El arte de reversar
Como el padre Nicanor estaba jovial y dicharachero, aproveché la última visita, de la que les comenté a los lectores el sábado pasado, para pedirle consejo sobre una decisión que debía tomar. Como más sabe el diablo por viejo que por diablo, había que aprovecharle el buen momento para oír la opinión del anciano sacerdote. Me respondió con sequedad.
-Ni creas, hijo, que voy a decirte qué debes hacer. Usa tu buen juicio y tu valor y haz lo que tu conciencia te dicte.
-Pero, padre Nicanor, yo necesito una orientación.
-Lo que pasa es que mucha gente pide consejo, más por descargar su responsabilidad en el otro que para que le muestren un camino. Y quienes aconsejamos caemos en la tentación de creer que tenemos formulitas mágicas o milagrosas. No me gusta el "consejerismo", sea del que a todas horas y para todo pide consejo, sea del que en todo momento da consejos, como repartiendo sonrisas.
-Usted, tío, se vuelve hasta odioso cuando se pone repelentón. Déjelo así. No he dicho nada. Ya veré yo si me equivoco y si después tengo que echar reversa. Pensé que de veras usted se volvía más humano bajo un guayacán amarillo florecido. Mejor me voy.
-Hasta luego, muchacho. Pero para que no pasés por la cocina y le digás a Mariengracia que te vas como perro regañado, óyeme sólo una cosa.
-Diga, padre. Y lo escucho por simple educación, que conste.
-Así me gusta verte: bravo, frentero. La autocompasión no es buena actitud a la hora de buscar solución a los problemas. Por lo demás, tú acabas de revelar lo que realmente te angustia. Has dicho que ya verás si te equivocas y tienes que echar reversa.
-Sí, eso dije.
-Y ahí está la madre del cordero. A la hora de las decisiones hay que respetar en uno y en los demás el derecho a equivocarse y el deber de revertir, o reversar, para que nos entendamos.
-Revertir o reversar, me importa un bledo la diferencia. Pero yo soy de una generación que no acepta equivocarse, que no echa reversa.
-Lo sé, hijo mío. Uno oye en el ámbito público lemas un poco fantasiosos, como "pa' delante y sin reversa", o por parte de un gobernante desafiar con el consabido "no tiene reversa", las críticas a decisiones que afectan a la comunidad. O la otra bravuconada, tan paisa, de "un paso atrás, ni pa' coger impulso".
-Y así debe ser. Lo que pasa es que ustedes los viejos se rinden y acaban siendo condescendientes, contemporizadores.
-Nosotros los viejos, muchacho, acabamos cosechando el fruto de nuestras equivocaciones, de las reversas, de las correcciones. Es lo que llaman madurez.
-Senectud, mejor. O viejera, para ser más exactos.
-Escuche, joven. Los inventos que han hecho progresar a la humanidad son el resultado de innumerables equivocaciones, de volver a empezar de cero. La evolución es un camino de errores y de correcciones. Tus logros personales, en cualquier campo, son un juego de intentos fallidos y de reversas. La perfección, hijo, la perfección, es como jugar golosa con las equivocaciones.
-No son muy esperanzadoras sus reflexiones, tío.
-Son pura esperanza. Porque la esperanza nace entre los escombros del pasado.
-¿Entonces?
-No descartes nunca la equivocación a la hora de tomar una decisión y tal vez no tengas que echar marcha atrás. Pero si te toca, hazlo con elegancia, sin autocompasión, sin atosigantes culpabilidades. Aceptar la equivocación es, en el fondo, la esencia del perdón. Del perdón que pedimos a Dios y del que ofrecemos y solicitamos a los demás. Y del que nos merecemos de nosotros mismos.
Pues, tío, usted acabó dándome consejos, es decir, reversando.
-La vida es eso, muchacho: el arte de equivocarse y de reversar.