Rodrigo Lloreda: 10 años
Rodrigo Lloreda fue sin ninguna duda un hombre de excepción. Lo conocí hace más de 40 años y hasta el final de sus días la vida me dio la oportunidad de compartir con él en diferentes épocas y situaciones que me permiten hacer la anterior aseveración.
Fue en la Universidad Javeriana cuando la suerte me permitió ser su amigo. Estudiando Derecho en el "edificio viejo" de la Facultad, participé con él, siempre con admiración, del quehacer estudiantil.
Rodrigo estaba en otro curso y yo estudiaba y era a la vez secretario de la Facultad de Derecho, bajo la sabia dirección del inolvidable padre Gabriel Giraldo.
Por esa época se destacaban ya como futuros líderes Rodrigo, perteneciente al Partido Conservador y a quien seguíamos, y Luis Carlos Galán como liberal. Unos con el periódico Reflector como vocero de las inquietudes azules y otros con la revista Vértice, de las banderas coloradas.
Era tal la calidad humana de los dos personajes en ciernes que cuando hablaba Luis Carlos, los conservadores íbamos a oírlo y lo aplaudíamos y al contrario también operaba el asunto de la misma forma.
El Decano tenía un ojo avizor extraordinario y siempre pronosticó un gran futuro para ellos. Allí se integró un grupo que aún mantenemos con los sobrevivientes que quedamos, conformado en su origen por Abel Carbonel, Hugo Palacios Mejía, Luis Guillermo Vélez, Darío Arango Barrientos, Jorge Cubides Camacho, Luis Fernando Mejía, Guillermo Vallejo, Enrique Nates, Fernando Londoño Hoyos, Álvaro Fernández de Soto, Hernando Albán Holguín, Jorge Marmorek, Fernando Sanclemente Molina, Hernando Restrepo, Guillermo Núñez y obviamente Rodrigo y Luis Carlos.
Nos hemos reunido periódicamente durante todos estos años para intercambiar ideas y comentar los acontecimientos políticos y económicos, celebrar los triunfos y las realizaciones de cada uno y llorar con el alma y con mucha tristeza la pérdida de algunos compañeros.
Rodrigo siempre fue un gran amigo que no dejó nunca de ayudar a quien lo necesitaba. Desde esas épocas leía y predicaba con inteligencia y convencimiento los principios de la doctrina social contenidos en las encíclicas y estaba siempre al tanto de lo que ocurría en Colombia y el mundo. Sus opiniones, con claridad y precisión, se expresaban en la tribuna, en el Parlamento y en las notas editoriales del periódico.
El Valle del Cauca, Cali, su ciudad que tanto amó y Colombia, eran el motor de su accionar. En los cargos públicos siempre tuvo como mira servirle bien al país y a sus compatriotas.
La política la ejerció con pasión y honestidad y hasta la última hora de su existencia le dio a Colombia con fervor y dedicación sin límites toda su alma.
A principios de los años 80 estaba en París como Cónsul General, por nombramiento que me hizo Rodrigo cuando era Canciller y almorzando con ese gran hombre que fue Misael Pastrana Borrero en el restaurante La Closerie des Lilas, en Montparnasse, manifesté al ex presidente que creía que no había en Colombia ninguna persona que tuviera una hoja de vida igual a la de Rodrigo: concejal, diputado, representante a la Cámara, senador, alcalde, gobernador, ministro de varias carteras, embajador en Washington, designado a la Presidencia de la República, entre otros, y que me parecía que lo único que le faltaba era ser presidente de la República.
Él me refutó diciendo que él había sido la persona que más ministerios había ocupado como titular o como encargado y que había llegado muy joven a la Primera Magistratura. La conversación quedó en tablas sobre este aspecto. La anécdota sirve para seguir sosteniendo lo que en esa época manifesté: Rodrigo ha debido ser, para bien de todos, presidente de Colombia.