El Soccer City: antes y después
Domingo fresco y cálido. Animado y ruidoso. En Johannesburgo, la gloria esperaba a 90.000 personas en el estadio Soccer City y llegaron 84.490. Un poco de ese antes y ese después de una fecha histórica.
El estadio Soccer City está lejos de todo. Del centro de Johannesburgo, de la zona residencial, del Mandela Square, de las calles llenas de hoteles. ¿Y? Esa sensación de haber recorrido enormes distancias: de haber tomado tres aviones para llegar aquí, de haber viajado dos horas en taxi desde el hotel hasta el estadio, de dejar el auto y caminar media hora en busca de la entrada F del estadio, vale la pena, que digo la pena, ¡Vale todo!
La muchedumbre avanza por un paso peatonal, en un ruidoso orden en el que solo caben los gritos, cánticos, las pelucas rojas y amarillas, los afros naranja, las banderas, las bufandas, los guantes, y, por supuesto, las vuvuzelas. ¡Y los disfraces! Aquí, el fervor del fútbol se entiende también como el deseo por lucir un disfraz. Así, en mi camino encontré obispos, leones, toreros, gatas, campesinas holandesas, cuatrillizos envueltos en una pijama naranja, reyes con coronas rematadas en pequeños balones de fútbol en lugar de piedras preciosas.. ¡Para qué más joyas que esta final!
Y una maravillosa comunión que solo puede hacer posible este deporte y, seguro, el ambiente de una ciudad que supo ser anfitriona: los hinchas de cada equipo pasan, se saludan con una sonrisa, una palmada en la espalda y un "good luck". O una familia de indios vestidos de España de pies a cabeza celebra con una sonrisa y el dedo pulgar en alto a sus nuevos hermanos de afición. Tres mexicanos con inmensos penachos proclaman las ganas de vivir el encuentro. Bueno, si las decenas de personas que los detienen se los permiten. Todos quieren una foto exótica.
Las ventas ambulantes están dispuestas a un lado del camino: huele a pollo, salchicha y salsas picantes. La vista se asombra con el tamaño de los muslos y contramuslos en versión XL. Muchos se detienen en las ventas tipo fritanga y alistan el cuerpo para la jornada.
Por 20 rands (unos $6.000) se resuelve el tema alimenticio, confiando en un sanduche de pollo callejero, que se ve bastante bien en la plancha; por 10 rands en una mejilla se pinta una bandera.
Pasa un grupo de aficionadas españolas. Van de jeans tipo pitillos, botas de caña alta y tacón aguja. El amor por el equipo tiene forma de beso: en sus labios rojos tienen maquillada la bandera española. Y sigue la cuenta en rands. Por 40 hay gorras de Sudáfrica, de España, Holanda, de los cinco grandes (león, leopardo, elefante, búfalo y rinoceronte); de Portugal (¡sí, de Portugal!) y de Argentina, por 50 un juego de pulseras de madera, porque también caben las artesanías; o 65 por una vuvuzela sencilla, sin forros en tela con la bandera de algún país, que hace dos días costaba 35 rands.
Es tiempo de final. El Soccer City se asoma en el horizonte. Ese círculo poderoso lo es todo: fuerza, alegría, descubrimiento. Hay que detenerse y hacerse una foto. Está rodeado de montajes de los patrocinadores. Sus bloques de colores forman un alegre rompecabezas, en el que se adivinan las estepas y atardeceres africanos.
El ingreso al lugar responde a una palabra: orden. Luego de atravesar una inmensa plataforma, hay que pasar los detectores de metales. Hay cientos de policías y de estaciones para las requisas. Ya estamos adentro. Tiendas Oficial Fan Shop, venta de cerveza, de Coca-Cola, de comida, y dos japoneses bajo una cobija sostienen un aviso: necesitamos boletas para la final.
Nada falta en el Soccer. Todo está pensado y señalizado para evitar preguntas.
Los altavoces reproducen las canciones oficiales de la Copa, mientras el rojo y el naranja se multiplican en las graderías. La cancha está cubierta por una lona blanca y al fondo se advierte la tarima dorada en la que cantara Shakira.
35 minutos para decir adiós
La ceremonia de clausura fue casi sencilla y después de ver la inauguración en televisión y la clausura en directo, no exagero al decir que estos actos son más emocionantes a través de la pantalla. Si. Sé que es algo irrepetible, pero el hecho de oír a Shakira haciendo doblaje, o que se fuera el sonido en el Soccer, resultaba poco amistoso.
Todo está tan calculado que no se oyó un saludo de la colombiana, ni siquiera una voz de agradecimiento. Llegó, cantó y salió. Nada más.
Lo más emocionante de la ceremonia de 35 minutos, sin duda, fue el paseo de los mitológicos elefantes blancos, la aparición de Nelson Mandela y el público puesto de pie al final para decir ¡Gracias, Sudáfrica!
Y es que la baja temperatura petrificaba en segundos las intenciones de celebrar algo. Los más animados eran los grupos de holandeses que formaron una masa compacta y naranja. Era fácil encontrarlos e identificar sus gritos de ¡Holland, Holland!, con el puño en alto.
A los españoles, había que buscarlos más. Eran bastantes, pero dispersos, y en eso y en la capacidad de animar a su equipo, los naranjas les llevaron ventaja todo el tiempo.
El Soccer está lejos. Es verdad. El privilegio de haber estado allí borra los cálculos geográficos y temporales. Ya está anotado en mi historia personal. Mi primera final, como España.