Un Niño llamado Jairo Aníbal
Si algo inspiran las historias de Jairo Aníbal Niño es ternura. Sus palabras, que relucen azules mientras se leen al galope del amor, son como caramelos, como chocolates rellenos de anís por dentro. Cuando uno lee "La alegría de querer", "Preguntario"o "Zoro" una frase, un párrafo, alguna imagen se niega a irse de la boca de la misma forma como los caramelos se aferran a los dientes y los rellenos de anís embadurnan los labios.
Jairo Aníbal Niño fue como un Benedetti a la colombiana previo a cualquier amor adolescente. Si mal no recuerdo, cuando empecé el colegio, "La alegría de querer" fue el primer libro que le regalé a una niña del salón que me gustaba mucho y ella se enamoró más de mí cuando le separé con media hoja de cuaderno uno de mis favoritos: "En secreto": En secreto/ recogí el vaso en que habías bebido/ y lo llevé a mi casa./ Por las tardes, cuando llego del colegio,/ lo coloco bajo el grifo/ y veo flotar un beso en el agua.
Después, cuando pasaron los días y ella se enamoró de otro niño, no tuve más remedio que decirle enojado al terminar las clases que leyera atentamente "Cómo no me vas a querer", de ese libro que le había regalado con el dinero ahorrado durante ocho días al dejar de comer durante los recreos. Aún así, cómo no agradecerle tantas cosas al Niño querido que dignificó con todos sus libros la timidez y la ternura porque nunca dejó de reinventar el lenguaje como lo hacen los niños cuando perfectamente en coro dicen que "el gato es una gota de tigre" o que "la gaviota es un barquito de papel que aprendió a volar".
Alguna vez lo escuché decir que él soñaba con una educación libre, con escuelas y colegios que no dependieran tanto de las listas de asistencia, de la nota y de los logros que a veces no miden nada. Soñaba, por ejemplo, con que se repitiera muchas veces esta escena: "Maestra, ayer no vine al colegio porque ayer me enamoré" ¿Cómo sería? Para empezar, esta semana como un pequeño homenaje a este hombre bueno, las escuelas no deberían tomar lista, no deberían hacer exámenes, no deberían dar clases convencionales y cualquier excusa sería válida para robarse un beso en una banca o en la biblioteca.
Se fue el hombre que cuando grande quería ser niño con su pelito y su bigote blanco tan parecido al doctor "Chapatín". Se fue el angelito que tan bien ilustró el martes Betto en El Espectador y quien vistió los últimos días trajes blancos impecables porque a punto de cumplir 69 años, el 5 de septiembre, se había hecho puro.
Ahora que pienso y después de pasar semanas amargas creyendo en la sinrazón de este país perverso, en la barbarie, en las injusticias?, una lectura desatenta de Jairo Aníbal Niño puede generar más tranquilidad que una confesión, puede dignificar la vida, la timidez y la ternura y estimular como nada en el mundo el amor ciego y espontáneo, porque leer a Jairo Aníbal Niño es como destapar una caja de chocolates, esas bonitas de colores, y no tener ni idea por dónde empezar.