Fútbol Colombiano

Liliana y Luz Estela, guerreras del fútbol antioqueño

Lilo y Luz Estela Zapata no son familiares, pero sí grandes amigas. Perseveraron tras insultos y agresiones

Comunicador social periodista de la U. de A. Sigo el fútbol profesional y aficionado, la gimnasia, el voleibol y las otras disciplinas del ciclo olímpico. Redactor de El Colombiano

20 de marzo de 2019

Coincidieron en la primera práctica con la entrenadora Margarita Martínez y, a partir de ahí, han trasegado juntas el camino del fútbol. Hoy, casi tres décadas después, continúan luchando por el desarrollo de este deporte en Antioquia, vinculadas al club Formas Íntimas de Medellín.

Liliana Zapata llegó del barrio Antonio Nariño y Luz Estela Zapata de Buenos Aires. Integraron los seleccionados departamentales y después de abandonar la actividad competitiva siguieron señalando el camino a las nuevas generaciones. Una como entrenadora, y luego en calidad de dirigente, y la otra de coordinadora de los procesos formativos.

Orgullo de la 13

Su nombre de pila es Liliana Zapata, pero la conocen más como Lilo, personaje intrínseco al fútbol de mujeres en la región. Tiene 50 años y creció en la Comuna 13, donde desde pequeña le tocó librar duras batallas. Su mamá (Ana Lucía Sierra), líder comunitaria, siempre la apoyó en su gusto por el balón, pero el papá (Gabriel Ángel Zapata), conductor, y sus tres hermanos varones, no lo veían con buenos ojos.

“Mi padre me pegaba unas pelas muy tesas (fuertes) y los muchachos, que eran mayores, se sentían apenados porque yo, su hermanita de 12 años, jugaba fútbol; ellos eran el centro de la burla de los amigos”, confiesa quien fuera una zaguera central recia y con gran autoridad en el cancha que, con el paso del tiempo, se convirtió en el bastión de la familia (también la integran 3 hermanas). Dice que este hecho y haber conseguido “amigos increíbles” es lo que más le satisface.

A los 34 años “colgó los guayos” y asumió el cargo de entrenadora de la Selección Medellín, en la que estuvo hasta 2008 cuando le dieron la Selección Antioquia con la que fue bicampeona nacional. Cuatro años más tarde se dedicó a sacar adelante su proyecto deportivo con el apoyo de Forma Íntimas.

Lilo rememora que la gente la tildaba de loca al pensar que viviría del fútbol femenino: “Pero yo soy una mujer rebelde, que lucha contra la corriente. Con las compañeras insistimos, nos metíamos por donde nos decían que no cabíamos y abrimos puertas en el Inder, la Liga, en Difútbol y ahora la Dimayor mira con otros ojos a las mujeres para que puedan ser profesionales”.

Añade que lo que está pasando en la actualidad lo soñaba hace 20 años: que la Selección Colombia fuera a mundiales y que las mamás y papás llevaran a sus niñas a las escuelas de fútbol. ¿El secreto?, “la perseverancia, la pasión y, sobre todo, el respeto”.

Ella siente que se ha avanzado a la par con la sociedad, pero a un ritmo lento. Y asegura que el país está en mora de tener una posición más respetuosa con respecto al otro, no solo en temas del deporte sino de género.

De los progresos de su deporte resalta el cambio de mentalidad de las jugadoras en Colombia y Suramérica. Asegura que entre los 80 y los 90 la mayoría de futbolistas mujeres poco se interesaba por la apariencia física ni por educarse y adquirir otros conocimientos: “Solo pensábamos en el fútbol, en practicar tres veces al día; no íbamos más allá y no había quién nos guiara. La primera que nos dio conceptos claros y estructurado fue Margarita Martínez, ella nos abrió el camino y nos impulsó para que estudiáramos, como también lo hizo antes Rubén Sánchez, con Danza Azul, de La Floresta”.

Quedó un legado

De su generación destaca que quedó la perseverancia tras librar peleas, recibir insultos y agresiones, y al final hallar una luz. Hoy ve con satisfacción jugadoras bien presentadas y con deseos de capacitarse gracias a becas que reciben. En su club, por ejemplo, “el estudio es requisito, el fútbol no es prioridad en sus vidas”.

Hizo el curso de entrenadora en la Universidad Cooperativa de Colombia, pero asegura que su única frustración, hasta ahora, es no tener un título universitario pese a que comenzó carreras en la U. de A., el Politécnico JIC y la Autónoma. “Mi universidad han sido las canchas, los amigos, el camerino, he hecho seminarios, congresos y me actualizo”.

Su reconocimiento es tal que la Fifa y otras entidades internacionales y nacionales la invitan, en forma periódica, a compartir su experiencia con Formas Íntimas, que ya es referente mundial. Hace dos meses lo hizo en Argentina, se alista para ir a Brasil y espera que la Universidad de Inglaterra, que la está llevando por varios países, traiga ese evento académico a Medellín.

Cuando le preguntan qué busca para el fútbol, enfatiza que no es igualdad porque entiende que este es una industria y la rama masculina ha trasegado más: “Cuando empezamos a pedir esto nos equivocamos, lo que hay que exigir es equidad, respeto y aceptación, pero empezando desde nosotras mismas. Diferenciar qué es equidad y qué es igualdad. Sé que el fútbol femenino va a evolucionar mucho, pero con tacto y seguridad”.

Mientras tanto, Lilo se confiesa “plenamente feliz, orgullosa de mi género y de ser lo que soy, de lo que hago y lo que siento”.

Luz Estela, incansable

Le decían la zurda y aún hoy cuando el balón llega a sus pies deja ver destellos de calidad. Tiene 56 años y sus días transcurren entre canchas, balones y sitios de concentración. Respira fútbol.

Luz Estela Zapata sí que sabe de los avatares del deporte que empezó a practicar desde niña en el barrio Buenos Aires de Medellín y que aprendió a querer a pesar de la estigmatización, arropada por su familia, de la que, dice, vive “eternamente agradecida”.

Sus padres, Luis Enrique Zapata y Clementina Jaramillo, jamás le reprocharon porque jugaba al balón con los muchachos en la calle y mucho menos con sus seis hermanos. “Lo único era que a las amigas del barrio no las dejaban juntar conmigo, dizque por brincona”, cuenta entre risas.

Ese no fue un obstáculo para continuar su carrera deportiva que le permitió defender la camiseta de Antioquia y convertirse en pionera.

El destino la juntó con Víctor Hugo Vargas, quien se convirtió en su esposo cuando ella tenía 26 años y con el que tuvo dos hijos: Felipe y Sara. “Con ese hombre es como si se me hubiera aparecido la Virgen, se convirtió en mi cómplice, en un pulmón para ayudarme a no desfallecer. Él y su familia también me rodearon de apoyo. Es amigo de todas nuestras deportistas, presidente de uno de los equipos del club (Formas Íntimas) del cual soy coordinadora, y siempre está a mi lado”.

Cuando habla de sus compañeras de batallas, por allá en las décadas del 80 y el 90, Luz, como cariñosamente la llaman las deportistas que la ven como una mamá, menciona a Sandra Valencia, Sandra Ortiz, Marina Ossa, Liliana Fanco, Claudia Rodas y Luz Aydé Grisales (la Totona) que marcaron una época importante y definitiva.

En ella la pasión ha sido una palabra mágica en todo este proceso. Es la que les ha impedido claudicar ante la estigmatización. “Eso nos llevó a trabajar duro para que las niñas tengan más educación sobre esta disciplina que es universal; hemos ido escalando. También las mentalizamos para que estudien y asuman la academia como otra opción de vida”.

Lo que más la llena es que el fútbol femenino ahora se asume como un deporte de alto rendimiento “y se van logrando cosas maravillosas”, entre ellas que la mayoría de las jugadoras que triunfan con la Selección Antioquia reciben becas y se gradúan como profesionales.

Por eso no le importa pasar 24 horas del día en función de su labor, multiplicándose para que a sus niñas no les falte nada y se siente con fuerzas para seguir luchando: “Del fútbol solo me separará la muerte; mantengo viva la pasión para seguir transmitiéndolo como una doctrina, así tenga que involucrar a mi familia. Todos lo disfrutamos”.

Las Zapata, Lilo y Luz Estela, siguieron el legado de la profe Margarita y juntas, con la satisfacción de que a diario ven surgir nuevos proyectos, aportan en la consolidación de un deporte que como ellas mismas dicen, “ha tenido que romper muchos paradigmas”.