Carlos Mauro Hoyos dejó un legado de honestidad
Como si presintiera su propia muerte, Carlos Mauro Hoyos Jiménez, el procurador General de la Nación asesinado por sicarios del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria el 25 de enero de 1988, hizo “una convocatoria a la solidaridad”, puesto que en el país no la hay de manera permanente, dijo, sino una “de 24 o 48 horas o de un minuto de silencio cuando matan a un personaje”.
A este hombre lo recuerdan los colombianos no solo porque perseguía sin miedo a los mafiosos hasta que estos lo convirtieron en mártir, sino por su honestidad a toda prueba y por ser un procurador de talante fuerte. Antes de la Constitución de 1991, la Procuraduría era una institución más poderosa que hoy, puesto que no existía Fiscalía General de la Nación y tenía bajo su mando a la Policía Judicial. Los persegidos políticos, torturados y familiares de desaparecidos tenían puestas sus esperanzas en Hoyos Jiménez.
Este personaje es la confirmación de la tesis de que las personas no son de donde nacen sino de donde luchan. Nacido en el corregimiento Palermo, de Támesis, el 26 de junio de 1938, fue El Retiro donde pasó gran parte de su existencia y en el cual los ciudadanos se ganaron su afecto y colaboración. Lo llamaban el Papá de El Retiro.
Era hijo de un arriero, Víctor Julio, a quien de pronto le dio por abandonar el negocio de las bestias para convertirse en negociante. Pero como el comercio en un corregimiento apartado no resulta lucrativo, emigró con su familia —su esposa, Rosa Elisa; los nueve hijos, y Celsa, una mujer que ayudó a criar ese batallón de muchachos— a Medellín.
“Mi niñez fue como la de cualquier niño de clase media; nada de colegios privados y mucha colaboración en los trabajos de la casa —le contó Hoyos Jiménez a El Espectador, recién posesionado en su último cargo—. Cuando yo tenía 6 o 7 años de edad mi padre nos llevó a vivir a Medellín, donde abrió un café y más tarde una salsamentaria; entonces nosotros, que éramos nueve hermanos, debíamos ayudarle a atender el negocio”, no solo cuando era un estudiante de bachillerato, sino también cuando cursaba los últimos semestres de derecho en la Universidad de Medellín. De ahí sacaba la plata para sus gastos y para tomarse los aguardientes con sus amigos.
Su carrera política comenzó en El Retiro cuando, siendo practicante de derecho, fue nombrado Juez Promiscuo. Ese cargo lo hizo visible y pronto ocupó los cargos de Inspector de Policía de Medellín; Jefe de Inspectores; subsecretario de Educación de Antioquia; Gerente de la Cooperativa de Municipios, aprovechando que su tesis de grado fue sobre cooperativismo; Tesorero de Medellín; Contralor Departamental y dos veces Representante a la Cámara.
“Carlos Mauro Hoyos, hombre de honestidad a toda prueba, sabía asimilar los golpes políticos —comenta el exministro Armando Estrada Villa, quien fue “bastante amigo” suyo—. Después de dos períodos exitosos en la Cámara de Representantes, nadie sabe por qué Bernardo Guerra Serna, director del Partido Liberal en Antioquia, no lo incluyó en la lista para un tercer período. Pasaron los días y Virgilio Barco hizo lo necesario para llevarlo a la Procuraduría General de la Nación”.
El mismo Armando Estrada recuerda a Carlos Mauro como un hombre jovial en medio de su seriedad. Era buen conversador.
En El Retiro, muchas personas lo recuerdan con afecto por su sencillez y porque se esmeraba por ayudarles a solucionar problemas. Siendo Procurador, solía llegar cada fin de semana procedente de Bogotá para pasar allí con su familia y, especialmente, con Vicky, su novia, una joven recién graduada de bachillerato, a quien casi nadie conoció su apellido—. Al parecer, Vicky haría cambiar su condición de solterón empedernido: Hoyos estaba construyendo una casa, en un predio alto desde el cual se veía todo El Retiro, que por cierto, no alcanzó a ver terminada.
Se sentaba a una mesa del kiosco central a tomar aguardiente con “naranjada” y a escuchar música. “Me gusta el aguardiente (y) la música de carrilera”, decía. Apoyaba la banda de música de este municipio de Oriente, la cual oía cada mes, al lado de los demás parroquianos, en sus presentaciones populares. Esa agrupación habría de convertirse porteriormente en una de las más importantes del país en su género.
“No tengo apellido ni chequera”, acostumbraba a decir este político que odiaba los cocteles y las reuniones de alta alcurnia.
Por su personalidad tímida y descomplicada, así como por su honestidad, los guarceños, lo mismo que los colombianos, no olvidan el lunes 25 de enero de 1988, cuando el cadáver del Papá de El Retiro apareció la finca San Gerardo, de ese municipio, muy cerca del aeropuerto, en cuya entrada un letrero anunciaba «venta de estacones». En el aire aún resuena el eco de su voz advirtiendo a los colombianos que si no vencemos el miedo, no podremos salvar el país.