Aceleracionistas: devoción por el caos sin ideología, puro emprendimiento
Kaos.exe: el nuevo sistema operativo del mundo que ha sido diseñado por dioses cansados y es ejecutado por millonarios lunáticos como Elon Musk, Donald Trump y Vladímir Putin.
Vivimos en un experimento social que se salió de control. No lo dirige ningún Illuminati con túnica ni una IA omnisciente; lo dirigen personajes como Elon Musk, Donald Trump, Vladimir Putin, Javier Milei o Nayib Bukele. Parece una mala película de Netflix con guion generado por GPT, pero no. Es el mundo real, y lo estamos habitando. Bienvenidos a la era del aceleracionismo y la multipolaridad: donde todo es, al mismo tiempo, un meme y una amenaza nuclear.
Hay una razón por la que nada parece tener sentido: el sistema no está roto, está mutando. Y como buen virus, no avisa. La nueva lógica es simple: si no puedes arreglar el mundo, entonces aceléralo hasta que colapse por sobrecarga. ¿El objetivo? No está claro. Pero en el camino, los líderes actuales han convertido el caos en ideología y el delirio en política de Estado.
El término aceleracionismo se popularizó con el filósofo británico Nick Land, figura clave del colectivo Cybernetic Culture Research Unit (CCRU) en los años 90 en la Universidad de Warwick. Land creía que el capitalismo no debía detenerse ni reformarse, sino impulsarse al máximo, hacer que se desate como un virus informático hasta que colapse o dé lugar a una nueva especie: tecnológicamente avanzada, posthumana, conectada por redes neuronales artificiales y sin rastro de moralina socialista.
Sí, Land básicamente teorizó una distopía tipo Blade Runner, pero con entusiasmo, cafeína y referencias a H. P. Lovecraft.
Más adelante, en 2013, los filósofos Alex Williams y Nick Srnicek publicaron el Manifesto for an Accelerationist Politics, donde buscaron resignificar el concepto desde la izquierda. En lugar de entregar el mundo al capitalismo turbo, proponían usar la tecnología y las infraestructuras actuales para construir un proyecto de emancipación colectiva. Una especie de aceleracionismo “ético”, si se quiere, que, en lugar de dejarnos en manos de multimillonarios con delirios de dios, nos condujera hacia nuevas formas de organización y bienestar.
Ambas versiones coinciden en algo: el sistema actual está condenado a mutar. Lo que cambia es el deseo detrás del impulso. El punto es que nadie quiere frenar el tren: todos creen que el salto al abismo puede llevarnos a otro plano de existencia. El aceleracionismo no predica la resistencia. Es el arte de empujar el sistema hasta su umbral de locura, con la esperanza –o el delirio– de que algo nuevo emerja del colapso.
En resumen, el aceleracionismo es una corriente filosófica que parece escrita por alguien que se tragó medio Cyberpunk 2077, dos cafés con LSD, y un curso de Marxismo para programadores.
Su idea central: no hay que detener al capitalismo, hay que pisar el acelerador hasta que estalle, como si el sistema fuera un horno a presión con exceso de memes y deudas globales.
Hay aceleracionistas de derecha: creen que, si seguimos tecnificando todo, algún día seremos dioses posthumanos con cuerpos sintéticos, cerebros en la nube y cero impuestos. Y hay aceleracionistas de izquierda, que esperan que el sistema se descomponga tanto que implosione en una nueva utopía. Entre ellos mismos se confunden y fusionan permanentemente en medio de sus contradicciones, pues finalmente, en el aceleracionismo no se ve el caos como error, sino como catalizador.
Por ejemplo, Musk no quiere salvar el mundo. Quiere reconfigurarlo, codificarlo y eventualmente subirlo a un servidor de Marte. Su devoción al caos no es ideológica: es emprendedora. Vive tuiteando como si fuera un adolescente con déficit de atención, pero al mismo tiempo quiere meterte un chip en el cerebro, hacer que compres tu casa con Dogecoin y controlar el transporte del futuro en un tubo gigante sin salida. Es el CEO de la distopía. Un gurú que alterna entre lanzar cohetes y memes de 4chan. Lo aman los libertarios, los fans del anime, los conspiranoicos y los gobiernos desesperados por atraer inversión. Y aún así, nadie sabe realmente qué quiere... salvo quizás, reescribir el sistema operativo de la civilización.
Al mismo tiempo, Donald Trump es la encarnación del aceleracionismo, pero sin teoría (el tipo ni siquiera debe saber que él es un aceleracionista). Es la lógica de “romper todo” pero con gorra roja y bronceado de zanahoria. Su paso por la Casa Blanca es un performance en vivo donde las instituciones son el chiste y las redes sociales, el púlpito. Trump no vino a gobernar, vino a pelearse con la prensa, los jueces, los científicos, los hechos y, de vez en cuando, con la gramática. Su legado es y será demostrar que se puede erosionar el sistema desde adentro sin disparar una sola bala. Basta con desinformar, polarizar y gritar más fuerte que los demás.
En cuanto a las representaciones aceleracionistas de Latinoamérica, debo decir que esta vez no nos quedamos por fuera del momento histórico en esta entretenida configuración de orden mundial: ¿Es Milei una anomalía? No. Es el hijo legítimo de la desesperación colectiva y de una época que confunde provocación con solución. Pero también es la prueba de que incluso el caos, cuando se administra con una lógica propia (aunque sea brutal), puede generar orden. O, al menos, una nueva versión de este. Entre la furia verbal, los gritos contra “la casta” y las metáforas de perros muertos, Milei ha hecho algo impensable: empezó a cumplir lo que prometió. Con una economía desangrada y una sociedad al borde del colapso, logró recuperar indicadores que otros apenas maquillaban. El dólar se estabilizó, la inflación bajó, y aunque los métodos parecen sacados de un cómic distópico, el resultado empieza a mostrar un país que respira. Su gobierno no es neoliberal, ni anarcocapitalista. Es kafkiano. Una mezcla de Nietzsche de TikTok, predicador evangélico libertario y panelista de TV que salió del estudio directo a la Casa Rosada. Milei es la respuesta argentina a la pregunta “¿y si le damos una motosierra a un economista con trauma infantil y le decimos que es el Mesías?”
Por otro lado, y desde el viejo continente, tenemos a Vladimir Putin, que entendió hace rato que el mundo había dejado de tener un centro. Y donde no hay centro, el poder se fragmenta. Su modelo es el del caos calculado: guerra híbrida, desinformación, anexiones, acuerdos oscuros con autócratas. No busca el desorden total. Busca el equilibrio inestable. Que todo parezca tambalear, pero que él siempre tenga un pie firme.
Es el aceleracionismo más cínico: un imperio reciclado, disfrazado de estabilidad, que se alimenta de cada fractura global como un parásito refinado.
Y por supuesto no podíamos dejar de mencionar a nuestra dictadura versión StartUp bananera, porque siendo justos, Bukele es el sueño húmedo de todo aceleracionista centennial. Dictador pero con filtros de Instagram. Mano dura con estética Apple. Gracias a él, El Salvador pasó de ser un Estado frágil a un reality show carcelario transmitido por TikTok. Y lo peor: funciona. Lo suyo no es una ideología. Es una brand. Una estética de control envuelta en storytelling de libertad. Es el aceleracionismo con manual de marca.
Atrás quedó la Guerra Fría, donde al menos sabíamos quién supuestamente era el malo. Hoy el mundo es un Battle Royale geopolítico. Cada uno va por su lado, con su propio caos, sus propias apps de vigilancia, sus monedas digitales y sus teorías conspirativas. La multipolaridad no es diversidad, es desorden codificado. Todos mandan un poco y nadie manda del todo.
El caos dejó de ser disfuncional: es la lógica del sistema.
No es casualidad que estos personajes estén donde están. No llegaron a pesar del caos. Llegaron gracias a él. Son parásitos del algoritmo, criaturas del colapso lento. Entendieron antes que nadie que gobernar ya no es administrar: es provocar. Esta es la política post-ideológica: un mix de entretenimiento, memes, desinformación y pulsiones autoritarias.
El nuevo orden mundial es no tener orden, pero monetizar el desorden.
“El Principio Anerístico (Sin Eris) es el del orden aparente; el Principio Erístico es el del desorden aparente. Tanto el orden como el desorden son conceptos creados por el hombre y son divisiones artificiales del caos puro...” (Malaclypse the Younger. (1970). Principia Discordia: Or how I found Goddess and what I did to her when I found her).
¿Y si todo esto es solo un reflejo de nuestras propias ficciones? ¿Y si el mundo no está fallando, sino mutando hacia algo que no entendemos o no queremos entender? Quizás, al fondo de todo, solo queda Kaos. No como enemigo, sino como maestro. Quizás los dioses del Olimpo, aquellos que juraron representar el orden, simplemente han vuelto a rendirse ante la soberbia.
¿Acaso no está bien aplicar un poco de entropía al sistema para que se reconfigure por sí solo?
Después de todo, el caos es la forma primordial de la materia. No hay que temerle. Hay que abrazarlo. Tal vez nos escupa a los pies del transhumanismo. O quizás, nos revele que esta era, como tantas otras, es solo otra Matrioshka dentro de otra Matrioshka en la simulación infinita.
Hail Eris. All Hail Discordia. Hail Kallisti. #fnord