“Se perdió el arte como vocación y se volvió profesión”, Samuel Vásquez
El dramaturgo publicó tres libros que rinden homenaje al Taller de Artes de Medellín por su gran legado.
Samuel Vásquez es poeta, dramaturgo, músico, pintor, crítico de arte, profesor en varias universidades –de diseño, pintura, estética e historia comparada del arte contemporáneo–. Pero sobre todo, es conocido por ser uno de los fundadores y director del Taller de Artes de Medellín y por el trabajo que ha hecho ahí, por sus obras.
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“Samuel Vásquez es el más importante hombre de teatro de Colombia y uno de los cinco mejores de América Latina”, dijo el también poeta y dramaturgo español Fernando Arrabal en 1989.
Lo dijo después de ver la obra El bar de la Calle Luna, en el Festival de Teatro de Manizales, en 1989.
El montaje fue una forma de sobreponer el teatro a las circunstancias, pues el taller había sido desalojado de su sede, en el centro de Medellín y no tenían donde ensayar ni presentarse. Por eso la obra fue concebida para ser presentada en un bar en pleno funcionamiento. Así podían seguirse presentando.
Y así lo hicieron. Aunque las presentaciones de la obra tenían que hacerse a las cinco de la tarde, antes de que empezara el toque de queda decretado por el Gobierno nacional en aquellos años de terror criminal bajo el reinado del Cartel de Medellín.
“Los espectadores tenían que salir corriendo de Pueblito Viejo, un bar del barrio El Poblado, en Medellín, donde estrenamos la obra e hicimos la primera temporada. En el exterior nos preguntaban cómo hacíamos para presentar esta obra en tan peligrosas circunstancias. No habitamos un lugar, habitamos una tragedia”, escribió Vásquez en un texto sobre la obra que está incluido en Palabra en el abismo, un libro que compila varios textos suyos sobre teatro y poesía, y que acaba de lanzar en conjunto con El sol negro y Raquel, historia de un grito silencioso, dos de sus obras.
Los libros rinden homenaje al grupo de teatro del Taller de Artes de Medellín que fundó y dirigió Vásquez, pero sobre todo dan cuenta de su forma de ver y entender el arte, de su espíritu independiente, de su pensamiento crítico y el desarrollo de una poética propia, por eso los textos están llenos de frases que explican de forma sencilla y certera asuntos complejos como la identidad, la libertad, la crítica, la creación, la dramaturgia y la historia.
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El montaje que hizo con el grupo del taller de El Arquitecto y el emperador de Asiria, supuso un trabajo arduo, no sólo en la adaptación de la obra y en la parte actoral sino en la apuesta plástica, en el diseño del espacio. “Hicimos de todo el teatro un espacio ambiental (...) que abrazaba todo el espacio unificándolo y totalizándolo, y que borraba completamente la división tradicional entre el espacio escénico de los actores y el patio de butacas de los espectadores”, dice Samuel en el libro.
La obra tuvo gran reconocimiento. Fue invitada a varios festivales internacionales, fue aclamada como la obra más importante del Festival Internacional de Teatro de Manizales y fue incluida en el Inventario teatral de Iberoamérica editado en España, como uno de los catorce espectáculos para la memoria.
Ejerciendo como Subgerente Cultural del Banco de la República, el poeta Darío Agudelo les propuso hacer una gira nacional con la obra, pero rechazaron la propuesta de Agudelo y otra de Colcultura para hacer una temporada en el Teatro Colón de Bogotá.
–Con esa plata nosotros habríamos hecho mucho trabajo en el taller, pero yo le dije que no. Y me dijo ¿por qué?, porque tendríamos que destruir la obra para hacerlo, nadie se da cuenta, pero yo si me doy cuenta porque yo sé que es lo que yo quiero hacer.
–Se iba a perder todo lo que usted hizo para que esa obra fuera lo que fue...
–Todo el rompimiento que yo hago de la estética teatral, para llegar a eso tengo que renunciar a todo mi trabajo estético para ganara planta, estoy jodido.
Samuel nunca ha renunciado a su trabajo estético. Ni en los tiempos más difíciles del Taller de Artes. Además de montar la obra en el bar cuando no hubo sede, vendieron obras de su propia colección de arte e hicieron rifas.
Renunciar es perder la libertad, y esa libertad fue lo que lo hizo amar el arte.