Histórico

Despedidas que nadie llora

EN EL MES de los muertos indagamos qué pasa cuando muere un indigente. La soledad y la ausencia de ritual son las constantes.

13 de noviembre de 2010

Murió Caliche *. Y en el mismo anonimato en el que pasó su vida, llegó su muerte. Nadie se enteró.Fue uno de los miles de indigentes que vagaba por las calles de Medellín, que a pocos dolía en vida y que a nadie dolió su muerte.

Cuarenta y ocho años de existencia a la intemperie, de tuberculosis mal cuidada por los tratamientos interrumpidos, de anemias y desnutrición, de inmanejable adicción al bazuco hicieron del suyo un cuerpo débil en el que la cirrosis de los últimos meses fue apenas la espada que le dio la estocada final.

La noche del jueves cuatro de noviembre, él llegó al Centro 24 Horas con una tos de mil demonios, casi sin poder respirar y haciéndolo de manera ruidosa. No podía más.

Maryori, la trabajadora social buscó de inmediato su ficha y encontró, en medio de una lacónica información, que en efecto era uno de los casi 4.000 indigentes censados por la Secretaría de Bienestar Social.

La funcionaria no tardó en percibir un contraste: la suya era una ficha nueva, abierta apenas en octubre pasado, a pesar de que allí constaba que el vagabundo, nacido en Andes el 19 de mayo de 1955, había huído de casa a los siete años por violencia intrafamiliar y maltrato y desde entonces era habitante de calle. No paró mientes en ello y siguió leyendo: "su educación llegó hasta segundo de primaria, era huérfano de padre y madre".

Tal contraste puede deberse a que Caliche apenas vino a reportarse cuando se sintió extremadamente enfermo.

Como dicen los funcionarios de Bienestar, los habitantes de la calle acuden al Estado cuando tienen mucha hambre o cuando están muy enfermos.

Quién sabe qué pensó en los últimos momentos de su vida, al sentir el contacto de su piel con las sábanas limpias y el mullido colchón de la clínica, de los cuales careció toda su vida, mucha parte de la cual giró en el sector de La Bayadera.

"En muchos casos, los únicos momentos que un indigente permanece bajo techo son en el hospital y en la funeraria, cuando muere", reflexionó Jorge Escobar, director de Servicios de la Funeraria San Vicente, la encargada de la disposición final de los cadáveres de los habitantes callejeros.

Causa más común
Caliche murió de lo que mueren los más de los habitantes de la calle, según me había explicado dos días antes Lucas Arias, médico director de Centro Día.

En sus palabras técnicas había dicho: "son cuatro grupos de enfermedades las que padecen con mayor frecuencia los integrantes de esa población: infecciosas del tracto respiratorio, por factores del medio ambiente, la intemperie y el consumo de sustancias alucinógenas; gastrointestinales, por comer comida sucia y por ayunos prolongados; infecciones en la piel -como el popular carranchil-, por falta de aseo e higiene, y de transmisión sexual". Y puntualizó: "nosotros atendemos 160 consultas médicas al día".

Lo mismo dijo Margarita Muñoz, médica de Calor de Hogar, una institución campestre y amable -hasta con tres vacas, cuya leche es para los 53 pacientes- situada en San Cristóbal. En esta Organización no Gubernamental, que contrata con la Secretaría de Bienestar Social, los indigentes enfermos, algunos con enfermedades terminales, tienen hospitalización.

Hay quienes dependen del oxígeno día y noche. Es común que en la vida callejera sufran varias veces tuberculosis y suspendan el tratamiento "porque el vicio no nos deja", como reconocen ellos mismos, los pulmones se van agotando y terminan respirando ruidosamente como el viejo Caliche cuando estaba en las últimas.

Soledad
Por su parte, Rosalba Patiño, la coordinadora Social de Calor de Hogar, habló de la soledad en que muere la mayoría de los indigentes.

Contó que ella se desbarata por convencer telefónicamente a los familiares para que acompañen a los enfermos -"venga, perdónelo"-. Pero, por lo general, esos seres cuyas voces oye por teléfono sacan disculpas para evadir compromisos.

Recordó que durante los pasados Juegos Suramericanos a uno de los pacientes se le alborotó el sentido de familia, puesto que un pesista del Valle del Cauca, primo suyo, estaba a dos pasos no más, en la Villa Olímpica.

Pero por más que contactaron al deportista y a sus parientes en Tuluá, nadie vino a visitarlo.

Hubo tres muertos en octubre y "los tres murieron solitos".

Caliche tampoco fue la excepción de esta norma. Murió "solito". Los habitantes de la calle viven solos y mueren solos.

Acompañados apenas por los funcionarios, que les pagan por estar ahí. Como en su caso no había parientes a quienes avisarles, las trabajadoras sociales de Centro Día, encargadas de contactarlos, se salvaron de oír una expresión no poco frecuente: "¡siquiera se murió ese hijo de puta!" O, cuando el rencor no es tan hondo: "¿se murió? Pero yo no tengo plata para el entierro". "No, señora, el Municipio de Medellín cubre los gastos de sepultura; es sólo para que asistan". "Yo no tengo tiempo para esas cosas".

Pero, claro, no faltan los familiares que, por más descabezado que haya sido el individuo, acuden a despedirlo hasta la última morada, en la Funeraria y en el Cementerio Universal y, tampoco los que dicen que quieren agregarle misa o flores al acto fúnebre o, por qué no, sepultarlos en otro campo santo, lo cual pueden hacerlo, pero de cuenta suya.

Una espera ya sin prisa
"¿Murió Caliche? Descansó el viejo", comentó un habitante de la calle, en La Bayadera, con aspecto sobrio y vestido con ropa limpia, en un corrillo de hombres sucios y adormecidos.

"Eso sí, a nosotros díganos por el apodo porque por el nombre, nada papá. ¡Y cuál tuberculosis! Todos los que vivimos en la calle estamos enfermos. La droga, parce, la droga es una enfermedad peor que esa y todas las del organismo. Míreme a mí: hoy me ve bien... mañana, quién sabe".

No todos lo conocieron. "Yo conozco es al Mocho, pero claro que no lo he vuelto a ver desde hace más de ocho días, parce. ¿Qué se habrá echo el Mochito, ah?", dijo otro entre el humo.

En la planilla llenada a mano en el Hospital General de Medellín, donde murió Caliche, aparece que primero lo llevaron a otro centro asistencial, donde no lo atendieron por falta de cama y después, sí, faltando 18 minutos para la una de la madrugada del viernes, ingresó al General.

En la Historia Clínica, ya en computador, quedó escrito: «paciente habitante de la calle remitido de Metrosalud con diagnóstico de TBC pulmonar, expectoración blanquecina, dificultad respiratoria y fiebre subjetiva, escalofríos. Paciente con antecedentes de alcoholismo hace 25 años, consumidor de bazuco».

También quedaron escritos en detalle los procedimientos médicos y, la hora del deceso: 2:40 a.m.

«Causa: muerte natural». «Diagnóstico de fallecimiento: Tuberculosis del pulmón, sin examen bacteriológico e histológico».

Se chapean
Antes del mediodía, los empleados de la Funeraria San Vicente, vestidos con traje y corbata y en un coche fúnebre, llegaron a retirar el cadáver de Caliche del Hospital.

Recibieron, de manos de un funcionario de la misma empresa, encargado de llevar el cadáver desde el lecho de muerte hasta la zona de transición, una bolsa marcada con logos del Hospital, con los harapos y los zapatos desgastados del andino.

A éste lo transportaron en camilla hasta la Funeraria para practicarle la tanatopraxia, ese proceso técnico de preservación del cuerpo, con químicos como el formol; posteriormente, vestirlo con hábito blanco -con el logo de la Funeraria San Vicente en el lado izquierdo del pecho-, y pasarlo a habitar en el cofre de referencia Genérico, "sin lujos pero muy digno", como dijo Lucas, el médico de Centro Día.

Después, Caliche esperó en cámara ardiente en un salón presidido por un ángel de yeso con un dedo sobre los labios como en actitud de pedir silencio, sin velas ni flores, el momento en que pudieran tomarle las huellas dactilares para verificar su identidad.

Porque él puede haber dicho siempre que se llamaba Fulano de Tal y Pascual *, identificado con la cédula equis, pero eso no es garantía de que así sea. Es común que ellos, los habitantes de la calle, se chapeen, es decir, que cambien sus verdaderos nombres y número de cédula por otros.

Óscar Darío Velásquez García, ingeniero jefe del Jardín Cementerio Universal, tiene parte de la explicación de por qué muchos de los habitantes de la calle se chapean:

"Mi experiencia me permite asegurar que gran parte de los indigentes pertenecen a familias acomodadas, prestantes y a veces hasta ricas de la ciudad y ellos se protegen y protegen a sus parientes evadiendo censos y suministro de identidad precisa".

Toma de huellas
Si Caliche se hubiera muerto ocho días antes, es decir, hasta el 29 de octubre, tal vez su cadáver no hubiera tenido que esperar tanto para que tomaran sus huellas y las cotejaran con registros oficiales.

Hasta ese día, este procedimiento lo adelantaban los de la Fiscalía, aunque de manera voluntaria, no por obligación. Pero sus directivas resolvieron no encargarse más de eso porque sus deberes no les dejan tiempo para hacerlo.

Según Lucas Arias, Medicina Legal se encargará de este asunto de ahora en adelante. Sin embargo, esto no lo confirmó José Iván Gómez, el director Regional de este instituto.

Desde hace tiempos, desde la Fiscalía vienen insistiendo a los funcionarios de Bienestar Social que identifiquen adecuadamente en vida a los indigentes, para que, al morir, no cueste dificultad hacerlo. Parece que esto mejorará: a partir de enero del año próximo, contó Lucas Arias, van a tomar huellas y fotografías a los usuarios de Centro Día.

Bueno, y en el Caso de Caliche, el martes nueve de noviembre, a las cinco de la tarde, su cadáver fue trasladado de la Funeraria al Instituto de Medicina Legal, donde le tomaron las huellas. De allí las enviaron a la Registraduría Nacional del Estado Civil para cotejarlas, en un proceso que puede tardar varios días. Veinte o quizás más. Esto sirve para que, una vez verificada la identidad, su cédula sea dada de baja, con lo cual se evita que delincuentes hagan sus fechorías con ella, por ejemplo, votar en las elecciones.

Final morada
Al Cementerio Universal llevan los cadáveres de los indigentes de Medellín.

En Bienestar Social y en la Funeraria San Vicente dicen que todos llegan en su ataúd. No los creman; los entierran.

Lo entierran sin esperar el resultado del cotejo de las huellas porque, como explicó Óscar Darío Velásquez García mientras caminaba por las calles interiores del cementerio, "ya no hay problema. Siempre hay huellas de las personas en Registraduría para comparar las que toman después de la muerte. Si coinciden con su nombre y número de cédula, bien; en caso contrario, se rectifica, se elimina el certificado de defunción erróneo y se archiva el correcto en la Notaría"

Murió Caliche. Por ser él protagonista de esta historia, se acomidieron a acompañarlo cuatro empleados de la Funeraria al cementerio, ocurrida siete días después, el décimo día del mes de los difuntos -siete días en los que permaneció sólo en la Funeraria sin visita de nadie, ni siquiera de sus panas.

Fue una excepción. Usualmente, sólo dos empleados de San Vicente llevan a los indigentes muertos a su inhumación.

Un sepulturero ayudó a descargar el féretro de Caliche, laqueado de café, en la tierra de la Zona 5, donde ya tenía la fosa abierta. Sin un comentario, sin un adiós. No hubo nadie a quien Caliche le doliera ni siquiera un poco. No hubo una lágrima para él. Ni una flor. Puro trámite.

Sin embargo, Medellín es una de las pocas ciudades del país que tiene este tema resuelto. Un contrato con la Funeraria San Vicente por valor de 350 mil pesos en cada caso -antes de que existiera este convenio, esa empresa igualmente colaboraba en el tema-. En la mayor parte de las localidades, la municipalidad o la iglesia se encargan del asunto. Piden a la funeraria local la donación del cajón y del servicio. Y a veces meten dos en el mismo cofre por escasez de éstos.

Una golondrina surcó el aire cantando y en esos veinte segundos el ataúd quedó cubierto de tierra.

Los indigentes que mueren violentamente no tienen la misma suerte. Los llevan a Medicina Legal y, después de la necropsia y la identificación, al Universal directamente, sin pasar por funeraria. A veces en un ataúd de madera de chingalé, desprovisto de forros y mullida tapicería en su interior. Las meras cuatro tablas, como dice la canción. Otras veces, en bolsas de polietileno negras calibre 4.

Dos honores tuvo Caliche en su tránsito de la vida a la muerte: uno, el coche fúnebre fue una limusina Ford Lincoln blanca; dos, el Cementerio Universal fue diseñado por el maestro Pedro Nel Gómez y es Patrimonio Cultural de interés municipal.

Ya el viejo Caliche no será más esa persona que caminaba las calles como un zombie, sin noción de tiempo ni espacio. En Centro Día quedará guardada su ficha, que no destruirán en muchos años por si alguna vez aparece alguien a preguntar por él. En ella dice: «ocupación: lustrabotas. También sabe brillar carros».

* Identidad omitida por solicitud de las fuentes y por respeto a Caliche.