Tomarse más que una taza de café en el Eje Cafetero
Pedir un tinto para pasar el susto de estar de cabeza en una montaña rusa. Esos son los contrastes de este destino.
1 y 2. Parque del Café. 3. Elefante en Ukumarí. 4. Finca cafetera.
FOTO cortesía parque del café, mónica quintero y archivo.
Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.
El recuerdo es el de una niña mona, de un metro y algo que lleva un morral en la espalda y camina por un sendero ecológico. Ya cansada, sube esa estructura roja de la llamada Torre del Mirador, que vio desde que entró a ese lugar con sus tíos, y desde arriba mira el paisaje verde, con casitas miniaturas: en uno de los frentes, se acuerda que le dijeron, se ve Armenia y Montenegro.
Era el Parque del Café de antes, en el que no existía Pulpo ni montaña rusa ni tren. Sí estaba el sendero y la casa campesina y al final se podía subir en el teleférico. Ese sí estaba. Entre el recuerdo y la actualidad han pasado unos 20 años, no más. Este lugar lo fundaron en 1995.
Ahora es grandote: 105 hectáreas, 26 atracciones, 4.000 especies de árboles y plantas.
Mirarlo desde las telesillas es darse cuenta de que ha cambiado, y no solo en el tema. Aunque sigue siendo el café desde el nombre y está el museo y el cafetal tradicional y la finca campesina y un pueblo en la mitad que recuerda a los tradicionales paisas con sus casas pintadas de colores y su parque y sus balcones –eso tampoco estaba hace tantos años que fui por primera vez–, las atracciones mecánicas lo vuelven un parque de diversiones para irse a mojar en los rápidos o dejar el corazón en la parte más alta del Kráter, esa montaña rusa que tiene giros de 360 grados y que después de subirlo en 90 grados lo tira con fuerza de la misma manera para dejarlo luego con la cabeza hacia abajo.
Dos parques distintos, o así me pareció con dos señoras con las que compartí el teleférico y que venían de Popayán. Ellas se dedicaron al café y sus sobrinos jóvenes no se bajaron de los carros chocones.
El tren me gustó. Ir por el parque atravesando lo que ellos llaman la segunda etapa. Luego uno se puede devolver a pie. Incluso puede subir hasta la primera subiendo escaleras y no en telesillas o teleférico, eso depende del clima. Dicen que la temperatura promedio es de 21°, pero puede pasar como ese día de enero que fui: qué calor. Ojalá no deje en casa ni el protector solar ni la gorra. Caminar es de lo más chévere.
También el show del café, en el que artistas bailan música tradicional, del pasillo al bambuco y al san juanero. Si bien creo que la promesa de que van a contarte una historia de este producto solo se cumple en los primeros diez minutos, el espectáculo emociona a los que les gusta ver bailar.
Eso me falta, quizá. Las montañas rusas no deberían llamarse ciclón o rin rin, sino conectar más con el grano aquel. Quizá para que a uno no se le olvide donde está.
Hay más, por eso el paseo debe ser sin afán. Enero, y supongo que las temporadas altas, atrae mucha gente, entonces cada atracción tiene filas interminables. Yo terminé solo en el Kráter. Esperar no es lo mío. Mejor ir en esas épocas en que no van tantas personas, irse desde temprano, porque son muchas las atracciones. Hasta paseo a caballo, si le interesa.
Un detalle: al inicio del Museo Interactivo hay una maqueta que recrea una finca cafetera, y las pequeñas figuras de los campesinos están ahí, moviéndose, recogiendo el grano en los cafetales, cargándolo en sus espaldas cuando ya está listo para transportarlo. Son hologramas. Tan bonito. El comunicador, Faber Giraldo, me explica luego que el museo está en remodelación y que la idea es que cada vez sea más interactivo.
De recorrido rápido
El Eje Cafetero tiene tres departamentos, Risaralda, Caldas y Quindío (algunos incluyen un pedazo del Valle del Cauca), y cada uno tiene sus espacios por descubrir.
Puede escoger uno solo o visitar por ciudades. A mí me encanta Manizales, pero no soy objetiva –ahí nací, aunque no crecí allí–. Lo bueno es la posibilidad de descubrir lo que uno no ve en la cotidianidad.
De la capital de Caldas siempre nos muestran la Catedral y el Parque de Bolívar y dicen que hay que ir a Chipre, que tiene un mirador maravilloso, pero faltan los lugares recónditos, que yo descubrí hace unos pocos años: en la Catedral está el corredor polaco, y es la posibilidad de subir hasta muy arriba y encontrarse con una panorámica de postal: para mí, esa ciudad blanca en la que a veces las casas se ven unas sobre otras, que atardece en rojo y naranjado cada tanto y que si las nubes dejan, se ve el Nevado del Ruiz al fondo.
Mucho frío, sobre todo de noche. Perfecto para no quitarse las cobijas.
Cerca, si le interesan, están los termales, en la vía antigua al nevado. No son tan famosos, entonces no están tan llenos, no tanto tanto como los de Santa Rosa, que también son una buena idea con su cascada natural.
En este recorrido rápido puede seguir a Pereira y luego irse a puebliar y descubrir Salento, Finlandia, Santa Rosa, Calarcá, Quimbaya, ahí entre Quindío y Risaralda, eso por nombrar algunos pueblos en los que puede parar.
Yo me encanté una vez con Circasia, por la historia rara de los dos cementerios: uno masón, que está al frente del tradicional, en el que hace tiempo vivía la señora del Cementerio, doña Edelmira, una mujer que le prometió a su hijo muerto acompañarlo y entonces se iba a estar al lado de su tumba desde el desayuno.
Si de lugares se trata, piense en El Valle del Cocora, el museo del oro y Panaca. Para mí este último, al que habrá que volver luego a contrastar los recuerdos, es sinónimo de marranitos para alimentar con tetero. Hay avestruces, gatos, gusanos de seda, perros, cabras, ovejas bebés, llamas y hasta curíes.
Este recorrido depende de sus intenciones. Esta es la zona del Paisaje Cultural Cafetero, inscrita en la Lista de Patrimonio Mundial en 2011. Explorar esos escenarios también es una buena opción, con fincas tradicionales para quedarse a dormir allí.
Para ver animales
Cuando estaba pequeña, me acuerdo otra vez que hablaban del Zoológico de Pereira, el Matecaña. Nunca fui, pero ahí estaba, como una posibilidad para conocer jirafas. Se acabó hace unos años. Ahora está Ukumari, un bioparque que está creciendo, en la vía a Cerritos, a las afuera Pereira, y que asumió algunos de los ejemplares de fauna exótica que estaban en el viejo zoo.
Los suricatos te miran. No son tan grandes como se los imagina uno con Timón, en El Rey León. Corren y se esconden y hay uno en lo más alto de un palo. El guía turístico dice que muchos nacieron allí y que hasta tuvieron que apartar a la matrona, para que otra hembra se pusiera de líder.
Antes están los elefantes. Son tres. Pirinolo, Maggie y Kim. A esta última, si le aplauden, empieza a bailar. Era de un circo y por eso llegó al bioparque. Muchos de los animales están allí porque fueron rescatados, y cuando eso pasa, no pueden volver a sus hogares naturales. No sin un proceso, que es muy difícil. Ahí los cuidan. A las 5:00 de la tarde, los tres elefantes se van yendo a dormir. Ya es hora. Pirinolo encabeza la fila, sin mirar atrás.
En Ukumarí hay dos zonas. En un lado la de los animales de África y en el otro, el Bosque Andino. Hay monos y orangutanes, que sonríen. Hay siervos para que uno piense en Bambi. Hay hipopótamos que solo sacan los ojos del agua, y dantas, incluso una cría con sus rayitas que luego se le van a ir, cuando crezca. Hay muchas aves y patos, muchos muchos patos.
También un lugar para caminar, todavía para hacerlo en pocas horas, unas dos con un poco de afán. La idea es mucho más grande, según se lee en la página web: ser el más grande en su tipo en América Latina. Ahí van.
Es un bebé, dice Sandra Correa, la gerente. El proceso empezó hace dos años. Ya casi llegan los papiones y a mitad del año esperan las jirafas. Ella lo define como un refugio de animales. Incluso algunos llegarán naturalmente, como las aves migratorias, por los humedales que tienen.
Al final del Bosque Andino hay unas chozas y una estructura de guadua, que a veces se vuelve foto de postal, sobre todo si al fondo aparece un arco iris.
Yo aún sigo pensando en los elefantes. Tan grande.s. Y en los suricatos. Tan juguetones