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Kobe Bryant, un eterno buscador de la perfección

La “Mamba negra” trascendió las barreras del baloncesto y con talento y férrea disciplina se ganó el respeto del mundo deportivo.

Soy periodista porque es la forma que encontré para enseñarle a mi hija que todos los días hay historias que valen la pena escuchar y contar.

27 de enero de 2020

Hay vidas que parecen películas. La de Kobe Bryant es un ejemplo perfecto y no solo por haber ganado un Oscar –Sí, se dio el lujo de hacerlo– sino porque logró convertir sus 20 años de actividad profesional, su vida entera, en una excepcional secuencia de momentos asombrosos.

Kobe Bean Bryant nació en Filadelfia, el 23 de agosto de 1978. Antes de morir ayer en un accidente de helicóptero en una localidad próxima a Los Ángeles, se encargó de hacer valer sus 41 años de vida.

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Bryant fue hijo de Joe Bryant, baloncestista de la NBA durante ocho temporadas y quien finalizó su carrera en el básket italiano. Por ello, a los 8 años, Kobe regresó a Estados Unidos con un perfecto dominio del italiano, un amor inusual por el fútbol y una capacidad técnica impecable en el baloncesto, impropia de alguien de su edad.

Desde 1992 comenzó a hacerse un lugar en el baloncesto colegial. A pesar de su talento las oportunidades no le sobraban. La razón: su carácter temperamental.

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Aún así, él se forjó su camino hacia la NBA. Lo logró en 1996, siendo el número 13 del Draft de esa temporada. Tenía 17 años y lo fichó Charlotte, que luego lo vendió a Los Lakers.

Irreverente y obsesivo

En sus primeros años con Los Lakers, Kobe fue suplente, aunque ya en 1998 formó parte del equipo All Star de la Conferencia Oeste, convirtiéndose, con 19 años, en el jugador más joven de la historia en esa competición.

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Con la contratación de Phil Jackson como entrenador, Bryant comenzó a jugar como titular y el equipo mejoró sensiblemente con su aporte y el de Shaquille O’Neal, así llegó el triplete entre el año 2000 y 2002 después de llevar doce temporadas sin conquistar el anillo de la NBA. Pero a pesar de ser el alma del equipo no todos congeniaban con él.

Bryant era un adicto al trabajo inigualable: largas sesiones de tiro hasta altas horas de la noche después del entrenamiento oficial, análisis de los escritos de los técnicos estadounidenses y europeos, y largas sesiones de preparación física. Su obsesión para lograr la perfección sobre la cancha lo llevó, en muchas ocasiones, a presionar severamente a sus compañeros y confrontar entrenadores.

Aún así, el mundo de la NBA comprendió con el paso de los años que estaba ante un hombre empeñado en ir más allá, en dejar una huella única.

Por eso, una de las anécdotas que mejor retrata al alero de 1.98 metros la contó su estratega Phil Jackson en su autobiografía.

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En 1999, buscando soluciones para orientar al incorregible Bryant, Jackson quiso apelar a la fijación que sentía Kobe por Michael Jordan y organizó una reunión con el fin de que Jordan inspirara a Bryant con sabiduría y espíritu conciliador y así mejorara su altivo temperamento.

“Lo primero que le dijo a Michael fue: ‘Si hacemos un uno contra uno, te pateo el trasero’”, recuerda.

Los años no menguaron su ímpetu. Tras la salida de referentes como el mismo O´Neil de Los Lakers, Kobe siempre se las arregló para mantener viva la chispa competitiva del equipo. En 2009 y 2010 fue nuevamente campeón de la NBA.

La brutal exigencia que lo encumbró al éxito le empezó a pasar factura. En 2015 le escribió a su amado básket. “Hice todo por ti, porque eso es lo que tú haces cuando alguien te hace sentir tan vivo como tú me has hecho sentir”.

El 13 de abril de 2016, ante los Jazz, marcó 60 puntos. Ningún jugador había logrado esa cifra en un juego esa temporada. Y así dijo adiós. O, mejor, hasta siempre, tal como lo hizo ayer.