Compliance, de Craig Zobel. Los terribles hechos reales
La mayor parte de las películas que se basan en hechos reales nos lo recuerdan con un crédito pequeñito, en una de las esquinas de la pantalla, como si se avergonzaran de que sus guionistas no fueron iluminados por una musa sino por alguna nota de un periódico o por un libro de no-ficción. Compliance no hace eso. La primera imagen de la película es ese mismo crédito al que estamos acostumbrados pero en proporciones gigantescas.
“No lo olviden -parece decirnos- esto pasó, no estamos exagerando”.
Aquí no hay vergüenza porque el guión no sea una historia original sino por todo lo contrario: porque lo que nos van a presentar no es, por desgracia, una fantasía perversa.
La cinta comienza con unos primeros planos de charcos, de latas que gotean, de basura olvidada, acompañados por una música inquietante (una de las mayores cualidades de la película) que nos recuerdan algo: la fealdad es la norma, no la excepción. El mundo no es un lugar bonito, como queremos creer. Becky llega a su trabajo en un restaurante de comidas rápidas, un trabajo aburrido que no se puede dar el lujo de perder. Sandra (una actuación fantástica de la actriz Ann Dowd), la gerente del lugar, debe lidiar con las aglomeraciones del viernes en la noche y con un refrigerador que se quedó abierto dañando las provisiones de su cocina. Nos enteraremos de que Becky no le cae mal, pero tampoco bien. No le gusta que se haya burlado de que ella y su prometido, Van, se manden mensajes de texto con contenido sexual. Además, Becky es más bonita que Sandra. Miserias cotidianas, digamos.
De repente alguien contesta la llamada del oficial Daniels. Se la pasan a Sandra. Él le cuenta que una clienta denunció a Becky por robarle dinero de su bolso, pero que mientras él prosigue con la investigación, Sandra, deberá encargarse de detener preventivamente a Becky en la bodega del restaurante. A partir de ese momento, el policía les dará instrucciones a todos los que pasen al teléfono sobre cómo deben proceder con Becky. Y casi todos obedecerán porque, ¿cómo no hacerle caso a la autoridad? ¿No se supone que “la ley” siempre sabe lo que hace? ¿No es así como actuamos con los funcionarios que nos piden papeles notariados y diligencias sin sentido para poner el sello oficial que necesitamos en un contrato? ¿Creer en estupideces, sin cuestionar, no es lo que hacemos frente a los políticos que, igual que el oficial Daniels, tienen una respuesta para todo?
Advierto desde ya que muchos se saldrán del cine, porque a nadie le gusta ver cómo se puede degradar la dignidad de una persona y Compliance no ahorra detalles para mostrarnos el terrible proceso, aunque su crudeza no es gratuita.
Queremos creer que nosotros no actuaríamos con nadie como sus compañeros con Becky. ¿Estamos seguros? ¿Y si el acto cruel nos lo ordenara alguien (un político, un entrenador, un jefe) en quien confiamos?
A veces para eso están las películas. No para divertirnos, ni para entretenernos, sino para hacernos preguntas. Las difíciles.