Turismo

Francisco El Hombre y su acordeón: leyenda de raíz guajira

La historia del primer juglar vallenato hace parte de una ruta turística en La Guajira que busca preservar su legado.

Cuyabra. Comunicadora social-periodista de la Universidad del Quindío. Redactora del área de Contenidos Digitales.

18 de agosto de 2023

“Francisco El Hombre era un anciano trotamundos de casi 200 años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo. En ellas, Francisco El Hombre relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario, desde Manaure hasta los confines de la Ciénaga, de modo que, si alguien tenía un recado que mandar o un acontecimiento que divulgar, le pagaba dos centavos para que lo incluyera en su repertorio. Fue así cómo se enteró Úrsula de la muerte de su madre, por pura casualidad, una noche que escuchaba las canciones con la esperanza de que dijeran algo de su hijo José Arcadio”.

Así, en su obra cumbre, Cien Años de Soledad, el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez resume los orígenes del vallenato, ese ritmo tan propio del Caribe colombiano que, aunque pocos sepan, no tuvo su cuna en Valledupar, sino en pequeño poblado de la baja Guajira en las manos de Francisco El Hombre, el primer juglar de ese género que se convirtió en símbolo de una región que trabaja para que su legado no desaparezca.

Cuentan en Galán, el corregimiento de Riohacha en el que Francisco Moscote Guerra nació en 1849; y en Fonseca, donde un museo preserva su legado, que uno de esos tres primeros acordeones que llegaron al país por la península fueron a parar a la casa de ese niño negro, alto y flaco luego de que su papá no pudiera descifrar aquella caja de acordes traída desde Europa.

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Una tarde su papá, José del Carmen Chema Moscote, empezó a escuchar en la calle cómo sonaba aquel instrumento y, confundido, se devolvió a buscar quién era el que, por fin, había logrado sacarle un acorde. Su sorpresa fue tal al ver que su hijo, que no se había interesado antes en el aparato, lo tocaba con una inverosímil destreza.

Al hijo de José y Ana Julia Guerra, una familia de esclavos libertos del primer Palenque que hubo en La Guajira, no le daba la talla ninguno de los compadres de su padre ni los borrachos de la Avenida Primera de Riohacha, a la orilla del mar. Muy pocos podían sacarle notas seguidas a ese instrumento, por eso, cuenta Luis Germán Brito, cuyo padre conoció a la familia Moscote, que los “pelaos” de la edad de Francisco lo veían y le decían: “Eeerda, ¡estás tocando como un hombre!”, mientras que los más viejos lo elogiaban con un: “¡Ese es el hombre!”, de ahí su sobrenombre Francisco El Hombre, que pasó a ser más bien su nombre.

Comenzó a hacerse famoso por sus versos acompasados y cantando historias recorriendo pueblos cautivando a todo el que se detenía a escucharlo. Dice Brito, de 83 años pero con una memoria clara, que Francisco El Hombre compuso más de cien canciones, que, por la época en la que vivió nunca pudieron ser grabadas; sin embargo, algunas de ellas sobreviven en la memoria de quienes salvaguardan su historia.

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Un duelo con el diablo

Fue tanta la fama que acumuló que su talento se convirtió en leyenda cuando, supuestamente, sostuvo un duelo con el mismísimo diablo... y le ganó. Varios relatos hay alrededor de este encuentro, que se lo encontró de regreso Galán, luego de ir a comprar un acordeón para tocar en la fiesta de una novia suya; que venía de una parranda y lo retó en el camino y que, fue tan parejo el duelo, que no tuvo de otra que recurrir a la ayuda divina para que no se llevara su alma: tocó El Credo al revés y con eso lo venció.

Otros, menos llevados de aquella tradición oral, le encuentran más lógica a ese encuentro sobrenatural. Nafer Vergara, gestor cultural y guía del Museo Nacional del Vallenato en Fonseca, cuenta que, en realidad, en una de sus borracheras, Francisco El Hombre se encontró fue con Luis Pitre, otro gran juglar guajiro a quien apodaban el “diablo del acordeón”.

Pero también hay quienes aseguran que no hubo duelo con un par, sino más bien que Francisco El hombre se enfrentó contra sí mismo. David Hernández, docente de la Uniguajira y director del Museo Nacional del Vallenato explica que, en ese regreso a Galán donde se gesta el mito del diablo, Francisco, que venía tocando su acordeón, escuchó su propio eco, que rebotaba en la Serranía del Perijá y regresaba a él, “por eso el nivel del duelo”.

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A la tumba se fue en 1953 a los 104 años (aunque en la obra del Nobel le concedieron 200) con la fama de superar al mismo diablo con sus acordes y con la leyenda de ser el primero de los juglares de esa Guajira precursora del género más popular del Caribe colombiano.

Pero su impronta está impregnada en la cultura de esa región que tanto lo recuerda, de ahí que su nombre haya servido para bautizar un barrio, una calle, la tarima de la plaza más importante de Valledupar, alzar un monumento en Galán y en una de las calles más concurridas de Riohacha, y un festival de vallenato que cada año homenajea su memoria y que este año llegó a su decimoquinta edición.

Esa leyenda, que tiene compáces de mito hace parte de la amplia expresión cultural de La Guajira, a veces oculta por la siempre atractiva inmersión al pueblo Wayúu en las Rancherías, las salinas y sus playas vírgenes que seducen a turistas a quienes en ese departamento también quieren atraer con esa ruta del origen del vallenato en la Provincia de Padilla: Hatonuevo, Barrancas, Fonseca, Distracción, San Juan del Cesar y el corregimiento de La Junta, la cuna de Diomedes Díaz y que, unidos, conforman la historia de ese ritmo que es patrimonio inmaterial y cultural de la humanidad.

Pero el vallenato no solo se queda ahí, en esos municipios de la baja Guajira, también acompaña a propios y extraños en su visita al departamento atravesando playas como Palomino, Dibulla, Punta Arcoíris, Pilón de Azúcar y Ojo de Agua, estas últimas en el Cabo de la Vela, donde los paisajes desérticos salen al encuentro con el mar multicolor.

Pero también en las rancherías Wayúu y en las Kowi y Arhuacas y en los santuarios de fauna como el de los flamencos en el corregimiento de Camarones de Riohacha; y en una variada oferta gastronómica que va desde lo ancestral hasta la libanesa, pasando por cocinas de autor que complementan a las atrapantes tradiciones de una Guajira y su diversidad cultural a ritmo de versos y acordeones.

*Invitada por MinComercio y Fontur.