Histórico

NADIE SE JUSTIFICA POR LAS OBRAS DE LA LEY

07 de febrero de 2013

Ley es lo que se manda o prohíbe. El hombre necesita la ley para saber actuar. En la anarquía, ausencia de ley, nadie sabe a qué atenerse.

Los creyentes tenemos leyes, mandamientos. Un día Jesús, Dios hecho hombre, trajo esta consigna: "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado (Jn 13,34; 15,12.17).

Esta afirmación presenta un cambio radical. Primero, es un solo mandamiento, el amor. Segundo, su procedencia es Jesús. Y tercero, ese mandamiento es él mismo, que es además el modelo de lo que propone: amar como él nos ama, con amor divino, sin límites.

Amo en la medida en que hago unidad conmigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios. Dios es el único fundamento y garantía de la guarda de la ley. "Nadie se justifica por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo" (Gál 2,16), es decir, acogiéndolo, haciéndose uno con él.

La ley no me lleva a Dios, Dios me lleva a la ley. Hay un cambio de cosas por personas, el hombre y Dios. El cambio de visión y de comportamiento que el hombre de hoy necesita para orientarse: "Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Romanos 10,9).

La ley está en relación esencial con la fe, entendida como la acogida que el hombre hace al que se le revela, que es Dios. Dios me lleva a la ética, no la ética a Dios.

S. Juan de la Cruz aporta una luz admirable: "Ya por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley, él para sí se es ley". Justo es aquel cuyo gozo consiste en hacer la voluntad de Dios pues la conoce por vivir en su intimidad.

La ley es necesaria. En la medida en que cultivo la relación de amor con Dios, soy capaz de hacer el bien y evitar el mal, guardar la ley. Sólo contando con Dios es posible cumplir la ley, pues "El hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley" (Romanos 3:28).

"Nadie se justifica por las obras de la ley". S. Pablo formuló este desafío en una carta autobiográfica, llena de sabiduría humana y divina. ¿Llegará a tener sentido después de dos mil años?.