Histórico

TETAS

04 de noviembre de 2014

Palabra prohibida. De forma casi instantánea, su sonido poderoso evoca al ícono Sofía Loren en el deseo del planeta.

‘Senos’, ‘mamas’, ‘pochecas’, ‘maruchas’, ‘quicas’, ‘tetas’. No me referiré a las ‘tetas’ ni por obediencia al recato ni por temor a la asociación salvaje; prefiero la palabra ‘seno’ por su dimensión inagotable: es la matriz, la geografía despampanante y, también, el adentro, la caverna.

Los grandes se han rendido ante su presencia: “Una mujer morena,/ resuelta en luna,/

se derrama hilo a hilo/ sobre la cuna./ Ríete, niño,/ que te tragas la luna/

cuando es preciso” (Miguel Hernández).

En quinto de primaria, las niñas empezamos a inspeccionar nuestros cuerpos: ¿a quién le saldrán primero? Las de desarrollo tardío nos refugiamos en un dulce consuelo: las “afortunadas” de senos precoces suelen ser las rezagadas del crecimiento, futuras rehenes del tacón. Ya en la adolescencia, cuesta acostumbrarnos a que nos hablen sin mirarnos a la cara.

Entonces, descubrimos que el ADN del seno es caprichoso: no siempre heredamos la mítica hermosura de nuestras antecesoras, pero todas cargamos la incertidumbre de sus demonios (abuela, tía, madre con cáncer de mama). Los senos son el lugar temido y amado de la maternidad, el lazo primero, la almohada del hijo triste. No en vano cubren el corazón. (De vez en cuando, acecha el pensamiento oscuro: aquellos que me han permitido dar vida, cavarán mi tumba).

Legiones de amazonas deambulan por las calles con sus cuerpos mutilados, un campo de batalla en el pecho. Otra horda las acompaña: hembras esculpidas en un quirófano, criaturas del deseo que libran una guerra, no tan banal como se pregona: la del amor propio y su vínculo íntimo con la libertad.

Con frecuencia, se les ve pasadas de copas, embriagadas en su vanidad o la de su amante: 36D, un desafío para la gravedad.

(¡Ah!, el brassier: prenda y símbolo).

Los ojos adustos del ginecólogo, aparentemente desprendidos de deseo, reconocen que los senos cuentan la historia sentimental y física de cada mujer. Con resignación, insisten en desmontar dos grandes mitos: la lactancia no es prevención irrefutable contra el cáncer de seno, y amamantar a un bebé no es un método anticonceptivo… la infinitud del cuerpo femenino puede alimentar e incubar simultáneamente.

Según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica, en 2013 se practicaron 82.137 cirugías en Colombia para aumentar y disminuir los senos. El mismo año, el de mama fue el cáncer que más colombianas mató: cada año, se diagnostican cerca de 7.000 casos, 2.500 mortales. Mientras el mundo se empeña con éxito en disminuir la tasa de fatalidad, en Colombia aumenta… ¡a la par con la efervescencia de las burbujas de silicona entre el escote!

En esta sociedad, el seno es la curvatura con que nos miden el ángulo a las mujeres. Cómo despojarlo de su carácter decorativo y regresar a él con ojos ancestrales, redescubrirlo como savia. Cómo condenarlo a vestirse de rosa, regodeado en la fiesta del lenguaje publicitario, cuya reiteración coral le resta sentido al mensaje.

Frente al espejo, las tetas ―naturales, construidas, soberbias, vulgares, impetuosas, cansadas― nos recuerdan que somos carne. Cuerpo convertido en cosa, despojado de alma, por efecto del deseo. Pero, también, somos el origen, al que siempre se anhela volver.