Elogio del voltiarepismo
Si nos atenemos a los diccionarios de regionalismos el voltiarepismo es un movimiento nuevo. Uribe Uribe incluye en su obra de presidiario al volteado (tránsfuga, lo define); el padre Julio Jaramillo contempla al voltearepas (individuo sin personalidad definida). Pero esto del voltiarepismo como fenómeno social apenas lo estamos entronizando ahora.
Claro está que lo hacemos sólo en términos políticos. Es muy raro hablar de voltearepas en otros ámbitos. En el fútbol está claramente prohibido para los hinchas de verdad estar mutando de camiseta; en materia religiosa hay un poco más de flexibilidad pero no mucha. En lo que coinciden las viejas definiciones y los nuevos usos es en el sentido negativo del término. Voltearepas es un insulto, aunque siempre depende del tonito.
El filósofo de los voltearepas puede ser Ortega y Gasset quien sentenció que uno debía ser consecuente con las situaciones más que con las ideas, o Stirner, quien dijo que el hombre debía ser libre aún de sus ideas pasadas. Pero contra ambos está la tradición romántica de apreciar la perseverancia en causas equivocadas, los hombres que son como rieles, y esta tradición domina en nuestra cultura. Por eso el dogmatismo y los fanatismos gozan de tan buena salud en nuestro medio, y pululan las sectas que los practican.
Por supuesto, el voltiarepismo debe distinguirse del simple oportunismo. Existe el arte de voltearse y allí hay diferencias entre los ciudadanos, los políticos y los intelectuales. La primera es de velocidad: el ciudadano puede cambiar con elegancia entre elecciones, uno espera que los políticos se acomoden con más parsimonia, mientras que el intelectual debe rumiar con lentitud sus cambios. El otro asunto es la ética: mientras del político se espera más responsabilidad, del ciudadano y el intelectual se esperan más convicciones. En todo caso, el voltearepas debe tener razones y argumentos.
¿Qué sería de la política sin voltiarepismo? Una cosa aburridora e inmóvil, pura rutina sin espacio para la innovación. Los estadistas más importantes del siglo XX fueron voltearepas: Churchill que cambió de partido y ganó una guerra, Gorbachov que cambió de ideología y sacudió al mundo. Y las grandes reformas se hacen con voltearepas. Hace poco Obama pudo cumplir el sueño de la reforma sanitaria con el apoyo de un grupo de republicanos insumisos.
Si en Colombia no hubiera habido voltiarepismo no tendríamos república. La Regeneración, que es la fundación de nuestro Estado, se debe a la pareja voltearepas de Núñez y Caro. Y todas las innovaciones de los últimos tiempos se deben a voltearepas: Luis Carlos Galán, que a falta de una se volteó dos veces. Si Carlos Gaviria no se voltea del liberalismo para el Polo, habría menos izquierda democrática. ¡Y qué tal si Uribe no se le voltea al trapo rojo!
La Iglesia Católica en su sabiduría reservó un santo para los voltearepas: San Lorenzo, diácono de Roma, muerto en un asador en el siglo III. Y William Ospina acaba de postular a Aurelio Arturo como el poeta respectivo al recordar aquello de "verde de todos los colores".