Cultura

Felipe Zuleta cuenta cómo es ser parte de una familia presidencial

El periodista y escritor publicó el libro “Si saben cómo soy... ¿Para qué me invitan?”. EL COLOMBIANO reproduce a continuación el capítulo Anécdotas.

20 de febrero de 2023

Como todos tengo algunas anécdotas, divertidas algunas, pero otras menos, que todavía recuerdo.

Una de esas le pasó a un gran amigo mío. Él y su esposa tuvieron por años a una empleada que se llamaba Jesusita: pues un día cualquiera, se fueron para su finca cerca de Sopó a donde solían ir con cierta frecuencia.

Un domingo, retornaron a su casa y encontraron a la empleada muerta en la cama de ellos, luciendo las joyas de mi amiga y con una caja de pizza y una botella de vino abierta; le había dado un infarto.

Cuando me contaron el cuento les dije sin titubear que si yo fuera empleada doméstica habría hecho lo mismo. Todavía más, me echaría todas las cremas y me pondría los mejores vestidos de mi patrona.

Pasé años con mis amigos Germán Jaramillo y su esposa, Claudia Alarcón. De hecho, cuando vivían en Lima viví en su casa por muchos meses, porque yo tenía allí una consultoría. En alguna oportunidad, recién divorciado de César Castro, a Germán lo nombraron director de la Corporación Andina de Fomento (CAF) en Madrid.

Yo viajé con la intención de quedarme allá unos meses, puesto que ellos generosamente me habían invitado. Debo decir que salí del divorcio bastante aporreado porque amé a Castro. Necesitaba tomarme un respiro.

Hicimos unos viajes maravillosos persiguiendo buenos restaurantes, ya que Germán era sibarita. Fuimos a Córdoba, Bilbao, Santander, Barcelona, Sevilla, Toledo, Granada y Sitges, entre otros. Comimos mucho y absolutamente maravilloso.

Debo acá hacer un paréntesis porque como no quiero a los bebés, en casi todos los restaurantes que visitamos tenía un bebé al lado. Lo mismo me pasa en los aviones, siempre hay un niño llorando al lado. Nunca he entendido por qué me persiguen esos monstruos. Siempre he pensado que, por ejemplo, debería haber vuelos en donde solo vayan los niños con sus padres.

Pero volviendo a mis amigos Jaramillo Alarcón, hicimos un viaje estupendo por la costa amalfitana: Amalfi, Positano, Ravello, Sorrento, entre otros. Siempre, como ya dije, persiguiendo buenos restaurantes. Germán y Claudia peleaban, digo yo, por bobadas; entonces, yo los callaba y les decía ‘haya paz, haya paz’.

Hablando de Germán, tengo una anécdota que me pasó cuando él murió hace un par de años de un cáncer muy agresivo. Su cuerpo fue cremado y nos entregaron sus cenizas bastante rápido debido a que, como todo en este país, me tocó meter palanca ante el parque cementerio.

En fin, Claudia me pidió que me llevara las cenizas para mi casa, pues ella, dijo, no podría dormir con los restos del Gordo, como le decíamos, en su casa. Igualmente, me pidió que por favor no lo dejara durante la noche en mi carro, le juré que eso no pasaría. Llegué a mi casa y subí al Gordo a mi apartamento, lo puse en el mesón de la cocina en donde yo suelo hacer casi todo.

Ver las redes, ver televisión, estudiarme los temas, entre otros. Germán me había heredado una cantidad de botellas de ginebra marca Bulldog, él y yo cuando nos veíamos, nos tomábamos un par de ginebras. Procedí a servir dos ginebras, una para el Gordo y otra para mí.

Puse entonces un video en YouTube con la canción La gente que me gusta, que dice: “Con la gente que me gusta, paso las noches en vela”, porque le encantaba a Germán. Obviamente, él no se tomó la ginebra, por lo que yo procedí a tomarme el trago del Gordo. Acabé borracho y, al otro día, con guayabo, tuve que llevar temprano las cenizas a la iglesia.

Pasemos acá a otra anécdota que me sucedió siendo director de Inravisión. En septiembre de 1985, fue secuestrada por el M-19, Camila Michelsen, hija de quien había sido el dueño del Grupo Grancolombiano, Jaime Michelsen Uribe, hecho que conmocionó al país.

Después de una larga negociación, fue liberada en los estudios de Inravisión en la calle 24. Cuando me avisaron, salí a las carreras desde la sede del Instituto en el CAN hasta los estudios de San Diego. Entre una horda de periodistas logré entrar. Hablé largo con Camila, a quien yo había conocido en el año 1979, cuando estudiaba Medicina con su hermana María.

Puedo decir que a la salida de Inravisión había, al menos, 30 periodistas ansiosos de entrevistar a Camila. Ella me dijo que quería llegar a su casa, situada en la calle 70 abajo de la carrera novena. Le dije entonces que negociaría con los periodistas para que fueran a su casa, pero que tenía que darles una entrevista. Así procedimos, ella subió a su apartamento y bajó a la media hora, hizo una entrevista bastante organizada.

A principios de los 80 había un programa de televisión que se llamaba Guerra de estrellas, que yo no me perdía. Alberto Casas cuenta que, en alguna oportunidad, Saúl, que era gay, le preguntó a uno de los concursantes, ya que se trataba de dar pistas y adivinar la palabra:

—¿Hombre que come hombre?

A lo que uno de los concursantes respondió:

—¡Cacorro!

—No —dijo García— es caníbal, pero se la valgo.

Me casé con Juanita Castro el 22 de febrero de 1986. Mis suegros hicieron una fiesta estupenda en el Gun Club, hubo muchos invitados y regalos magníficos, de los cuales el que más nos sorprendió fue una caja de plata para meter cigarrillos. La tarjeta decía: Felicitaciones, Lucía de Zuleta. Lo sorprendente es que la abuela había muerto para esa fecha. Yo le dije a Juanita:

—En mi familia hasta los muertos mandan regalos.

La primera noche de la luna de miel, si mal no recuerdo, llegamos al hotel y me puse a llorar, tal vez porque estaba muy cansado. Eso de la luna de mierda, como decía mi abuela Berta, está lejos de ser un buen invento. Qué pereza tener que irse para otro lado a tirar como los ratones.

Debo hacer una confesión de parte, como dicen los abogados. En los años 40, en Bogotá, había un personaje al que le decían Pomponio. Cuentan los historiadores que: “Manuel Quijano y Guzmán, más conocido como Pomponio, también fue un personaje destacado, ya que llamaba la atención por vestir de una manera demasiado elegante, rayando en la extravagancia”.

Según la historia, “Pomponio era un joven proveniente de una familia pudiente, pero perdió la razón, al parecer, luego de una golpiza que recibió por parte de unos bromistas teatreros que se hicieron pasar por la niña de la cual estaba enamorado. Otra versión es que Pomponio enloqueció debido a que fue plantado en el altar cuando se iba a casar con su novia”.

Pues bien, Pomponio, por venir de una familia prestigiosa y pudiente, se convirtió en el cartero con quien se enviaban las invitaciones a eventos en la alta sociedad bogotana. Sin embargo, los que le pedían que llevara las invitaciones, empezaron a notar que algunos de los invitados no llegaban.

Pues a la postre descubrieron que, en no pocas oportunidades, Pomponio se mamaba de repartir las invitaciones, las rompía y las botaba a la caneca, diciendo:

—Que se jodan estas relaciones. Y como yo fui el encargado de repartir no sé cuántas invitaciones a mi matrimonio, un día me mamé y las boté, pensando en Pomponio. Por eso mi suegra, María Isabel de Castro, nunca tuvo una explicación lógica de por qué no llegaron algunos invitados.

Después de 27 años de haberme divorciado de Juanita, hace unos meses, como consecuencia de una cirugía que le hicieron a nuestra hija María, Juanita y yo tuvimos la oportunidad de conversar por muchos días. De eso nos quedó claro a los dos que, de nuestro matrimonio no quedaron sino recuerdos maravillosos