Hasta siempre, hermano caballo
A lo mejor no me van a creer que me sienta emocionado al despedir a los caballos que se van de las calles de la ciudad, y que dejan sus carros en el museo donde van todos los olvidos, porque dudo mucho de que algunas personas quieran visitar una sala donde exhiban unos de aquellos coches que iban por las calles de la ciudad con sus modestos pero honrados viajes de escombros. Fueron lo heroico del paisaje, la lentitud de la honradez pisando la negrura del asfalto.
Se van y lo único que podemos es esperar su resurrección en lindos coches con adornos cromados para pasear extranjeros tomando fotos en las esquinas a otro coche que pasa lentamente por su lado. Si en esta época de referendos me hubieran preguntado hubiera dicho que se quedaran los caballos. Con ellos tengo una entrañable amistad desde mi niñez, desde mis siete años cuando galopaba en un "colimocho" alazán por los caminos de aquellas calendas. Y al lado mío mi padre y su yegua canela.
No quiero que se vayan los caballos, ni que desaparezcan los primitivos carromatos que los esclavizan por años. Pero es que, como nosotros, los caballos son animales de "paso", no por su andar sino por su caminar hacia el olvido. Se van los caballos. Y nos iremos nosotros que también dejaremos el recuerdo de unos lomos heridos, con esas llagas dolorosas que nos abre la vida.
PAUSA. Cuando perdemos los principios muy pronto encontraremos el fin.
HÉROES . A veces creo que los héroes no son propiamente héroes sino que la historia los hace personajes de leyenda. Porque cuando se lee aquella historia menuda que no aparece en los grandes libros, tan enjaezados como los caballos de aquellos señores de la guerra, encontramos pasajes que nos hacen desconfiar del escritor dedicado a dar brillo a quien seguramente no lo tuvo tanto.
Conociendo detalles de Napoleón Bonaparte, a quien he visto en más de un museo sobre su caballo que ensaya un corto vuelo sobre el césped bien podado, me quedo meditando en aquel pasaje donde se habla de la mula que cabalgaba aquel señor de tantas batallas para perderlas todas en la isla de Santa Elena. Napoleón en una mula... una mula como estas nuestras cargadas con bultos de café, de arrumes de caña. Y encima de ellas iba Napoleón, seguramente con un sombrero viejo y unas botas empantanadas, si es que calzaba botas...
Y también hago memoria de aquel señor enjuto, tiritando en un corredor campesino al lado de otros soldados en harapos, que alargaba el brazo para recibir el agua de panela que le ofrecía la mano campesina de una señora que habitaba aquellos helados parajes de la cordillera andina. Nunca supo ella que el nombre de ese "señor" tembloroso en el corredor de su rancho, era Simón Bolívar. Seguramente tomaba su bebida a sorbos lentos. Como otros tantos héroes.