Miguel Escobar, "in memoriam"
La muerte inesperada de Miguel Escobar Calle deja un gran vacío en el mundo de la investigación y de las letras en Antioquia. Y más honda aún su ausencia en quienes lo conocimos, en quienes tuvieron la fortuna de compartir con él inquietudes, búsquedas y logros.
Fue un curtido intelectual, sin hacer nunca alarde de ello. Fue, sobre todo, un infatigable investigador en muchos campos de la cultura, sin darse nunca ínfulas de maestro o de "non plus ultra" en los variados temas en los que era autoridad. Eso me gustaba de él: la absoluta falta de solemnidad. Nunca fue solemne en sus gestos y en sus actos, y su constante amabilidad atraía por el toque de humildad, de escepticismo, de mirada casi burlona a la vida, que lo caracterizaba. Manejó conscientemente lo que los adoradores de los pedestales llaman despreciativamente bajo perfil. Trabajó y vivió sin hacer ruido. Y así murió. Nos queda su silencioso recuerdo. Y el legado de una vida entregada a la cultura.
Miguel Escobar fue el fundador de la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto, que arrancó con la donación, en 1984, por parte del Banco de la República, de 1.500 obras de autores antioqueños y unas mil revistas viejas, comprados por esa entidad al bibliófilo Bernardo Montoya. Miguel organizó la sala, de la que fue después curador por muchos años. Ese era su mundo: la literatura antioqueña y las revistas y periódicos aparecidos en nuestro departamento desde finales del siglo dieciocho y principios del diecinueve. De esa labor de ratón de biblioteca y husmeador de archivos, nacieron su pasiones intelectuales: el estudio y la divulgación de los Panidas, en especial León de Greiff, cuya biblioteca, junto con la de Otto de Greiff reposan en la Piloto gracias a los desvelos del amigo desaparecido; el conocimiento de los caricaturistas antioqueños de los años 20 y 30 del siglo pasado (Rendón, Pepe Mexía, etc.); su amor y rastreo de la fotografía en nuestra región, que lo llevó a rescatar y conseguir para la BPP colecciones completas de nuestros grandes fotógrafos.
Fue un degustador de libros, un acariciador de libros y, por supuesto, un apasionado editor de libros. Antes de entregarse a la Sala Antioquia, dirigió la Colección de Autores Antioqueños, que llevó hasta los cien números, con autores recuperados y con escritores nuevos. Aparte de esta colección fueron varias las obras que editó, acompañadas de prólogos y cronologías de su autoría (recuerdo "Una tesis" y "Salomé" de Fernando González), aunque no publicó, que yo sepa, ninguna obra exclusiva suya. Tal vez porque no le dejaban tiempo sus otros intereses intelectuales, tal vez porque tenía repugnancia a aparecer, a ser el centro de la atención. Y porque prefería ayudar sin egoísmos a los demás, aun regalando sus pistas y hallazgos cuando sabía que podrían servir a otro investigador, a otro escritor.
Al final de sus días, ya jubilado desde el año pasado, se entregó a la filatelia, sobre todo estampillas raras de Colombia, casi con el gozo de un niño, dentro de la madurez del investigador avezado. Su último empeño, que no va a quedar trunco porque, según me cuentan, lo sacarán adelante sus compañeros José Gabriel Baena y Gustavo Vives, era una obra que recoge y reproduce facsímiles de acciones y valores de bancos y entidades financieras colombianas desde mediados del ochocientos y durante las primeras décadas del veinte. "Scriptofilia", me dice Baena que se llama esta rama del coleccionismo. Un novedoso y desconocido aporte a nuestra historia.
Caracterizó a Miguel Escobar su amabilidad, su generosidad casi exagerada, su espíritu de servicio. No sólo en el campo de la cultura, sino y sobre todo en el trato humano, en la amistad. Por eso su muerte deja un gran vacío. Un pésame para su familia y sus amigos. Paz en su tumba. La suya será, como su vida, una eternidad sin solemnidades.