Casa nueva para los monitos
Como todo un jefe de hogar, Alfredito toma mi mano y me conduce a un recorrido por toda su casa. Emocionado, me dejo llevar y me limito a escucharlo con atención: "Eta ea tama mía, eta tama de Tania, eta de Isa, eta de Yeadín y eta e cotina, e patio y a nevela, y ete e baño, tama e mi mamá y ete omputapón...y ya...".
En menos de dos minutos, este pequeñín de cuatro años nos enseña a los visitantes la que es la nueva casa de su familia, en la que está feliz y orgulloso.
¡Cuánto le cambió la vida a esta familia en tan poquito tiempo! Alfredo es el penúltimo de los hijos de Gloria Herrera Flórez, que además tiene a Gloria Geraldine, de diez años; Luisa Johanna, de 8; Tania Andrea, de 6, y Carmen Lucía, de 2 años, un clan de pequeños ojiverdes y ojiazules que hace menos de dos meses habitaba un humilde rancho de costales, plásticos y palos en el barrio Blanquizal, en una deprimida zona al occidente de Medellín, y ahora reside en una casa de materiales con algunos acabados de lujo y hasta con juego de sala, comedor y televisor, en el corregimiento San Antonio de Prado.
Gloria, la mamá, también ojiverde y muy joven, aún no lo cree, le parece mentira que en el mundo haya almas tan buenas que le hayan ayudado a mejorar el presente de sus hijos, antes hundidos en la miseria, las dificultades y los peligros del sector donde vivían, en donde varias veces hubo quienes intentaron engañar a sus pequeñas para llevárselas consigo, "vaya saber a qué cosas, si a abusar de ellas o llevarlas a pedir limosna", como lo denunció en su momento.
Lo más emocionante de esta historia es que este grupo familiar no logró un cambio tan radical porque la mamá se haya ganado la lotería o de repente les hayan entregado una herencia. No. Semejante giro de la vida se logró gracias a la solidaridad de muchos y básicamente a dos personas: Alexandra Hidalgo y Gustavo Calle.
Él, un joven profesional y ella una diseñadora gráfica con un alma de oro, hecha para ayudar a los que sufren. Ambos, hace poco más de un año, los conocieron, se enamoraron de la dulzura y modales de este grupo de niños y se convirtieron en sus padrinos hasta llegar a celebrarles las fiestas de cumpleaños, del niño y Navidad.
"Pero no nos parecía bien que esa familia siguiera viviendo en ese sitio, por toda la pobreza que aguantaban, que no tenían ni agua ni servicios y cada que llovía era una tragedia, se les inundaba el rancho, además de los peligros que tenían", recuerda Alexandra, a quien ellos cariñosamente llaman Paloma.
Meta mayor
Viendo la situación, ella y Gustavo empezaron a agitar una idea de marca mayor: conseguir una casa para regalárselas, teniendo en cuenta que Gloria y sus hijos fueron desplazados de Urrao por orden de los grupos armados y les tocó llegar a Medellín a sufrir y a pasar penurias, hasta ir a parar al rancho de Blanquizal.
Por cosas que Gloria no ahonda en explicar, algún día debió separarse del padre de sus hijos y le tocó enfrentar la vida sola.
Fue duro, como nos lo contó en reportaje publicado en este diario el día 21 de julio de 2009: "no tenía servicios y tuve que sacar a las mayorcitas -Geraldine y Luisa- del colegio porque no había cómo darles estudio", relató esa vez y su narración partía el corazón.
Para entonces, ahí estaban ya Gustavo y Paloma, que convocaron a otros amigos, como las mellizas Ángela y Marta Valderrama, a Silvana Pizzirussi y varios más, la mayoría de la Fundación Hombres de Éxito, que abocaron la tarea de dotar a esta familia de una casa.
"Era como un reto que nos pusimos, hicimos un bingo, varios eventos y mucha gente nos apoyó, después de que EL COLOMBIANO publicó su historia llovieron las llamadas y pudimos lograr este milagro", relata Paloma muy emocionada mientras juega con los niños.
Esa suma de apoyos se cristalizó unos meses después y ya en noviembre el nuevo inmueble había sido adquirido, aunque sólo fue ocupado hace pocos días, pues hubo que esperar a que quienes lo habitaban lo dejaran libre y además hacerle ajustes, como estucada, pintura y otros detalles.
"Es un cambio como de la tierra al cielo, no sé cómo expresarlo, le agradezco a Dios, a Paloma y todos sus amigos y a la gente que colaboró", expresa Gloria mientras carga a Carmen, su bebita de ojos verdeazules.
En la casa hay risas. Hay amplitud. Todos los pequeños duermen en una pieza en la que hay dos camarotes (a los que Alfredito les dice tamas), "que los trajo una pareja de Cali que vino exclusivamente a descargarlos y se regresó", cuenta Paloma.
Hay una sala con muebles, también equipo de sonido y nevera, un patio que refresca el espacio y un lujo especial que tiene emocionados a todos, especialmente al niño: un computador, que él llama "omputapón" y en el que las grandecitas ya chatean.
Si fuera a cantar la canción del Año Viejo, seguramente Gloria diría que el 2009 le dejó una casa, una casa nueva, un montón de amigos con corazones de oro y la posibilidad de darles un futuro a sus hijos.
A estos monitos la vida les dio otra oportunidad, les devolvió esa alegría infantil que un día les arrebató la violencia y los puso de nuevo a soñar con un futuro, un porvenir que empieza en la casa de San Antonio de Prado.