Un viaje a los 11 kilómetros de túneles de San José del Guaviare
La Mesa de la Lindosa es una maravilla de la Naturaleza, a 11 kilómetros de San José del Guaviare.
Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.
Cerca de la Ciudad de Piedra, como si fuera un corregimiento de este sistema arquitectónico rocoso, está la Mesa de la Lindosa.
Es un sistema de túneles naturales y de rocas superpuestas en situaciones que desafían la gravedad, porque, por lo general, la piedra más grande está sobre la pequeña, o medio recostada en otra sin caerse, como si hubiera un truco de magia en todo eso. Otros parecen árboles u hongos de piedra inmensos que sembraron seres de pesadas piernas.
No cuesta trabajo imaginar que allí, en esos pasadizos, individuos de comunidades humanas antiguas y de animales de todos los tiempos han encontrado escondites apropiados para librarse de sus depredadores o para protegerse de la lluvia. Lluvia que, en abril y en octubre, animada por la selva cercana, puede ser una llovizna eterna y pertinaz o una aguacero torrencial que amenaza con ahogarte. El ruido de la lluvia es amortiguado por la hojarasca seca y suelta que cubre el suelo.
Laberintos
Los túneles son pasillos de rocas de paredes torcidas cubiertas de musgo en algunos pedazos, desnudas en otros. Arriba, desde ese cielo que por momentos no se ve, por la oscuridad que habita tales laberintos, algunos hierbajos cuelgan perezosos como cortinas del misterio.
Y cuando avanzas con tu ruido de torpe humano, por no ser nictálope requieres encender luces para no caer y para estar seguro, ay, de que no habrás de topar o de pisar una serpiente, vuela despavorida una bandada de murciélagos, que despiertan asustados por la amenaza de inoportunos visitantes, y lanzan ese ruido de alas y ese chirrido suyo configurado con un alargado sonido de i que resuena por la caverna. Se van dejándote un ventarrón seco en el rostro y un escalofrío que consigue emparentarte un poco, por la textura de tu piel, con esas paredes rugosas.
Árboles de piedra
Al lado de los túneles, quien observa aquellas caprichosas piedras superpuestas, como un bosque de especies rocosas, bien podría creer que un grupo de artesanos de una especie de gigantes las esculpieron, valiéndose de grandes y poderosas herramientas.
Al decir de los científicos, tal sistema se formó en la era precámbrica, en una zona situada a once kilómetros de San José del Guaviare.
Y sobre algunas rocas, hay pinturas rupestres hechas con pigmentos minerales. Unas representan figuras antropomorfas; otras, complejas imágenes geométricas que no han terminado de interpretar, aunque los arqueólogos saben que su imprecisa fecha de creación superan los mil años de antigüedad.
Un rayo
No todo es silencio: cantan, aislados, pollos de monte.
“Se sabe que a las culebras les gustan los suelos rocosos”, indica Emilson Dueñas, un taxista que acostumbra llevar a los turistas a este paraje y para eso hizo levantar la suspensión de su vehículo.
En ese trayecto desde la vía Nuevo Tolima, yendo hacia el suroccidente de la capital guaviarense, es preciso salirse de la vía para emprender un ascenso, más bien leve, por una trocha que, en cierto momento se desdibuja.
Hasta un baquiano como él, experto en sendas imprecisas, pierde de vez en cuando “la huella”. No es pantanoso, porque el suelo de la montaña es de dura roca.
¿Casas? Ninguna. ¿Cultivos? Qué cultivos van a producirse en un suelo de lozas de roca, apenas cubierto por un pasto que se alimenta quién sabe de qué.
Sobre una piedra se les ocurrió instalar la imagen de una virgen. Cerca de los grandes túneles hay un calvario. En la cruz blanca sembrada en el suelo, dice: «Nelson Julián Becerra. Octubre 1983, noviembre 2010».
“Lo partió un rayo allí mismo, durante una tormenta eléctrica”, explica Dueñas, quien agrega: “ah, esa es otra cosa: esta Serranía es rica en tormentas eléctricas”.