Histórico

Sobre dentistas y algún sheriff

Además de casa de textileras y de los talleres del Ferrocarril, Bello fue epicentro de los "teguas" que atrajeron a clientes de todas las geografías.

30 de junio de 2013

Más que por sus dirigentes políticos, un pueblo tiene memoria gracias a sus escritores y artistas. Bello, al cumplir cien años como municipio, posee imaginarios populares, como haber sido durante mucho tiempo sede de dentistas empíricos (teguas), como lo fue, por ejemplo, Celio Arroyave.

En otros días, circuló una leyenda urbana, conectada con dentaduras. Y nada más y nada menos que con la del Zorzal Criollo, Carlos Gardel. Un avivato, cuyo nombre ya nadie recuerda, logró vender en Bello más de treinta mil dientes del cantor muerto en Medellín en junio 24 de 1935. Hasta la tierra de las factorías y las locomotoras, llegaban adoradores gardelianos en búsqueda de una reliquia dental.

En la década del veinte, del siglo XX, Bello ya era asiento de textileras y los talleres del ferrocarril de Antioquia, claves en la introducción de maquinarias modernas, sistemas contables, la medida de tiempos productivos y otros factores que erigieron a esa población como un laboratorio de la modernidad industrial en Colombia. Entonces, arribaron peregrinos en búsqueda de empleo y la ciudad derivó en un "hormiguero" de gentes de todas partes.

Uno de los que allí recaló, no en tren sino a lomo de mula, fue Celio Arroyave Roldán, nacido en Angostura en 1883. Había sido latonero, ebanista, diseñador de trapiches y colono, pero fue la dentistería el oficio en el que sobresalió y se volvió famoso. Además de sacamuelas, sus cajas dentales, a las que a veces les ponía sabores, llenaron la boca de miles de antioqueños. En las prótesis hacía una pequeña cámara de succión que, en muchos pacientes, produciría el conocido entre los odontólogos como el Mal de Celio.

En los cincuentas y sesentas ya Bello era reconocida en el país como la ciudad de los dentistas, debido a la proliferación de "teguas" que, junto con las fábricas y los talleres ferroviarios, llamaban gentes de todas las geografías.

Bello, que a principios del siglo XX fue el recreadero de la élite de Medellín, ha sido cantada por diversos escritores, como Tomás Carrasquilla, Gaspar Chaverra y por el envigadeño Fernando González, en su novela Don Mirócletes. La ciudad, que para los ochentas y noventas ya no era tierra de promisión ni de obreros, sino de bandas armadas y corrupción oficial, es "cuna de los seminaristas más grandes de Colombia, a saber, Marco Fidel Suárez y yo", escribió González en la precitada obra.

El periodista Miguel Zapata Restrepo, fundador del radioperiódico Clarín, fue alcalde de Bello de octubre 13 de 1971 a enero 19 de 1972. De su experiencia infernal allí escribiría el libro El Virgomaestre, en el que consignó que Bello más que un alcalde necesitaba un sheriff.

Bello, cuna de malevos y de artistas, tuvo en Lola Vélez, discípula de Pedro Nel Gómez y Diego Rivera, una pintora de alcurnia, así como a Toñita Mejía, una imprescindible directora de estudiantinas. Por sus antiguas calles, otrora arborizadas, discurrieron las bicicletas obreras y se escucharon melodías de cafetín.

Hoy, cuando el paisaje ha sido cercenado por altos y antiestéticos edificios, en el cielo bellanita vuelan decenas de parapentes, y como en tantas partes de Colombia, no faltan los disparos ni los desasosiegos.

(*) Presidente del Centro de Historia de Bello