Girón, refugio blanco de la historia
El municipio de Girón es uno de los bastiones históricos que conserva intacto en parte de territorio su aire colonial. Visitarlo, es como un viaje al pasado que se esconde en cada una de sus calles de piedra.
En cada una de las pequeñas piedras aprisionadas en las calles estrechas, reposan silenciosas las gotas de sudor de los labriegos y esclavos que bajo el zurriago implacable del mayoral construyeron las vías que hoy llevan hasta ese cálido pueblo escondido tras llanuras y montañas casi áridas.
Y esos caminos empedrados son el marco perfecto para que los caserones pintados de blanco, con sus techos de bahareque, paredes de tapia, tejas de rojizo barro y balcones engalanados con barandas forjadas en hierro hagan pensar que San Juan Girón, o simplemente Girón, en Santander, se ha quedado suspendido en el tiempo.
De esa belleza colonial fueron y son testigos cada uno de los faroles que penden de los portones que en tiempos lejanos sirvieron como testigos a las furtivas cartas de amor escritas a la luz de la vela y que, clandestinamente, llegaron hasta los umbrales de las señoritas, para sellar los largos romances vigilados por los progenitores, y las largas descendencias que por más de 300 años de historia han quedado fundidas en los rincones de este tropical municipio.
¿Que qué es lo mejor de Girón? Pues su clima, y la belleza de su gente y la hermosura de un pueblo que nuca pasará de moda, afirma Carmen, gironesa de nacimiento y corazón, que se gana la vida vendiendo aguacates hass en una esquina de la plaza principal.
"El que viene se queda porque Girón es un paraíso", afirma Carmen, y no se equívoca, porque la belleza que ostenta Girón se evidencia en la amabilidad de su gente y el timbre agradable del acento santandereano, sumado a su arquitectura colonial y a las dos torres imponentes de la Basílica menor San Juan Bautista (donde se venera al Señor de los Milagros) lo que hace que el visitante lo piense dos veces antes de empacar y marcharse.
Es Monumento Nacional
Debido a la conservación de sus fachadas y a la gran historia que se conserva en el parque principal y sus alrededores, Girón fue declarado Monumento Nacional en 1963, pero su historia se remonta al 15 de enero de 1631, cuando fue fundado por Francisco Mantilla de los Ríos.
Son 381 años de historia que puede sentirse en las noches silenciosas en las que parece sentirse el paso firme de los caballos de los fundadores, que además puede degustarse en los restaurantes tradicionales con un humeante chocolate gironés, o bajo el sabor del cabro con pepitoria, plato típico de la región.
En Girón, las cocadas hacen parte del bocadillo que cargan las estudiantes en sus morrales y que luego de la jornada estudiantil se sientan a degustar en el atrio de la iglesia, cuando en el sopor de las dos de la tarde, "vemos pasar a medio pueblo por delante", dice una de ellas. "Si usted quiere comer algo bien bueno, váyase hasta el Malecón. Allá encontrará las fritangas", dice otra de las adolescentes de uniforme colegial.
Y es que el Malecón es uno de los muchos atractivos turísticos con los que cuenta. En este, puede sentirse la poca brisa que trae el río de Oro, que se resiste a morir, pero puede verse el viejo puente colgante que conecta al Girón colonial con el nuevo, el que tiene cara de urbe.
"Ese puente lo cerraron porque estaba en muy malas condiciones y no lo han podido arreglar. Por eso hicieron el otro al lado, para que la gente pase sin peligro", dice Sandra, residente del sector.
Porque si de algo se sienten orgullosos los gironeses es de la cantidad de puentes que tiene el municipio, para ser exactos, siete. "Mire, si usted se para en esos puentes, es como sentir que todavía se respira historia. Acá tenemos el puente de Antón García, el de San José, el de El Moro, el de San Benito, el de Las Nieves, el de Los Mirtos y el más importante, el de Calicanto, que fue el primero de la época".
Además de los puentes, Girón cuenta con otros sitios de interés como La Mansión del Frayle, una casa solariega donde nació su guía espiritual, el sacerdote Eloy Valenzuela Mantilla de los Ríos o la casa del alemán Geo Von Lengerke, uno de los alemanes más representativos que pisaron tierras santandereanas.
El otro Girón
Atrás quedaron los parques como el de Las Nieves, El Gallineral, el Peralta o el principal, en el que bajo la sombras de los almendros, las familias enteras, los que llevan años en Girón y las nuevas generaciones se sientan unos a esculcar el pasado, y otros a planificar el futuro.
Pero Girón no se quedó en el pasado. Más allá del casco colonial, la modernidad dio paso a grandes edificios, almacenes, locales comerciales y restaurantes prestos a recibir el visitante.
"Es como salir de la historia para montarse en la realidad", dice Mónica, quien atiende en uno de los restaurantes más prestigiosos del municipio. "Allá usted vuelve al pasado, acá, es como regresar al presente", concluye.
En este nuevo Girón, las calles empedradas cambian su aspecto por el asfalto y el humo de los buses que llegan de Bucaramanga, ubicada a 7 kilómetros; se confunde con el griterío del comercio, la venta de minutos a celular, el olor a comidas rápidas hechas en kioscos curiosamente tapados con carpas verdes, el humo negro de los camiones que viajan a otras regiones. Es otra ciudad, agitada por el urbanismo, el afán de la gente, la cotidianidad citadina.
Sin embargo, el Girón de las evocaciones, del pasado, de calles estrechas y casitas blancas, es un lugar especial para descansar. Allí la noche, poblada de estrellas, es cómplice del romanticismo, de las conversaciones de amigos bajo las frías "chelas", del murmullo de la historia escondida en cada esquina. Girón es como una valija cargada de recuerdos que se abre mágicamente con el repicar de las campanas y las sombras de los almendros.