Histórico

La heredad de Pablo y Berna

01 de diciembre de 2011

Nos detuvimos en el Parque de Cristo Rey, sobre una avenida amplia que en el día se ve atestada de buses y micros de los barrios del sur de Medellín, pero que a esa hora de la madrugada, en 1990, era donde parqueaban sus motocicletas varios muchachos de la banda de "Pinina", uno de los jefes de sicarios de Pablo Escobar en aquella época.

Eran mis tiempos de universidad. Paramos allí porque algunos nos sentíamos superados por los tragos, el sueño y el hambre. Se nos ocurrió comer un perro caliente. "La manada en su territorio" se percató de que, además del automóvil, llevábamos algunos objetos de valor: chaquetas, relojes y algo de dinero.

Apenas habían transcurrido diez minutos, y a las salchichas las bañaba el primer chorro de salsa de tomate, cuando fuimos abordados por cinco muchachos, con dos revólveres. Nos metieron al centro del parque y nos hicieron tirar al piso. Uno de ellos, bastante excitado por la droga, le decía a su jefe: "matemos a estos hijueputas de una vez". Con su Smith & Wesson apuntando a las cabezas, el capo me preguntó: "¿vos qué, güevoncito?". Yo que conocía la calle, de donde siempre he sido, le mencioné un apodo que lo podía impresionar y blindarme de sus balas: "¿conocés a 'Enchufle'?". Ese era un muchacho de clase media que luego se enroló en las filas de Pablo Escobar y terminó escoltando a su hijo Juan Pablo, hasta que lo cazó el Cuerpo Élite en una peluquería en Santa Mónica, al occidente de la ciudad. Murió como cientos. Era conocido en las galladas de Bomboná, Buenos Aires, Boston y El Salvador. Los barrios donde me crié. Tal vez, hago cuentas, le deba la vida a alguien a quien nunca estreché la mano y ni siquiera saludé.

Al final, se llevaron todo: auto y alhajas. Y a dos amigos les "encimaron" una paliza de esas de película de gánsteres.

Así ha funcionado esta ciudad durante los últimos 25 años. "Carritos" (niños y adolescentes mensajeros y mandaderos del crimen), muchachos de la esquina reclutados por las bandas y una élite de "señores" del hampa en sus más variadas expresiones: narcotráfico, secuestro, extorsión, armas, fleteo, asaltos... Pandilleros que se reeditan y se regeneran cada cinco y diez años.

De aquella madrugada del 90, de la que recuerdo la silueta oscura del joven sicario, con su revólver 38 corto, estrellándose contra la luz blanca de una de las lámparas del parque, a hoy, creo que las cosas han cambiado poco.

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Suena el teléfono de mi oficina. Miércoles 30 de abril a las 3:00 p.m. Saluda un colega que pregunta qué tanto ha cedido la violencia de Medellín, tras la muerte de Pablo Escobar hace 18 años. Le respondo: "Poco. Este Estado sigue combatiendo narcotraficantes, pero no el narcotráfico. Y aquella herencia funesta de Pablo y Berna, de la justicia por manos propias, del crimen como vía del éxito económico y de la vida desacralizada, sigue ahí, vivita".

Cuando leo la sección judicial, advierto que aún hay cientos de chicos capaces de dispararnos en la oscuridad del parque y la avenida.