Cultura

“Puedo hacer que una roca hable”: Hugo Zapata

El taller del artista Hugo Zapata es una cantera de la que extrae algo más que rocas. Allí arma, y encuentra, sus esculturas.

Periodista. Estudiante de maestría en Estudios y Creación Audiovisual.

10 de octubre de 2018

La única persona que se tropieza con una roca y no se cae es el maestro Hugo Zapata (1945). A él le pasan otras cosas, como ver en ella una obra de arte o una expresión de la naturaleza. No la anda buscando, simplemente la encuentra y un olfato de geólogo y artista le dice que es su momento: “Te llegó la hora, querida”, le dice.

El escultor y arquitecto quindiano se levanta temprano todos los días a recorrer su finca-taller, ubicada en la Represa La Fe, una zona aledaña al municipio de Rionegro, hacia la vía El Retiro. Allá tiene su “sembrado de piedras”, con las que alimenta su trabajo.

La pieza empieza cuando se tropieza. Hace el trazado y su equipo de seis trabajadores de la zona empieza a cortar lo que él tiene en mente. Como un maestro de armas, les dibuja y ellos van interpretando sus intenciones: las va examinando hasta que la escultura se termina.

“Es una necesidad absoluta de decir algo, como en la música. En cada pieza hay ese sentimiento, una textura, sonidos. Con las rocas voy diciendo un estado espiritual. Ella me regala algunas cosas y yo le regalo otra y de esa comunión sale la obra”, reflexiona este hombre de 74 años.

Origen

Desde niño a Hugo le ha gustado coleccionar esas piezas. Al principio a su medida: guijarros o cantos rodados (las pequeñas, planas, que se suelen tirar en un lago, jugando). De grande le gustó la geología y la arqueología, y buscó la dureza y el brillo en esos objetos.

“He estado siempre enamorado de las rocas porque tienen la memoria del hombre”, comenta y mira unas cuantas que hay en el sembrado, una especie de cantera o cultivo que también se vuelve un “cementerio de piedras”, aunque de vez en vez las revive para otras instalaciones.

Trabaja con una especie que viene de la zona del Río Negro, Cundinamarca, llamada lutita, un tipo más expresivo y maleable. En ocasiones emplea el basalto, otra volcánica que se da en la región. Cada mes, o mes y medio, aparece una volqueta con cuatro toneladas de material a la espera de que les llegue su hora.

Moldear la peña

El escultor saluda a los “muchachos” jornaleros, que hacen el trabajo pesado en el taller contiguo a la casa. Cortan, pulen, brillan y saludan a “don Hugo”, que les sigue dando indicaciones mientras trata de describir de dónde viene toda esa parafernalia que se ve alrededor y sus grandes máquinas.

Antes pensaba que la roca era lo más duro que existía, luego se dio cuenta de que con la tecnología se puede hacer cualquier cosa. Camina mostrando sus juguetes: un tractor que carga hasta dos toneladas y media, y que usa para mover las piedras; una cortadora con cuchilla de diamante y otra de cable para cortes más grandes. La última muestra es la pulidora con discos de carborundum, un material similar a la arena y de alta resistencia a la abrasión, que usa para el acabado final.

Dos cosas necesita Zapata en sus talleres: aire y agua. El primero porque se produce mucho polvo. El segundo, “el gran hermano de la roca”, porque es el elemento que da forma: “El agua siempre está moldeándola; en los caminos y en los paisajes, siempre está haciendo esculturas”.

Uno de sus aparatos parece hechizo, está reconstruido a partir de empates y remiendos. La máquina lleva con el artista cuatro décadas. “Pedí los planos para comprarla, pero valía 35 millones de pesos hace 40 años, así que la hice con dos millones”, ríe y habla de las adaptaciones que le ha hecho con el tiempo.

Tienen vida

La magia del artista está en mostrar lo que otros no han expuesto, pero esto parte de la base de ver lo que otros no ven. Cuenta que sus rocas tienen un alto contenido visual con los que comunica, como en la música, sentimientos. Cada una le sirve para representar algo de la naturaleza: una cascada, el viento, la lluvia. Eso lo logra a través de formas como tótems y dólmenes (mesas).

Las trata con cariño para poder conversar con ellas. “Puedo hacer que la piedra me diga lo que quiero. La acaricio con la mano y el agua”, señala, y entretanto pasa una de las pulidoras de polvo de diamante por una grande de tres toneladas, una de sus más recientes adquisiciones.

Aclara que no siempre es su voluntad la que se impone sobre la peña sino que muchas veces actúa como ella le dice: “Tiene un orden especial, como los sonidos en la música: ritmos, texturas, colores; todo eso es lo que me va hablando”.

Aprovechar el accidente

Un día uno de sus trabajadores se le acercó preocupado y triste. Mientras cortaba una piedra muy grande, esta se partió en dos. Cuando Zapata la vio quedó fascinado y le dijo: “Hernán, tranquilo. Dos esculturas”.

Él recuerda la historia y dice que aprovecha los accidentes al máximo. De ahí que insiste en que muchas veces no depende de su voluntad y esto puede pasar.

Desde que escoge el material hasta finalizar el proceso, el trabajo puede durar alrededor de 20 días, dependiendo del tamaño. Es probable que algo se salga de sus manos, lo que le tiene sin angustia.

Antes de ir a almorzar a la casa saluda a uno de sus perros, Sico, a quien tiene encerrado y castigado porque en los últimos días se ha volado a buscar perras. “Le voy a tener que hacer el mandado, porque así no puede salir”.

Del mismo modo se despide de las rocas que hay en su antejardín, como si fueran seres vivos que esperan de él tanto como lo que le ofrecen.

“Hay quien cruza el bosque y solo ve leña para el fuego”, decía el escritor ruso León Tolstoi. Cuando el escultor nacido en La Tebaida, Quindío, se tropieza con una roca, ve más que un objeto duro, informe e inánime. Él ve la flor, el dolmen, el canto rodado, la música, la obra de arte. Por eso no se tropieza. Nunca