lo contó en la conversación con Granés, le aprendió que a través de la literatura podía combatir la justicia social. Sartre le demostró que la literatura no lo alejaba de la realidad. "Las palabras, leyó, son actos. Con cada palabra puedes producir cambios". La influencia de Sartre, incluso, hizo que no se quedara de comunista (estuvo un año en el partido).

¿Entonces para qué seguir escribiendo, si ya no hay lectores, dice usted en el libro, que profundicen en la lectura? Sonríe y me mira, a los ojos. "Menos mal hay escritores que quieren seguir escribiendo".

El Nobel le cambió la cotidianidad, aunque él, tampoco se ha dejado del todo. Por la mañana, en Cartagena, salió a trotar. Dicen, los que lo conocen, que es un hombre que se cuida, que cada año va con su esposa Patricia a la clínica Buchinger, donde descontaminan sus cuerpos. Uno no lo conoce sino media hora, pero tiene la impresión que escondió los años en algún libro donde se repartió alguna vez: la voz es fuerte, las arrugas no son de un hombre de 76, las respuestas siguen haciéndole pensar a uno que hizo una pregunta muy inteligente.

El Boom, la política
Vargas Llosa y García Márquez son los últimos dos autores vivos que quedan del Boom Latinoamericano. Vargas Llosa es el único que anda todavía hablando, con frecuencia. ¿Qué sería eso que tuvo el boom, que les permite ser tan actuales, incluso después de tanto tiempo? "No se puede decir qué es. Eso no tiene una explicación racional. Coincidieron unos autores. Igual, cómo explicas que al mismo tiempo viviera Dostoievski, Tolstoi, que Balzac, Flaubert y Dickens fueran contemporáneos. Esos son fenómenos que se producen. La historia está llena de esos fenómenos". ¿Un milagro? Vargas Llosa no se compromete con un milagro, más bien así (lo repitió con Granés): "Es un fenómeno de difícil explicación racional". ¿Qué pasa con los escritores contemporáneos? "No se puede decir. Hay gente escribiendo buenas historias, pero se necesita perspectiva".

Como son treinta minutos, hay que ir saltando temas. Primero La ciudad y los perros, luego el boom, después la política. En algún momento señaló que no ha escrito unas memorias de su vida, pero sí de su memoria política, El pez en el agua, quizá porque necesitaba limpiarse. De todas maneras, aunque ya no político, no se aleja de la política. "Como ciudadanos tenemos el deber de decir lo que no nos parece. Ojalá hubiese más escritores que lo hicieran, pero la política está desprestigiada". Eso también tiene que ver con La civilización del espectáculo. ¿Se le quitaron las ganas de ser presidente? "Ser político no es solo ser presidente. Hay otras maneras de participar en política"

El chico aquel que lo acompaña me mira: cinco minutos. Vargas Llosa escucha mal y ya se va a ir, pero yo le digo, me faltan cinco. Se queda entre parado y sentado. Se vuelve a sentar. "Bueno, dos preguntas más", dice. Hubo un proyecto, hace mucho, de escribir a cuatro manos la guerra colombiana y peruana con García Márquez. ¿Nos quedó faltando, no? "Era un proyecto muy bonito, que no se hizo. Un proyecto que se quedó ahí, que iba a ser muy bueno, pero que no prosperó. Carlos Fuentes propuso uno de cuentos con los dictadores de cada país. Tampoco prosperó, pero cada uno terminó haciendo una novela sobre un dictador. Yo hice Conversación en la catedral y La fiesta del chivo, García Márquez El otoño del Patriarca, Carlos Fuentes La muerte de Artemio Cruz, Augusto Roa Yo el supremo. De alguna manera se hizo".

Quería preguntarle si después de tantos años, después de viejos, ya él y García Márquez podían volver a ser amigos. No había tiempo, no me iba a contestar, creo. Yo, tengo una hipótesis: en la literatura ya volvieron a ser amigos, hace mucho tiempo. Por la tarde, con Granés, dijo esto: "Cien años de soledad fue una verdadera revolución. Entonces la literatura era reconocida sobre todo en círculos literarios, cultos. La primera novela que rompe, que llega al gran público, que eso es de los best sellers, es Cien años de soledad".

¿Dónde quedó la joven promesa de la actuación, que predijo Aitana Sánchez en 2006? "Todavía es una joven promesa". Se echa a reír. "El teatro es otra forma de literatura. (Mmm), no era tan buen actor". Seguirá con el teatro. Escribiéndolo, por lo menos. Por ahora, acaba de terminar una novela, El héroe discreto.

Philip Roth dijo que no va a escribir más. ¿A usted le cabe jubilarse? "A Mario Vargas Llosa no, salvo que llegue una enfermedad que no me lo permita más". Trae una frase de Albert Camus: "No puedo vivir sin mi arte".

El reloj de Vargas Llosa es dorado, de circunferencia amplia. Lo puede ver una miope como yo. Falta un minuto y él se llama, en realidad, Jorge Mario Pedro Vargas Llosa. ¿Qué hizo el Jorge y el Mario? Ahora sí se ríe y se le olvida el tiempo. El Pedro vino de su abuelo. El Jorge de un tío. El Mario, en cambio, tiene una historia. Su mamá, el año antes de su nacimiento fue a ver la Tosca, la ópera de Giacomo Puccini. Era su favorita y ella quiso hacerle un honor: le puso Mario a su hijo. "Así que mi nombre se debe a una ópera".

Entonces "bueno", se paró, le estiré la mano, me dio el beso, se fue. No hubo foto, no hubo autógrafo. Lo había esperado un año. Lo había leído un año. Estamos él (que me olvidará), mi memoria y yo. Treinta minutos exactos. Con segundos incluidos. Lo demás, ya se los conté. Lo otro es la cultura: la imaginación.